Carrusel / Heredades / No. 234

Pedro Lemebel. La infinita rabia marica

Me tocó vivir en este tiempo en el que la virtualidad absorbe y regurgita lo que depositamos en ella: nuestro rencor, frustración, recuerdos y opiniones, nuestro deseo. Desde hace algunos años me he sumergido en ese caldo de cultivo para el odio que es Twitter y que, semanas atrás, fue comprada por un excéntrico magnate sudafricano cuyo nombre omitiré. La compra, inscrita además en un contexto global tenso, desató en los usuarios de la red una histeria fervorosa, relacionando este evento como el fin de ese espacio virtual e, incluso, como el fin de la humanidad misma.

Tomé distancia para descansar de aquello y desde entonces no dejo de pensar en los fines, los bordes y los abismos, esa sensación colectiva que nos imponen últimamente; a partir de ello pienso en lo eterno, en aquellas figuras imperecederas que nos acompañan como una forma de resistir al incesante discurso del fin.

Mostra, calle, yegua, hito, encanto, expansión fueron algunas de las palabras que usaron mis maricas cercanas cuando les pedí que describieran a Pedro Lemebel con una sola. Para mí sería eterno: Pedro Lemebel es eterno.

Tras compartir con ellas esta reflexión sobre las eternidades que nos acompañan, encontré que es común comprender la eternidad desde aquello que ya pasó, es decir, como algo que yace en el pasado, quizá en forma de recuerdo o nostalgia. A mí me emociona pensar en las eternidades todavía desconocidas, que habitan en el futuro, en contradicción clara a su naturaleza sin principio ni final.

Por eso pienso en Pedro Lemebel como un eterno, para quien más allá del pasado o del futuro no existe delimitación temporal que pueda contenerle. Su paso por la tierra le abrió camino a nuestra diferencia —la de las maricas— para poder habitar un mundo que nos fue negado, un mundo que no tiene nada que ver con esa amenaza de abismo con la que nos atormentan; el abismo era nuestro lugar y la vida de Lemebel pasó como una estrella guía que nos permite desentendernos de esa condena y habitar una realidad no menos dolorosa, pero sí más nuestra.

Se adelantó al tiempo para abrazar a cada loca, cada novia de barrio, cada marica pobre, al nene que cantaba con voz de nena, a la adolescente travestida, a quienes no somos ni la una ni la otra. Su palabra es tablilla para quienes nacimos con un alita rota.


La yegua de La Legua

Efectivamente, ser marica y ser pobre es peor, por eso la rabia de los pobres es infinita, especialmente cuando el niño que nace en el barrio tiene, además, la suerte de que se le doble la patita y entonces al crecer decide cambiarse al apellido materno para evitar que le confundan con su padre y con esto avergonzarle. Pedro Lemebel nació en La Legua, un barrio ubicado al centro-sur de Santiago de Chile; en un conjunto de viviendas sociales; en la avenida Departamental se forja esa mirada única que desarrollaría en su obra, donde con frecuencia reconocemos ese Santiago gris, de barrios con tiendas que dan fiado, boleros que se mezclan desde las ventanas a la hora de la siesta y padres de familia cesantes.

Era todavía adolescente cuando vio el ascenso de la Unidad Popular al gobierno, y con tan sólo 21 años le tocó vivir el funesto golpe militar que despojaría a América Latina de sus sueños, de la posibilidad de un mundo diferente, no digamos ya muy diferente porque incluso en los mejores escenarios ser pobre y ser marica es un reto, pero ser marica, pobre y en dictadura es mucho peor.

Por suerte no hay marica sola; solitarias muchas, pero sola ninguna. Tras 14 años de vivir en dictadura, de resistir las burlas y miradas de vecinas chismosas, de ser despedido de varios empleos por loca afeminada, Lemebel, quien ya había terminado su carrera de artista plástico e incursionado en el mundo de la escritura, se juntó con Francisco Casas Silva para fundar el legendario colectivo Yeguas del Apocalipsis, desde donde trazaron una ruta para el performance en América Latina y para todas las plataformas que denunciaron, primero, la dictadura y, posteriormente, la fachada de la transición democrática en Chile



Nosotros reivindicamos el coliza, no nos gusta la palabra gay, la encontramos que es despectiva, ¿no?, no se adapta con lo que es un homosexual pobre en Chile, weon, o sea nosotros reivindicamos la loca, la loca de San Camilo, la loca, el maricón que lo tiran de un décimo piso porque busca amor, al que masacran los cafiches, ¿cachai? Al que no le dan una puñalada sino que le dan diez puñaladas, una puñalada por el hambre, otra por la cesantía. Los maricas pagamos todo eso…

(Yeguas del Apocalipsis, Bajo el puente, 1988).



