Poder ser / No. 234

¿Por qué tuviste que decirle que la amabas a Mariana?




Me gustan las chicas
No me lo puedo explicar
Será por su pelo o su forma de mirar
Pero en ese chico yo no dejo de pensar
Cariño, “Bisexual”

Lo único que puede es enamorarse en secreto, en silencio, como yo de Mariana.
Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza.
José Emilio Pacheco, Las batallas en el desierto


Dr. José María Vértiz

Mi madre tuvo una novia. Pasó muchos años antes de que yo naciera y de que se operara los ojos para corregir su estrabismo. Se conocieron jugando voleibol en el Parque de los Venados. A veces, una recorría toda la línea del suburbano para cuidar a la otra cuando le daba fiebre. Cuando la llevó a conocer a mi familia, la presentó como su amiga. Aunque mis tías sospechaban, nunca comentaron nada al respecto.

Luego se separaron y muchos años después, cuando una vivía en Texas y la otra en México, cuando una tenía hijas y la otra seguía soltera, se encontraron en Facebook y empezaron una relación a distancia. Entonces los 27 kilómetros del suburbano más los 10 del metro parecían mínimos. También en esa época ella nos dijo que nos fuéramos a vivir todas juntas, como una familia. Supongo que lo dijo por la impotencia que sintió al enterarse de los golpes que el padre de mi hermana menor le dio a mi mamá.

Es bonito pensar en eso, en escaparse de la violencia alcohólica chilanga para irse a vivir a una casita al norte. Pero no todo es así de fácil. Después mi madre confesó que tal vez no le gustaban las mujeres. Yo creo que, más bien, cuando estaba en el ministerio, se acordó de cuando ella y su exnovia se pelearon a golpes en la calle.


Avenida Popocatépetl

Antes de conocer a Mariana tuve una novia: Paola. Tuvimos un noviazgo de duración minúscula cuando estábamos en segundo de secundaria. En la Diego Rivera ya se sabía de otras parejas de mujeres, así que nuestra relación no fue tan escandalosa, al menos entre el alumnado, aunque en la salida nos soltábamos las manos y reservábamos nuestros abrazos y piruetas para ojos más amables, los cuales no incluían a los de su madre.

Una vez nos dimos un largo beso de despedida en frente de Plaza Universidad, y cuando Paola se dio la vuelta para irse, se estampó con su mamá, quien curiosamente no vio nuestro beso. O no lo quiso ver.

Yo sí le dije a mi mamá que era bisexual, pero no le dije que tenía novia. Ella me dijo que le daba miedo que me pasara algo. Mi psiquiatra dijo que era una fase, que me habría creído más si le hubiese dicho que era lesbiana. Mi psicóloga me dijo que era indecisión, que yo tomaba decisiones a medias, que eso a los 13 años no se sabe.

No creo que Paola fuera al psicólogo en aquellos años, pero supongo que si le hubiera dicho que terminó con su novia en la secundaria porque se dio cuenta de que no le gustaban las mujeres, ni él ni nadie le habrían dicho que era muy pronto para estar segura sobre su “orientación”.


Corina y Xicoténcatl

Mariana y yo nos conocimos en la prepa (qué bonito se lee: Mariana y yo). Empezamos como amigas para después estancarnos en una relación de naturaleza híbrida. Ella, al igual que otras Marianas, era del gusto de varias personas pero de la correspondencia de pocas, incluyéndome. Yo le escribía cartas y le anotaba frases de libros en hojas de cuaderno. Pero a diferencia de sus pretendientes masculinos, conmigo se escondía en los baños, en los vestidores de mujeres, en los rincones más solitarios de las bibliotecas o en los callejones de Coyoacán. A veces se asustaba cuando veía cámaras de seguridad en nuestro escondite y teníamos que buscar uno nuevo. Otras, nos divertía que algún profesor o alumno nos viera y que los ojos se les abrieran hasta que las pestañas se les pegaban a las cejas.


Xicoténcatl e Ignacio Allende

Mi primer beso con Mariana fue enfrente del mercado de Coyoacán. Por supuesto que era de noche y estaba lloviendo, yo sabía que en algún momento iba a contar esta historia y que debía ser medianamente romántica.


Intervenciones

Durante esos dos años, aunque hubo varios hombres saliendo y entrando de nuestras vidas, nosotras permanecimos juntas. Por eso se me ocurrió que sería buena idea hacernos novias, pero a ella le pareció que complicaría las cosas. Y en eso tenía razón. Es más complicado amar a una mujer que a un hombre o a varios. Es un poco más fácil ser la otra que ser tortillera. Peor aún si eres algo a medias.


Callejón General Anaya

Sus padres tenían muchos más prejuicios que el promedio. Le decían que ponerse delineador y labial rojo era de putas. No querían que yo fuera su amiga por mi cabello “de niño”, mi ropa “reveladora” y mi maquillaje que era todo menos estético. Después de saber eso, tomé la mala decisión de vestirme con transparencias cuando sabía que había posibilidades de encontrarme a su madre, nada más para hacerla enojar. Eso provocó que le ordenara dejar de hablarme. Su opinión sólo me provocaba la mayor indiferencia. Lo doloroso era que Mariana la acatara.


Entre Malintzin y Cuauhtémoc

En sábados como éste, anhelo esa vida que no tuve. Aquélla en la que tengo dos madres, en la que no me tengo que esconder para besar a la mujer que quiero, en la que puedo presentar a mis novias con la misma naturalidad que a mis novios, en la que las mujeres no me coquetean sólo cuando están borrachas, en la que la bisexualidad no significa desorientación, promiscuidad ni infidelidad, o tríos de Tinder, en la que no tengo que esperar hasta los veintitantos para decir: “sí, yo la amo a ella” y que me crean.

Las mujeres que besamos a otras mujeres andamos por las calles y, a veces, nos apropiamos de una, de la que sea que no tenga miradas juzgonas. Nos tomamos las manos y nos ponemos apodos: Mariana, Helena, Victoria, Safo. Es común que nos llamemos amigas y nos escondamos a plena vista. Esperamos el día que seamos más valientes o, mejor, el día en el que no tengamos que serlo.