Poder ser / No. 234

Libertad bajo metamorfosis



la identidad comienza por lo que deseamos
Ana Clavel


7:01 a.m. ¡Pípipipi, pípipipi, pípipipi! El alba desvirgó sus ojos, abortando el sueño.

La jornada arrancó su cuerpo de las cobijas, zombi del salario y engrane de carne para un motor de premuras en esta ciudad. Abandonó su recámara, caminó al baño y sus lunares bostezaron mientras de la regadera caían pensamientos. El vapor se escondió en sus poros y el zacate hizo rabiar a su sexo. Ceremonia de champú con “All about us”. They… say… don’t… trust… Su desafinación fue muda.

7:26 a.m. En la habitación desbarató su penacho de toalla, su desnudez amaneció, mas el espejo no mostró ninguna utopía. No se alarmó, así saludaba el mundo: invisibilizando. Su inexistencia encarnó en calcetines, medias, mocasines, manoletinas, pantalones, falda, camisa, blusa, reloj, collar, pintalabios…

Bajó al comedor. Su familia desayunaba omelettes de moral con café tradicional: su padre debatía con el periódico, su madre maquillaba la estufa y su hermano entronizaba al televisor.

—¡Buenos días! —nadie regresó el saludo. ¡Muac, muuac, muuuac! Y nadie fue reflejo de sus besos—. Regresaré al anochecer…

7:59 a.m. El zaguán de su casa en Santa Catarina mutó su ausencia en imán. El adoquín pregonó sus pasos, el sol coronó su silueta y el viento fue perfumado por su respiración. Las ventanas llovieron sus runrunes, plic-plic-plic, las coladeras carcajearon, ¡ja-ja-ja!, los transeúntes ametrallaron con sus pupilas, ¡pum-pum-pum!, mientras otros afilaron el falo, ¡fiu-fiuuu! Magnetizaba todo menos respeto. Para olvidarse, desayunó su cigarro de Nutella y se enjauló en el himno de sus auriculares:

    Y todos me miran, me miran, me miran,
    porque sé que soy fina, porque todos me admiran…


8:21 a.m. Con el cuerpo manoseado de prejuicios y la conciencia ebria, entraste a metro Viveros. Compraste un boleto y el torniquete volvió tu piel de calamita en un bosque de lepra. El tren llegó ahíto, abrió sus puertas y los usuarios te saludaron con su huida, ¡ahhh! La sauna te devoró, sopeaste tu alma en el vaho de esa ciudad de nueve vagones y el ¡tuuuuu! te encerró. Te sentaste delante de una oficinista y a la derecha de un mercader. ¡Aj!, y se levantaron para ampararse en el agarradero. Entonces los fulminaste con el ceño, te erguiste y abrazaste a la mujer. La duchaste con tus llagas y le exprimiste todas sus groserías:

—¡Suéltame, maldita! ¡Quítate, cabrón! ¡Me acosas! ¡Me contagias! ¡Estúpido! ¡Perra! ¡Auxilio!

Una falange de sudor, lujuria, premura y sopor te arrojó del tren en Centro Médico. Te preguntaste si pertenecías a México, pues aquellos mexicanos, tus hermanos del 5 de mayo, tus insurrectos contra el PRI, tus gemelos de chile y cacao, te abominaban. ¿Qué eras? ¿Un pellejo con derechos o una idea ácida?

Sacudiste tu espíritu; no asistirías al trabajo. “¡Que se joda Nora y su jauría de flojos! Yo soy el espinazo de su sueldo y el ano de su ocio. ¡Que valoren la arquitectura de mi café!”, pensaste. Transbordaste en la línea 9. El tren arribó eructando y, repeliendo a los usuarios, entraste al vagón y urdiste con la sauna el pañal de la sociedad. Tu voz laxaría su pensamiento.

9:13 a.m. Metro Auditorio. Los auriculares te armaron con “A quién le importa” y la lepra se desmoronó con el sismo de tus lunares. Ya no serías el precepto de la ciudad, sino un discurso para ella. Tus poros te eyectaban, nacías de ti para abandonarte. Emergiste del metro siendo una bocina de libertad.

Paseo de la Reforma se erizaba, se irisaba, se rizaba. Caminar de tacones rudos y de botas dulces. Muslos, panzas, nalgas y bíceps que eran proclamas, armas, cada quien era su bandera, la desnudez hablaba. Altoparlantes que arrodillaban al ninguneo político y carteles que alzaban a una sociedad enlodada de fobias.


¡Su amor no daña, tu odio sí!
+ Besos, - balas.
Todos hablan de libertad, pero ven a alguien libre y se espantan.


Ese día la libertad cazó arcoíris. Ese día el arcoíris casó dos libertades: el odio y el amor. Ciudad tornasol. Edificios de lentejuelas. La historia se encrespó cuando los besos legislaron y la desnudez redactó los periódicos. Internet hirvió por la manifestación con la solidaridad de los hashtags, ¡tac, tac, tac, clic!, ¡tac, tac, tac, clic!, pero eso sólo era la manicura de las revoluciones. La ofensiva estuvo en esa vena de asfalto, excitando al Museo Nacional de Antropología y guiñándole el ojo a Tláloc, amparada por la Diana y finalmente enarbolada por el Ángel, desde donde la Ciudad de México se riza, se irisa, se eriza.

3:39 p.m. Somos un garabato de carne, un acorde de respiraciones. Sus tetas incendiadas de semen, Simplégades o campanas. Su pene de fósforo, paleta o asta. Penetro la bahía caníbal, lamo esa espada velluda mientras la noche me sodomiza o un relámpago se derrite en mi sexo. Nalgueo a la demonia y masturbo al dios. Pero vienen más y mi ombligo se vuelve una trinchera de esperma, mis dientes cazan hímenes, nos desplumamos a gemidos. ¡Ahh! ¡Ahhh! Hay tatuajes que eyaculan, espaldas que gritan, gula de los anos, hervor de clítoris. Mi cuerpo son esas manos de cocoa o arroz, esos labios de cunnilingus o felación. Mi cuerpo es el sexo de ellos, el orgasmo colectivo. Somos invisibles por ninguneo, mas también por libertad. Quienes nos miran con la nariz o la espalda no existen, son una constante masturbación de negación. Mis senos de alba sobre una ciudad de falos. Mis testículos en un trono de lenguas. Soy nada al ser todo.

Estamos duchados de flashes. La manifestación se metamorfoseó en una selva de caricias, un breve país de carne en esta ciudad de manufactura inmortal. Estamos heridos de pitidos y silbidos. ¡Piii, piii! ¡Fiu, fiuu! La libertad es líquida y todas las máscaras y tildes desembocaron en nuestro sexo. ¡Flash, flash, flash! ¿El Ángel de la Independencia siempre ha estado mojado? ¡La Ciudad está inundada, se ha venido! ¡Flash, flash, flash!