No es casual que el colectivo se autodenominara así. Las maricas pobres viven en los márgenes, en los fines, en los abismos; el mundo que se nos propone retrata escenarios apocalípticos relativos al destino del sodomita que, además de todo, tuvo la suerte de nacer en casa del panadero de barrio. Sin embargo, Lemebel y Casas supieron darle la vuelta a esa suerte y dejar el pellejo en los alambres de su realidad; su obra, potente y comprometida, se enfrentó durante más de diez años a la cruenta realidad chilena desbordada de desaparición forzada, homofobia y desigualdad, y se posicionó dentro de la lucha por visibilizar la pandemia del VIH-SIDA que abatía al mundo. Las Yeguas habitaron una realidad no muy distante de a nuestra: un mundo inscrito en la guerra, la hambruna, una pandemia, la sensación de ausencia de futuro y la acumulación de una rabia que, de manera astuta y deslumbrantemente creativa, supieron transformar en uno de los hitos artísticos más memorables de la región.

De toda la obra de este par de maricas indómitas resaltaremos un performance en particular, pues en él se agrupan diversos temas que desarrollaron las Yeguas: el Homenaje a Sebastián Acevedo que presentaron el 1º de diciembre de 1991 en la Universidad de Concepción, Chile, en el marco del Día mundial del VIH-SIDA.

Les artistas llenaron el piso de una sala con cal —material minero extraído en la misma ciudad de Concepción— y cubrieron por completo sus cuerpos desnudos con ella. En la sala estaban dispuestos cinco monitores desde los cuales se proyectaba un video. Las Yeguas se acostaron y sus cuerpos formaron una franja alusiva al mapa chileno, en el borde superior de la franja (con la cabeza de Casas) uno de los monitores proyectaba la letra N (norte) y en el extremo inferior (a los pies de Lemebel) una bolsa de cal llevaba inscrita la letra S (sur). Con ayuda del estudiante Miguel Parra, se trazó una línea con carbón que atravesó los cuerpos de les artistas, se le prendió fuego y permaneció encendida durante el performance. A través de parlantes se escuchaba un audio en el que ambes artistas recitaban sus nombres completos, sus números de identificación personal y los nombres de algunas ciudades del país.

El 11 de noviembre de 1983, el trabajador minero Sebastián Acevedo se inmoló en frente de la Catedral de la Santísima Concepción como protesta por la detención de sus hijos a manos de la dictadura militar. La obra fue un homenaje a él y a las miles de familias de detenides desaparecides, con quienes Lemebel y Casas mantuvieron estrechas relaciones, así como un método de denuncia contra la explotación minera en esa zona y para referenciar el VIH-SIDA.

Ésta no sería la única obra en la que utilizarían su cuerpo como objeto de denuncia y creación artística. En el manifiesto Hablo por mi diferencia Lemebel escribió: “Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo, compañero”, y así fue, las Yeguas dejaron el cuerpo en su obra, como lo deja cada trava en las esquinas de nuestras ciudades sucias, como lo dejan las locas en los últimos vagones del metro, como lo dejamos a veces en un cuarto solitario, porque las maricas dejamos el cuerpo por donde pasemos, nuestro caminar es una herida en carne viva.

Crónicas de una mostra sidaria

La última presentación de las Yeguas del Apocalipsis fue en 1995, año en el que se publicó La esquina es mi corazón, el primer volumen de crónicas de Pedro Lemebel, quien desde muchos años atrás ya había ingresado en el camino de la escritura. En 1983 recibió un reconocimiento por su cuento “Porque el tiempo está cerca” donde exploró temas recurrentes en su obra literaria y plástica: la dura vida de la marica de barrio, la descripción realista de los suburbios empobrecidos de su natal Santiago, la marginalidad travesti y los cuerpos carcomidos por el SIDA.

