Cuerpos aparte / No. 236

La rasgadura en el paraguas y un cuerpo diferente




Muchas veces me preguntaba a mí misma si pasaba algo malo con las personas que me miraban o me trataban diferente, y me decía: qué rara señora, me habla como si yo fuera un bebé. No te preocupes, Abril, me respondía a mí misma, seguramente esa señora no sabe distinguir a una niña grande, sólo sonríele.

Esto me ocurría porque en mi casa siempre fui tratada sin ninguna diferencia con respecto a mi hermana gemela. Saberse “normal” evita que uno piense que hay algo distinto con la propia manera de moverse, de hablar o de expresarse o, por lo menos, yo nunca lo sentí hasta que salí de mi entorno familiar.

Hablar desde un cuerpo diferente y aceptarlo conlleva mucho trabajo previo, así como tener la valentía de verse tal y como uno es, sin etiquetas ni clasificaciones.

Me costó aceptar y entender que mi cuerpo era diferente, pues yo no lo concebía de ese modo porque este cuerpo es lo único que conozco y no se puede hablar de lo que uno no conoce. Por eso, mi perspectiva de las cosas siempre está guiada por aquello que me es cercano. En mí era completamente normal caminar agarrada de los muebles de mi casa, gatear cuando no había de dónde sostenerme, hablar pausadamente, a veces con voz muy alta y otras en voz baja o utilizar la mano que más me hacía caso, o sea, la izquierda. Entre muchas otras cosas, aprendí a manejar mi cuerpo, pese a sus limitaciones físicas, aunque nombradas médicamente como parálisis cerebral infantil. Para mí ese diagnóstico sólo significó que tendría que hacer las cosas de manera diferente y que mi cuerpo podría hacer mucho desde la inmovilidad. Desarrollé gran capacidad de observación y me di cuenta de que si bien había muchas cuestiones que no podría llegar a hacer, hay muchas otras que sí y que sólo debía buscar otro camino, explorar nuevos lugares, observar y, sobre todo, crear nuevas posibilidades en donde mi cuerpo pudiera ser, con su propio espacio, tiempo y lenguaje.

El arte fue el camino que elegí gracias a mis padres, quienes siempre impulsaron mis ganas de hacer cosas y mi curiosidad por todo lo que me rodeaba. Encontré en el arte un lugar seguro para mí, donde podía expresar lo que sentía, mi manera de pensar y conocer mi cuerpo. Decidí enfocarme en el performance ya que es una autorreflexión para indagar sobre la manera en la que opera mi cuerpo, con sus movimientos voluntarios e involuntarios, pues su funcionalidad no está controlada del todo por mi mente porque no siempre obedece órdenes o lo hace parcialmente, a su modo, con su particular forma de hacer las cosas.

Mi cuerpo ocupa un espacio descontrolado, donde caos y orden se alternan y a veces operan simultáneamente. Mi cuerpo podría ser como una realidad caótica que está libre de toda conjetura, que tiene su propio espacio, gestualidad y lenguaje.

En ocasiones nos angustia pensar en un mundo caótico, donde no se tiene control sobre las cosas o circunstancias que ocurren. Siempre estamos buscando opiniones establecidas acerca de las cosas que nos rodean, buscamos que nuestros pensamientos e ideas se conecten de acuerdo con un orden de espacio y de tiempo que no dé cabida al descontrol. Herbert Lawrence —citado por Deleuze y Guatari en ¿Qué es la filosofía?— dice que fabricamos innecesariamente un paraguas que nos protege. En la parte inferior del paraguas trazamos un firmamento donde escribimos nuestras conversaciones y opiniones. Lo que hace el artista es una ranura en el paraguas, rasga el propio firmamento dejando entrar un poco del caos libre y turbulento que filtra una luz repentina y enmarca una visión a través de esa rasgadura. Así el artista pelea menos contra el caos y, por el contrario, lo llama insistentemente.

Mi trabajo como artista de performance está enfocado en exponer mi corporalidad como otra manera de movimiento, de ocupar el espacio, de expresión, de temporalidad, de lo estético y lo socialmente establecido. En muchos casos involucro al espectador como parte fundamental de la obra artística, buscando así una interacción directa con sus emociones para abrir un canal de retroalimentación, pues me interesa abrir la mente hacia una nueva perspectiva de las cosas y hacia la aceptación de los cuerpos diferentes.

El performance me hizo libre, me hizo ver la belleza de mi cuerpo y encontrar un medio de expresión en el que podía ser yo misma sin miedo, sin ataduras ni prejuicios; me hizo cuestionarme si realmente las limitaciones de mi cuerpo estaban en mí o, más bien, estaban en el exterior; porque sí, es verdad, lo diferente da miedo, pero si no nos enfrentamos a ello no podremos ver que, al final, en lo diferente se pueden encontrar nuevas posibilidades de ver y hacer las cosas, nuevas ideas, nuevos caminos y, sobre todo, nuevas experiencias.

Una de las piezas de performance más enriquecedoras de mi carrera artística ha sido La sombra, que realicé como parte de un proyecto que fue beneficiado con la beca Jóvenes Creadores, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la categoría de Medios Alternativos y Performance, en 2018.

En la pieza, yo, pintada y vestida de negro, escojo a alguien del público y lo pongo conmigo en el centro del espacio. Mi asistente, pintada y vestida igual que yo, ata a la persona seleccionada a mis manos y mis pies, con una cinta de velcro, para así poder moverla conmigo. Este performance pone a la otra persona en mi lugar al mismo tiempo que yo me pongo en el lugar de ella. Es un reconocimiento mutuo en el que nos enfrentamos a nuestras diferencias, pero, al mismo tiempo, estas diferencias se diluyen porque pasamos a ser la sombra del otro individuo, y cada movimiento, cada paso que damos se convierte en uno solo, y así danzamos, pues su cuerpo es mío y mi cuerpo es suyo. En este performance hago una analogía de lo que dice Jean-Luc Nancy sobre la posesión del cuerpo:

En verdad, “mi cuerpo” indica una posesión, no una propiedad; es decir, una apropiación sin legitimación. Poseo mi cuerpo, lo trato como quiero, tengo sobre él el jus uti et abutendi. Pero a su vez él me posee: me tira o me molesta, me ofusca, me detiene, me empuja, me rechaza. Somos un par de poseídos, una pareja de bailarines endemoniados.

Para mí, lo más valioso de tener un cuerpo distinto es haber encontrado en esa diferencia el sentido que tendría y tiene hoy mi vida. Hacer de esa posible desventaja —que pudiera llegar a tener un cuerpo como el mío frente a un cuerpo cuyo movimiento es “normal”— la parte central de mi creación y pasión artística, porque con ella puedo abrir panoramas que no hubiera imaginado y, al final, lo diferente es esa rasgadura en el paraguas que deja entrar luz a nuestra mente.