CARRUSEL / Bajo cubierta / No. 236

Annie Ernaux: el espejo de lo social





Pensemos en Annie Ernaux mirándose en un espejo de triple ángulo. Del lado izquierdo, quizá, se revelarían su infancia y su adolescencia en Yvetot, al extremo norte de Francia, la casa donde creció que, además de hogar, hacía de tienda de comestibles para los vecinos y de bar local para los ancianos y obreros. Se revelaría en el reflejo el constante deseo de una futura escritora; en su caso particular, se trata del deseo de saber no sólo de sí misma, sino también de saber cómo se existe y cómo se escribe en un espacio que no es el del origen, el espacio del allá, el espacio de la otredad.

En Los armarios vacíos, su primera novela —de marcado corte autobiográfico, como toda su escritura—, se encuentran ya dos claves que permiten hacer una lectura densa de su obra posterior. En primer lugar, el convencimiento de que ha nacido en un lugar desaventajado, hecho que Annie Ernaux vierte en la obra refiriendo su deseo de partir de Yvetot —“pedaleo interminablemente en la bicicleta de mi padre apoyada contra la pared, París, Burdeos, todas las ciudades a las que iré más tarde”—, pero que también, más tarde, una vez que se asume escritora, se afirma como un locus de enunciación que le permite mirarse y mirar a los otros a partir de un lente sociológico, enfatizando, sobre todo, las dinámicas de clase.

Resulta consecuente que la segunda clave interpretativa sea un constante deseo de experimentar todo aquello a lo que no se tiene fácil acceso, una especie de revancha frente al sistema que jerarquiza y coloca a cada individuo en una casilla predeterminada. La narradora de Los armarios vacíos encuentra tentación en la abundancia, explora a escondidas la tienda de los padres y roba todo lo que puede: “en cajas, en paquetes, a granel, puedo coger, abrir, picotear, desmigarlo todo. Puedo embriagarme de aromas intensos en el rincón mercería-perfumería […] levantar las tapas de las polveras Tokalon, desenroscar los capuchones de los pintalabios Baiser”.

Volvamos al espejo, a su lado derecho, al ejercicio de la mirada. El espejo podría ser el espejo de un probador de ropa en el supermercado Auchan, en el centro comercial Les Trois Fontaines, en Cergy, 30 kilómetros al noroeste de París, donde Ernaux vive desde 1975. De este lado se refleja la vida de una escritora ya consagrada, que ha migrado de la periferia al centro literario y que ha pasado al supermercado —especulo— a comprar queso y arena para los gatos. Una escritora que desea, sobre todo, registrar en un diario lo que ha visto hoy en los pasillos del mall, porque, como suele afirmar en diversas entrevistas, toda experiencia vivida se vive con el objetivo de hacerla escritura y porque ningún tema es banal. El espejo, en su multiplicidad, muestra la vida de la autora, su salida de Yvetot, su ascenso en la jerarquía literaria, la afirmación de su ejercicio profesional; revela, en suma, pasado y presente. La posible lectura de una obra y una carrera literaria, en el sentido amplio.

La pequeña tienda de comestibles que aparece en Los armarios vacíos encuentra su correspondencia en el gran supermercado que funge como tema principal de Mira las luces, amor mío, publicado originalmente en 2014 pero recién aparecido en español (Cabaret Voltaire). En Pura pasión, una de sus novelas más famosas, Ernaux retrata la dolorosa ausencia de un amante, un ansioso apego que resuelve, en parte, acudiendo al consumo: “las blusas y los zapatos que me había comprado para un hombre, los veía convertidos de nuevo en prendas carentes de significado, simplemente para ir a la moda. ¿Acaso es posible desear estas cosas, cualquier cosa, si no es para alguien, para ponerla al servicio del amor?”. En Mira las luces, amor mío el espacio de consumo es diseccionado por la autora desde una mirada crítica, consciente de su poder adquisitivo, de su celebridad, pero también de su posible anonimato como compradora y vecina.