Su crónica es particular por las diversas coralidades desde las que nos habla. Hay personas que logran elaborar una poética con cada una de sus palabras. Pedro Lemebel es una de ellas, sin embargo, en su escritura también hay prosa y exploración filosófica que consigue aterrizar conceptos con un lenguaje claro, musical e íntimo con el que podemos conmovernos hasta la lágrima, sentirlo frente a frente como si nos estuviera hablando a los ojos, como si hubiera escrito aquello para nosotres y reír. Desde la escritura, su obra se encuentra en el volumen ya mencionado, así como en Loco afán. Crónicas de Sidario (1996), De perlas y cicatrices (1998), Zanjón de la Aguada (2003), Adiós, mariquita linda (2004), Serenata cafiola (2008) y Háblame de amores (2012). Y desde la cadencia de su oralidad, la crónica lemebeliana está en su cancionero popular, registrado en sus hermosas intervenciones en Radio Tierra.

La cualidad de reír de la desgracia personal no es propia de Lemebel. Me atrevo a decir que es un mecanismo colectivo del ser maricón, travesti, afeminado, pero él abraza este escudo y lo desarrolla magistralmente; gracias a ello nos atrapa y podemos sentirnos cómplices. La estética transfronteriza de su escritura encarna la metáfora de ese cuerpo que existe de una forma en el día y se transforma por la noche, el cuerpo camaleón que se impregna con la grasa de las capitales para arrancarse de esas paredes y habitar un mundo prohibido en donde cohabitan el olor a Old Spice, los tacones y el rímel de mercado de pulgas.



Hombría con H de hembra


A pesar de su cercanía con grupos militantes y de su acérrima denuncia contra la dictadura pinochetista, Pedro Lemebel fue un crítico profundo del Partido Comunista de Chile, y para ello, también se valió de la burla porque, después de todo, su diferencia caminaba diez pasos delante de él. A pesar de esto, sostuvo una íntima amistad con Gladys Marín, presidenta y secretaria general del partido, a quien Lemebel amaba profundamente y para quien escribió el libro Mi amiga Gladys (2016), en cuyas páginas relata su amistad permeada por el desamor del corazón y el de la política.



¿Y qué podría decir, mi niña? A un año de tu partida los recuerdos se me cruzan en el aire como pájaros ciegos, como alondras expatriadas, las imágenes no pueden recuperar el color lejano de tu abandono. Porque aún no despierto, aún no resucito de aquella noche cruel en que te fuiste, desde entonces no tiene mucho que decir este corazón atolondrado que no se convence cuando le digo que nunca más reíremos juntas, nunca más lloraremos juntas, nunca más marcharemos juntas, nunca más pelearemos juntas por los avatares justicieros de esta patria. Lo cierto es que estas palabras no tienen eco en el abismo sordo de tu ausencia, querida…

(Pedro Lemebel, “Aniversario de muerte de Gladys Marín”, 2006).


En 1986, Lemebel se presentó en un mitin de izquierdas usando sus tacones, con la hoz y el martillo pintados en la cara y los labios maquillados. Durante el evento leyó el icónico manifiesto Hablo por mi diferencia, en donde se consagra como viajero en el tiempo para abrazar a una infancia maricona y abrirnos la puerta de nuestra propia existencia. Es un llamado de atención para esos señores comunistas de discurso añejo, una petición de dignidad para esos destinos venideros condenados a la marginalidad únicamente por nuestra diferencia. El manifiesto toma de la mano a los soldados solitarios que se enamoraron en un cuartel, a la madre de manos tajeadas por el cloro que curaron los golpes de una hija travestida. Es un tatuaje que cada desviada pobre en América Latina lleva impreso en cada fibra de su cuerpo:



No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya

(Fragmento)


Lemebel, no quiero hablar de tu partida ni de tu enfermedad porque sé que no te gustaba hablar de eso, sé que no querías morirte. Una parte tuya se fue en el 2015, pero nos dejaste tanto que estos párrafos son sólo un breve gesto de gratitud con esa existencia enorme que continúa resonando en cada burdel, en cada esquina de barrio, en cada aula de colegio y cada corazón fuga. No tuviste amigos, tuviste amores, porque en cada loca a la que le curaste el alita rota tenés un amor que te acompaña en el lecho de tu eternidad. Al hablar desde lo más íntimo de tu voz interior hablaste de todas nosotras.

Te queremos, mariquita linda.