Poder ser / No. 234

Encajamiento



y creó Dios al hombre a su imagen,
a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó

Génesis 1:27



El pasado se abre a la redonda,
nos atraviesa.
Soy una mirada al pretérito,
soy el tiempo que ya pasó,
y las cosas que sucedieron de él.
Soy una escena que rodea a la sepultura del miedo,
el tiempo donde quizá nace otro:
                        – yo
El yo que designa mi principio de realidad.
Soy un cuerpo que se desgarra en dos.
Soy el cuerpo que crece, se estira, se asfixia y se afloja.
Soy el cuerpo que acomoda un cuerpo dentro de otro cuerpo.
También soy el cuerpo que debe emerger por una abertura relativamente pequeña, emerger por un pasaje complicado, navegar a la deriva por una pelvis ósea. Hacer cambios en la posición de la cabeza, ser empujado por las contracciones de la vida y simultáneamente, resistido por el suelo pélvico. Soy el cuerpo que debe negociar con las áreas óseas, la sociedad y la cultura.

El cuerpo que se llama enfermedad o trastorno mental, el concepto que me define como condición anormal, patología o hasta anomalías severas de personalidad.

Soy el prefijo que atraviesa, el que sobrepasa, de un lado a otro, del otro lado y más allá. Soy el cuerpo que tiene que pasar por o cruzar (¿qué?) el orificio vaginal de la sociedad. Soy el cuerpo que se transcribe, el cuerpo que pasa volando más allá del río. Soy el tras del detrás de, al otro lado de o a través de, un conjunto con una n en posición final de la sílaba y seguida de la s, para relajar la articulación: trans.

Soy la piedra, el obstáculo al que debes de rodear, ocultar lo que sientes, reprimirlo. Ocultar una cara, detrás de la máscara, ocultar el lado clandestino.

Ante los ojos de los demás:
lo que es interno, pero no puede ser externo.

Quizá estoy aquí para contar mi historia, esa, la de nacer de una forma, llamarte de otra. Saber que en el adentro sobrevive el niño, nacer y llamarse niña herida.

Cuando nací, mi padre alzó los ojos al cielo decretando que naciera varón:

en la constancia de nacimiento:
órganos sexuales fenotípicamente femeninos
acordes a la edad.

Los y las transexuales tienen la convicción de pertenecer al sexo opuesto al que nacieron, con una insatisfacción mantenida por sus propios caracteres sexuales primarios y secundarios, con un profundo sentido de rechazo y un deseo manifiesto de cambiarlos médica y quirúrgicamente. Desde la infancia su identidad mental es distinta a su fenotipo genital. Son mujeres que se sienten “atrapadas” en cuerpos de hombre, y hombres que se sienten “atrapados” en cuerpos de mujer, sin trastornos psiquiátricos graves que distorsionen la percepción de la realidad….


En el adentro se esconde el niño, en el exterior se denota otro rostro, una máscara, otro cuerpo. Querer arrancar el rostro, ponerme otro. Sentirme un animal, un monstruo. Nombrarme como cosa sin pertenencia, ni a lo blanco, mucho menos a lo negro. Ser partícipe de uno y de otro, o de nada. Sentirme como un círculo, un ser redondo. Un monstruo de cuatro manos, cuatro patas y dos rostros con dirección opuesta. Ser una sola cabeza con cuatro orejas.

Adjunto: dos órganos sexuales como compuesto de ambos.

Ser o no ser, ésa es la cuestión.
¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta,
u oponer los brazos a este torrente de calamidades,
y darles fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir. ¿No más?
¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y
los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil
naturaleza?... Este es un término que deberíamos
solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar.
Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque considerar
que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro,
cuando hayamos abandonado este despojo mortal,
es razón harto poderosa para detenernos.
Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan
larga.


Quizá no exista mi nombre o quizá estoy a la espera de uno para reconocerme en el eco, reconocerme en esa resonancia que incesante entra a refugiarse como pájaro que busca el sueño de liberar sus alas de la jaula.

Soy la incongruencia del género, la disforia de la dualidad, y me miro, a mí, atrapado en un mundo en el adentro, mirándome, sabiendo que las respuestas no se encuentran en las respuestas, se encuentran en las preguntas.

Desde la infancia crecí con la identidad extraviada y me pregunto qué es lo que trato de recuperar. Trato de recordar con el cuerpo, y en el cuerpo he sabido desde siempre el cruzamiento que se me revolotea en el interior.

Desde las entrañas, empiezo a reencontrarme con los cipreses, con los helechos y musgos que crecen en forma de masas apiñadas, y que brotan en el camino perpendicular que llevo. El aroma de los álamos me hace olvidar con rapidez esos dolores y vacíos que se sienten sin sentirse, y una araña se me cruza en la mirada.

Persigo a la araña.

Trato de entender ese tejido de palabras malgastadas que se me vienen a la cabeza. Repito y experimento cada mensaje. Sé que hay un algo más que el simple pronunciar. En cada sonido de las palabras deletreadas me dilato y descifro que voy en búsqueda de descubrir otro mundo, otra cara. Fragmento el rostro con la yema de mis dedos, como si en este momento me creara a mí. Los ojos se me agrandan ante esa presencia disoluta. En los intestinos cavo y me percato de que es en el interior donde existen las cosas que son diferentes para cada persona. Enfrento el tormento, confío en mí y en el espacio que me habita. Por segundos me miro arrancado de mí, tomo el equilibrio, el control, decido ser //él//, sin tapujos, desnudo, sensato, pero el miedo avecina. Retrocedo al bullicio, me incorporo a otras escenas, un laberinto de habitaciones confusas y perdidas en el pasado.

Siento el abandono bajo la inmensidad de aquellos vastos árboles. Veo a dos personas que se desgarran, //ella// a la que odio y //él//, el que yace escondido, asomándose, detrás de un ventanal.

El miedo como un ciclo que flota de inmediato y que te arrastra a donde nace el grito y te descompone como carroñero que ruñe la carne. El miedo donde no existe la libertad dentro de este cuerpo, sólo existen las tinieblas que te mecen en el infierno dentro de un caos.

El fantasma de Lili Elbe como pregunta que taladra a la sombra. Antes de ella, antes de sí misma vivió informe y en las tinieblas de existir como Einar, el pintor de la melancolía. Ella buscó su génesis para saberse de otra forma. Sus paisajes trazaron el mapa de otra geografía

Y la tierra estaba informe y vacía, y las tinieblas estaban sobre la
faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas. ¿Es presuntuoso de mi parte pensar en mi propio génesis
cada vez que escucho estas palabras y la música de este verso?


Su mano brota de la tierra para desterrarme. Estoy a oscuras pero ella me acerca a la luz y me nombra. Ella me arranca del tiempo y entiendo el origen del mapa, de las imágenes dentro de mi cabeza que desarticulan los monstruos. Allí, ella me nombra y yo me reconozco en su pasado, me reconozco en las líneas de sus manos. Me reconozco en la columna vertebral de mi madre que miro desde abajo:

La máscara que llevo puesta se desfragmenta
y las preguntas se rompen y se derrumban.