Efectos colaterales / No. 233

Afuera del pozo quedan sus ecos



y así mutilan la esperanza
y le cortan el corazón y la palabra al hombre


Efraín Huerta

I

Entonces despertar es como caer de cara en otro sueño, y desayunar, escuchar la radio, leer las noticias, darse cuenta de que el mundo es una cama de vidrios. Me resulta casi imposible precisar la verdadera razón de los hechos más allá de la torpe explicación de acto-consecuencia.

Aparto la mirada del celular y miro las paredes, el techo, las cortinas, al tiempo que oscila en mi cabeza la idea de que ya sabía que este escenario era más que probable desde el momento en que decidí levantar el teléfono, el 25 de diciembre de 2020, para decir a la prensa que nuestros superiores nos habían informado dos días antes que la institución en la que aún laboraba sufriría un recorte del 80% de su personal, al negarle la Secretaría de Cultura las ampliaciones necesarias para asegurar la conservación de los empleos de sus “prestadores de servicios profesionales”. Casi 100 personas, varios con familias que mantener y en medio de una pandemia. Entre ellos yo, Kevin Aragón, encargado de medios de comunicación de la Fonoteca Nacional.

Luego surgen los recuerdos del ajedrez político sobre el tablero mediático: la creación de nuestro colectivo y sus asambleas interminables, los esfuerzos por poner en la arena pública esta situación con entrevistas y comunicados en las redes sociales, las insensibles charlas con las autoridades y la efímera victoria que nos permitió trabajar en precarias condiciones durante 2021.

Remuevo esos fotogramas de mi memoria y me es difícil precisar mis motivos: ¿Amor a la patria, a su cultura? ¿Conciencia de clase? ¿Sed de justicia? ¿Sentido de supervivencia o simple egoísmo disfrazado de empatía?, como si todo esto fuera mi culpa. Qué irónico que luzcan tan lejanos, justo cuando las consecuencias para mí son tan evidentes: comenzar este año, en el mar de la incertidumbre y sin empleo, como una víctima colateral de las políticas públicas y las malas administraciones.


II

Pero no soy el único ni el más miserable, pienso, justo antes de apagar mi cigarrillo en un arrebato entre la ira y el hartazgo. Como yo ha habido cientos, en todas y cada una de las dependencias del Gobierno, incluso antes de esta Cuarta Transformación. Eventuales contratados bajo el concepto de gastos conocido como Capítulo 3 000, que no les otorga derechos laborales ni seguridad alguna, mucho menos liquidaciones, porque legalmente no son reconocidos como trabajadores, sino como “prestadores de servicios profesionales”. Aunque trabajen como tal —incluso entregando sus vidas durante décadas—, para los altos funcionarios son simples engranajes humanos, reemplazables todos, con la función de dar movimiento, desde la vulnerabilidad y el anonimato, a la estropeada maquinaria del Estado. A final de cuentas, una simulación laboral normalizada que remarca una tajante diferencia entre la clase política que recibe todos sus derechos y la mano de obra que es administrada a fuerza de condiciones cada vez más precarias.

Impulsado por la ansiedad, enciendo otro cigarrillo y surge en mí la pregunta de si no me estoy teniendo demasiada autocompasión. ¿Realmente soy una víctima colateral? Entonces recuerdo al polaco Zygmunt Bauman, que dice que en el término “daño colateral” —aunque recientemente instalado en el vocabulario militar y de desastres naturales—, que refiere a los efectos no intencionales ni previstos o, peor aún, a los riesgos que valen la pena pagar, se esconde, muy en su médula, la verdad de la desigualdad, pues de los más desprotegidos son los nombres que ese concepto encubre. Y me contesto que sí, aunque ahora no parezca una tragedia griega de dimensiones escandalosas, e incluso si es verdad que el recorte que amenazaba a la Fonoteca Nacional respondía a las políticas de austeridad del Gobierno para tratar la pandemia y no a un apretar de cinturones para migrar el mayor número de recursos al Proyecto Chapultepec, que ese año obtuvo cerca del 40% de los recursos totales destinados a la Secretaría de Cultura, como bien quedó publicado en el Diario Oficial de la Federación.

En ambos casos, el de una pandemia o un megaproyecto, los trabajadores de Capítulo 3 000 podían pagar la austeridad o el capricho del Estado con sus propios trabajos, su hambre, su miedo, sus angustias e incluso su muerte. Aún recuerdo las últimas palabras que le dije por teléfono al director de la Fonoteca Nacional: “Sé que siempre has hecho lo mejor para la institución, pero si los trabajadores deciden tomar postura, están en todo su derecho”. Y él me contestó: “Estoy consciente de ello y lo asumo”.