Un doble papel: el de una autora célebre que se infiltra en los pasillos de un supermercado para comprar lo que necesita para subsistir, pero también el de una agente que, utilizando la herramienta de la escritura, se propone comprometidamente revelar dinámicas de consumo absurdas, desigualdades y dinámicas sociales agresivas, clichés. Ernaux mira a la sociedad francesa como una laboratorista y se propone contar la Historia —en mayúsculas— de un espacio tan cotidiano como complejo, tan accesible como desconcertante. “Hasta los años 1970, los escritores, tanto mujeres como hombres, eran mayoritariamente de origen burgués y vivían en París donde las grandes superficies no estaban instaladas. (No veo a Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute o Françoise Sagan haciendo compras en un supermercado, a Georges Perec sí, pero puede que me equivoque)”.

El libro da cuenta de varias visitas al hipermercado Auchan entre 2012 y 2013. La tarea: registrar todo lo posible. Con ánimo cronístico, los diarios de compra de Ernaux se preocupan menos por hacer de la escritura un vehículo de exhibición del yo y más por utilizar ese yo como un vehículo de corte sociológico. Por sus viñetas pasan migrantes, madres con hijos pequeños, hombres que no saben qué harina comprar, ancianos, empleados de estanterías, cajeras. Los productos ofrecidos y los que se colocan en la banda de la caja son motivo para especular sobre las vidas ajenas, pues, a decir de la autora, cada uno de ellos expone “como en ninguna otra parte de manera tan evidente, nuestra forma de vivir y nuestra cuenta bancaria”.

El supermercado deviene un museo de lo social. Ernaux —que en un contexto como el francés, donde la sociología tuvo un particular desarrollo y, por supuesto, un punto nodal en Pierre Bourdieu, teórico por el que la autora ha expresado admiración— parece revertir el concepto de Marc Augé: para ella, el supermercado no sería un no lugar, sino el lugar donde —precisamente, y por su condición de habitabilidad, de congregación— es posible hallar la multiplicidad, deshacer lo unitario. En el invierno, por ejemplo, observa cómo los compradores acuden a sus pasillos y se quitan de inmediato el abrigo, una suerte de vacación, un placer, “un paseo veraniego”; en la sección de comida para mascotas se vierte el deseo de la gente mayor de tener un contacto social significativo; la farmacia ofrece productos para adelgazar y estar en forma; la juguetería revela la caducidad de los roles de género: “Los juguetes ocupan varios lineales de estanterías rigurosamente separadas en ‘Niños’ ‘Niñas’. En las unas, la hazaña (Spiderman), el espacio, el ruido, la furia (coches, aviones, tanques, robots, sacos de boxeo), todo en tonos rojos, verdes, amarillos intensos. En las otras, el interior, las tareas domésticas, la seducción, el cuidado del bebé. ‘Mi pequeño supermercado’, ‘Mis utensilios para las tareas de la casa’, ‘Mi mini-Tefal’”.

Perderse —como uno podría perderse en los pasillos del supermercado— por las páginas de Mira las luces, amor mío es identificarse con un acto —el del consumo— que equipara la experiencia de la autora con la experiencia del lector. En ese sentido, la obra de Ernaux posee, por su hábil mecanismo de hacer transparente lo cotidiano y de diseccionarlo de manera honda, una accesibilidad que la Academia Sueca ha reconocido, este año, con el Premio Nobel de Literatura. La conjunción, en un mismo espacio, de múltiples habitus —para seguir el concepto de Bourdieu—, la reunión de vidas múltiples —incluyendo la de la autora, que funciona como eje de comparación y reacción con la otredad— halla en los diarios de Ernaux un ánimo de revuelta.

Si en Los armarios vacíos la adolescente robaba para poseer y así expresar descontento con su origen, en Mira las luces, amor mío el deseo y el acto se vuelven reales y colectivos, el pasado y el presente se hacen uno solo. Lo que importa es lo que queda al frente del reflejo, la escritura: “Se me ocurrió la misma pregunta que suelo hacerme cientos de veces, la única posible: ¿por qué no nos rebelamos […] decidiendo todos juntos abrir los paquetes de galletas, las barras de chocolate, darse el placer de una degustación…? ¿A cuánta gente se le ocurre la misma idea? […] El sueño de mi infancia”.