POESÍA GUATEMALTECA ACTUAL / No. 190


 
Alexander Socop Arango

Qietzaltenango, 1988

 

 

De las palabras que son mar(i)posas
[fragmento en construcción]

…He muerto en cada flor que sobre la calle crece. Uno apenas es una cosa cierta, madre. Avanzo por la frontera de la tiniebla. / El hocico del sueño me pregunta: ¿Ha valido la pena? ¿Todavía sos el que busca la alegría los domingos en los parques llovidos? ¿Aún te queda tiempo lleno de mariposas? De qué sirve la dirección cuando arriba y abajo son lo mismo. No hay cifras que nos resten noches de sueño mal habido. Lo que se hunde en mí las estrellas no lo sanan…

Mis padres me ven a los ojos para contarme la historia de las gentes maravilladas desde el primer granizo. Quisieran verse en mí mientras les aparecen las lágrimas y el rostro se les llena de ningún horizonte. Yo les digo que quiero ser gato, cielo, aire. Que no quiero sentir más heridas ni el calor de sus cuerpos filtrándose en las sábanas. Que si esto es el mundo debería terminarse y si es sólo una palabra no quiero que signifique nada ni diga lo que siento. Mi madre revuelve mi pelo, me da ternura pero no se la devuelvo. Cierro los ojos. La piel de mi madre escucha, sabe que debe irse y negarme un día. Mi padre construirá mi casa con cabello para hacerla tibia y regará las macetas con palabras. Las tomará de mis libros, de mi boca, de mis primeros dibujos que eran más que esta fila de hormigas que ahora se amontonan para ser leídas y olvidadas. / Mis plantas crecerán gritando, tendrán nombres que cambiaremos a diario. Nos alimentaremos de la noche y de los perros que deambulen sin ciudad. Cuando sea gato le diré a una rosa que suba a mi lomo. Ella no aceptará pero jugaremos a la muerte hasta que el mecanismo de las estaciones comience a funcionar sobre Guatemala. Cuando sea cielo le diré al viento que la amnesia es una forma frecuente de existir. Compartiremos la tristeza de las listas, de perder colores y fuerza. / No hay más hojas en ti, pequeño ser. El sol nada propone. No hay aves que nos atraviesen y nos indiquen caminos hacia otros pechos. Mi cabeza está harta de mí. Pequeño ser: rompemos el camino de la noche, llevamos una carga que a cada paso nos reduce, no mejoramos, no nos importa, somos nómadas sin lengua, cuerpos que pierden agua. Tenemos miedo, somos una cicatriz que se eleva, no encontramos calma bajo el naranja rabioso de una normalidad que muere.

No somos seres que sueñen.


El mar tampoco nos soñó antes, pequeño ser. ¿Qué sueña el mar, pequeño ser? ¿Acaso sueña la noche, la voz profunda, la madriguera de los rayos? Soy un niño con escasas lluvias en los recuerdos, pequeño ser. Ellas no me mienten cuando les pregunto: quién es el más triste, el más solo, el que anda muerto en cada árbol de la calle. Pero a mí no me pregunten por qué me río mientras mi corazón intenta quedarse dormido, intenta clavarse como un rostro. Yo he andado sobre el mar y el mar ha cantado sobre mí con la fuerza de todos sus abismos, hasta el último vuelo de la última ala.

Padre, florecen los muertos, los ciegos, los sordos, los sin ganas de hacer y de quedarse. / Pequeño ser: sobre la oscuridad habita mi casa, un capricho geográfico que invento cada día. Las campanas pronuncian mi nombre y te veo sobre las paredes de la casa en el centro. Las calles nos llevarán a algún sitio, eso me prometiste el miércoles pasado.

De mi pecho una bandada gime. No tienen idea, hablan a las paredes porque dios les dio la espalda. Tiemblan, acarrean suficiente ayer, temen salir de las tempestades, de estas estepas de calumnia y sal. / A mí la vida me aprieta todos los dedos del pie. Se nace prestado a la eternidad. Me entristezco a diario hasta que mis lágrimas se secan. Veo las parejas de enamorados, tan enamorados como yo nunca voy a estar, veo las luces de los carros tan brillantes como yo nunca brillaré, o al viento tan inalcanzable, tan allá lejos y yo con las manos sobre las rodillas, callando cada espera que de las ventanas sin cielo se desprenda. Ante mí las montañas que se llamarán tiempo, renuncia, soledad.

Soy una flor que estalla en miles de mares. Mis poemas no son míos, mis pensamientos no son míos; mi corazón es de animal muerto, mi corazón es un animal muerto. Temo sentarme a platicar con los cuerpos que caen sobre cualquier calle en cualquier infancia de Guatemala. Se me acerca un gorrión y el sol guarda silencio. Me he quedado con el corazón a los pies de todo, del sueño se me resbala la noche más trágica de mi madre: yo nazco, hoy no suenan las campanas. La casa dispone sus cuervos, sus gigantes gaseosos, cualquier aguja que juegue a ser rama. Dos catedrales barrocas crecen desde las fauces de mi cólera, no hay humo en este vuelo. Un gato sacude los huesos de la cena, no camino, adentro sufro una masacre. Sobre mis lágrimas crece tu árbol favorito, madre. No me sé encontrar en canciones alegres ni en niños que vuelan barriletes ni en los pasos que encaminen a sitios secretos de amor…

…Sé que un día moriré al borde de esta patria que no llega

moriré de ausencia, olvido o sobredosis
o de cualquier otro mal del que mueren los perros, los gatos y los fantasmas



TOMO DE LOS periódicos fotografías para pegarte un rostro
diré que mi madre estaba hecha de todas las caras tristes

que mi mundo pierde unos gramos

que luna es nombre de gata ciega

y vivir ya de por sí es un exceso.


 

 


*Una versión preliminar de estos textos se publicó en el libro Poemas sueltos (90s plaquettes, Quetzaltenango, 2014).


Alexander Socop Arango. Poeta, aprendiz de matemáticas y física. Es licenciado en Comunicación y Diseño Gráfico y máster en Administración. Ha publicado los libros de poesía Temblores del silencio (Metáfora Editores, 2012) y Poemas sueltos (90s Plaquettes, 2014). Su trabajo ha sido incluido en diversas antologías y revistas electrónicas e impresas de Latinoamérica. Ha participado en encuentros y festivales de poesía en Centroamérica y México. Es parte de la organización del Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango. Colabora en <www.esquisses.net> y <www.10avenida.blogspot.com>.