Cuerpos aparte / No. 236

Paso de Cortés



Todo lo ocupa el silencio. Por debajo de la tierra el micelio se extiende, teje una red y busca nutrientes en cada árbol que lo cruza. En eso nos parecemos a Ellas; nuestro cuerpo no genera todo su alimento, lo tomamos. Luego, cuando la tierra se moja lo suficiente y sus pies logran caminar hasta acá, somos fruto. Comida de alguien más.

Ellas nos llaman hongos.

Podemos sentir el paso del tiempo por sus pies. Cuando la tierra se remueve cerca y caen dos golpes, no cuatro, sé que son ellas. Tiran del estipe y se llevan eso que no somos, pero que alcanzan a ver. Lo que somos está más abajo, alimentando y alimentándose. Tragando seres autónomos, tragando árboles.

No somos plantas. Comemos de otros.

Las esporas siguen su curso y nos quedamos acá, sin la parte del cuerpo que se marchita. Algunos permanecen en el lugar que crecieron, algunos no se van nunca con ninguna mujer. Se sabe que no todo sombrero es comestible. Lo sabemos nosotros y lo saben los pájaros que bajan y deciden cuál será picoteado hoy. Hemos escuchado cuerpos caer junto al nuestro por morder el himenio incorrecto.

El ciclo se repite cada vez que cae la lluvia. Ellas eligen y alimentan.

No somos parásitos. Nos toman y también tomamos.

Se esconde lo que queda de nuestro cuerpo. El paso sobre la tierra se agudiza. Cambian los árboles y deseamos de nuevo el silencio que cae con las hojas. Pero esta vez la caída es distinta, golpea diferente. Seis pies. Cuatro de metal. Dos de piel. Pasan entre el pastizal y golpean a una rama de distancia. Intentan llegar al cráter, huele a eso que inunda cuando hay calor. Arde con distancia un fuego nuevo, trasatlántico.

La red de micelios cruza la montaña con el lenguaje que heredamos. Llegará el mensaje a lo que Ellas llaman Tenochtitlan. Un mensaje de cuerpo extranjero que no podremos comunicar. Un nuevo caminante que no usa los pies, no los suyos. Un caminante que cambia el piso que remueve.

Somos el camino más corto a Tenochtitlan.

El retumbar de aquellos pasos se detuvo al correr de algunos soles y volvió con copias y copias del primer golpeteo. Seis pies. 12 pies. 24 pies. 48 pies. El número de pies multiplicado. El paso atolondrado en fragmentos minúsculos del día. Se detienen. De nuevo en pares: dos pies, cuatro pies, ocho pies. Se detienen y el metal también. Cuatro pies. Ocho pies. 16 pies. Un animal nuevo come de los pastizales, olfatea los anillos, el estipe, los rastros del "hongo".

El verdadero hongo se esconde en la tierra.

El sol se guarda y la luz del fuego nos tiene alerta. La vibración de sus cantos disminuye y deja apenas un rastro de tierra de volcán. El silencio no volverá a ser absoluto. Su respiración atrae otras. Algunos vuelos de animales nocturnos se esconden y otros se acercan a mirar. Los cuadrúpedos de esta tierra se cruzan con los de aquella otra. El olor a sangre no tardará en hacerse presente. Podemos sentir el hierro que cae de ese cuerpo conocido.

Son Ellos. No Ellas. Cuerpos que van hacia la nieve donde el oxígeno es menos. Cuerpos que no están listos para caminar al cráter, pero caminan. El destino es la chimenea encendida, crecemos sobre una red de calderas que libera energía desde la montaña con el orificio. Sus pisadas descienden pesadas y con nieve. Buscan hacer fuego, buscan el polvo que brota desde esa altura. "Pólvora".

El volcán no ha rugido y el suelo ya sabe a azufre.

Seguimos el camino de los pies que se multiplican. Avanzan en el sendero, creen que hacen retumbar la tierra, pero el oxígeno los hace caer en las pendientes más pronunciadas. Mi cuerpo absorbe sus desechos. Expulsan material descompuesto y desconocido por "la boca", eso que también usan para "hablar". Trato de distinguir de qué sirve lo que dejan a su paso. Llegan más, todos iguales. Con el mismo peso que los primeros pies. Muchos Ellos en poco tiempo.

Sus pisadas dejan atrás nuestra red de micelios. Cae una extensión de sus cuerpos que irrumpe el pastizal y desentierra el lugar real del hongo. Mi volva está cerca del trozo de metal: aluminio, acero, azufre. Inservible.

El metal no es alimento.

Algún cuerpo completo quedó en el camino. Cuerpo humano. Los cuadrúpedos conocidos se acercan a olfatear, a comer sobras. No todo se descompone, no todo lo atraviesa la tierra. No todo llega al micelio. Nos quedamos con la parte que es alimento, los devoramos lento, a Ellos, que no se llevan el fruto, lo pisan nomás.