Cuerpos aparte / No. 236

El espectro monstruoso





MONSTRUO
Del lat. monstrum, con influencia de monstruoso.
1. m. Ser que presenta anomalías o desviaciones
notables respecto a su especie.
[...]

4. m. Persona o cosa muy fea.
Diccionario de la lengua española

A veces siento que el lenguaje quiere deshumanizarme. Yo me siento muy humana, pero mi piel (¿piel?) no se parece a las pieles; yo tengo marcas de quemaduras de segundo grado. Tengo sólo siete dedos en las manos (¿siguen siendo manos?) y labio leporino, una cicatriz en el vientre y me faltan varios dientes. ¿Cómo podría yo, monstruo, andar con soltura? Se lo dejo a los beneficiarios del nepotismo estético. Yo vivo en donde viven los monstruos porque mi cuerpo no parece un cuerpo; tal vez no tengo uno. Me quedé sin cabello pero tengo pelo en las piernas, en la espalda, en los pezones; a veces sale en el cuello. Me da miedo salir allá afuera; allá afuera no hay más monstruos.

Las cosas no siempre son lo que parecen; ¿son o parecen?, depende del acuerdo de la palabra. Ya lo sabemos: las conceptualizaciones son construcciones. Una palabra es el acuerdo de que seguiremos llamando a una cosa por su nombre, aunque nosotros no la hayamos bautizado; así la cuchara es la cuchara, la montaña es la montaña, el blanco no es de otro color. Hay significantes que no generan la más mínima dificultad para adoptarlos; estamos (casi) todos de acuerdo en que las cortinas son las cortinas, las puertas son las puertas y el viento está ahí, no importa que no se vea; y así podríamos seguir recorriendo el acervo finito de las cosas que son lo que son. Pero hay otros tipos de palabras más controversiales, cosas en las que pareciera que no todos estamos de acuerdo, palabras a las que les gusta coquetear con nuestro lado más relativista y constantemente nos invitan a salir a jugar en el patio de lo político. Más preocupante todavía: palabras de las que nacen guerras. ¿Qué es un humano?

Cuando nos percatamos de las dificultades para llegar a acuerdos en la delimitación y apertura de ciertos conceptos, las diferentes disciplinas de las ciencias sociales y filosóficas pusieron parte de su interés en tratar de comprender cuáles eran los motivos esenciales de tanta discordancia: el diálogo inexistente, la intolerancia a la diferencia, el rechazo a lo ajeno. Resultó que la intransigencia tuvo su origen en el miedo; los monstruos siempre dan miedo.

Los actos violentos han sido la materialización de lo que sus autores podrían justificar como un movimiento de defensa: para qué arriesgarse. Es necesario aprender a reconocer a un monstruo y eso se hace con la vista... y con lógica argumentativa. Así creció la idea del entendimiento del cuerpo propio como el conjunto de las características de la humanidad, y de los cuerpos diferentes como un intento fallido de la misma. Aparentemente hay humanos que pueden parecer pero no son, y otros que no son porque ni siquiera parecen.

El lenguaje autorizado se dicta con las lenguas de las mismas élites que moldean y filtran las imágenes: el contenido mediático cada vez más relevante en la crianza de las generaciones emergentes. La exhibición frecuente en el ámbito público de cuerpos específicos permite su normalización, ¿por qué un humano estaría mostrándose en la televisión si no fuera un humano genuino? Es claro, la normalización de los cuerpos depende de su inclusión en los productos de consumo. No es para agradecerse; la inclusión es, dentro de todos estos procesos, ni más ni menos que un instrumento que tendría que ser imperativo para lograr una adecuada representación de la realidad en la que nos encontramos. Las novedosas demandas de contenido de grupos que han sido históricamente marginados poco a poco han logrado, con su movilización, obtener (limitados) cupos en la industria para llevar a cabo las acciones necesarias para comenzar a concientizar a las masas del hecho de que, efectivamente, hay cuerpos distintos, de que la totalidad no es homogénea, el blanco es blanco pero otros colores, aunque no se parezcan al blanco, son otros colores. Y, pese a todo esto, todavía hay una parte del espectro de las corporalidades que no se muestra a plena luz del día. Hay humanos que todavía no logran serlo.

Se satisfacen unas necesidades y se gestan nuevas inconformidades. Noemí Brito, en CURVY-LÍNEAS: Una aproximación al canon corporal curvy en la red, nombra como “la ilusión del canon roto” a la trampa que se forma mediante la inclusión de un tipo de cuerpo no-canónico, subalterno, que aun contando con características visualmente radicales al canon instaurado, continúa siendo poseedor de ciertos rasgos que sirven a estos estándares hegemónicos. Tiene todo el sentido. La exhibición de cuerpos nunca es arbitraria. Las industrias de contenido son nuevos espacios de encuentro y visibilización (porque si bien las acciones de reivindicación parcial no son más que eso, es de reconocerse el mérito de la inclusión de diferencias, por más mínimas que sean), pero también de marginación de todo un umbral de otras facciones, acentos, distinciones; anomalías que todavía no son lo suficientemente humanas para salir del escondite que supone la intimidad de la esfera privada.