III

El humano es un ser hecho de contradicciones. Hoy, a pesar de saber que necesito conseguir empleo antes de que se terminen mis ahorros, no me he levantado de la cama. Cinco rechazos e infinitas promesas. En los periódicos han dicho que la Fonoteca Nacional ha recibido el reconocimiento Memoria del Mundo de México que otorga la unesco por el acervo del doctor Álvaro Gálvez y Fuentes. De nuevo el director habló de la urgencia de preservar los archivos sonoros que a cada instante están en riesgo de desaparecer. El mismo discurso que le escuché decir hasta el cansancio en cada una de sus entrevistas y conferencias o eventos burocráticos.

Dejo caer el celular pesadamente sobre las sábanas. Una vez más los fotogramas aparecen y miro al director de la Fonoteca Nacional decirle al vocero del colectivo que la falta de trabajadores no afectaría la preservación del acervo ni del patrimonio sonoro de México. Él siempre se ha llamado a sí mismo de izquierda y profesó durante muchos años un marxismo que yo admiré desde mis tiempos como estudiante. ¿Quién si no los trabajadores son los encargados de preservar todos esos archivos, encontrarlos, catalogarlos, digitalizarlos y difundirlos?

Es imposible saber la cantidad de acervos que se han perdido en algún rincón, pudriéndose, porque durante la pandemia se tuvieron que limitar todas las actividades “sustanciales” de la Fonoteca Nacional. Ése es, tal vez, el daño colateral más significativo. El mismo director y otros han difundido que se estima que para esta década se perderá el 30% del patrimonio sonoro europeo, mientras que el 50% de América Latina. Incluso la unesco ha lanzado alertas para digitalizar todo el archivo documental posible en cintas de carrete abierto antes de 2025 para asegurar su preservación. La urgencia no era ni es ni será sólo presente, sino también futura.


IV

De nuevo la abulia, paralizado en este departamento que no me pertenece, aprendiendo a medir el papel de baño, la pasta de dientes, los garrafones de agua, los granos de arroz y las hojuelas de avena. Vivo en mí la austeridad republicana. Unos me dicen: “Algo saldrá”, “No desesperes”, “Dios te pondrá donde tienes que estar”. Otros, los más sensatos, me han recomendado encontrar un trabajo de lo que sea, empezar a generar, aunque sea en algo que no esté relacionado con la comunicación, la literatura o la cultura: “En México sólo se muere de hambre el que quiere”.

Tal vez por ese mismo sentido común es que a principios del año, durante los últimos esfuerzos del colectivo por reclamar condiciones dignas de trabajo, la mayoría de los compañeros prefirieron aferrarse al silencio, con la esperanza de que los llamaran de manera individual para que los contrataran por un sueldo y actividades reducidas, como lo fue durante 2021. Sin embargo, ese comportamiento no es nuevo. Desde la creación de la Fonoteca Nacional en 2008, en la boca de los “prestadores de servicios profesionales”, cada fin de año se yergue un cristo de angustias por no saber si serán contratados, que luego hace esfuerzos en su cruz, para volverse enojo y molestias, porque no reciben pago casi hasta mayo del año siguiente. Y entre los trabajadores, como un fantasma que recorre los pasillos de la Casa Alvarado, se comparte la idea de levantar la voz, pero luego el fantasma se vuelve sólo un relato antiguo cuando comienzan a caer los primeros pagos y al fin se puede comenzar a pagar las deudas acumuladas y vivir medianamente.

Los entiendo a cada uno, aunque encuentro inaceptable esa dialéctica que se ha vuelto el mejor método de sometimiento: establecer la mayor incertidumbre para vender las esperanzas al menor precio, con la amenaza latente de perderlo todo. Esta situación me recuerda al narrador de “El pozo y el péndulo”, de Edgar Allan Poe, que entre la oscuridad encuentra un enorme agujero en el que puede caer y piensa que puede haber cientos más, donde perdería toda esperanza de escapatoria. Así que decide no moverse, no hacer nada, pisar seguro, aunque luego se da cuenta de que, de quedarse así, permanecería de igual modo en un pozo aún más grande y profundo.


V

Ya han pasado tres meses desde que me dijeron que “no requerirían mis servicios” para este año. Desde entonces todo ha sido ver caer en el olvido lo que hicimos para defender nuestros empleos y el patrimonio sonoro de México, aunque veo con felicidad que logramos mucho. Nadie del colectivo me ha llamado para saber cómo estoy o si ya encontré algún empleo. Alguien me dijo que esto sucedería: “nadie va a saltar por ti”, “nadie te va a recordar”.

Lo supe siempre, aunque tengo que reconocer que fue gratificante luchar por algo que creí justo, sentirme un pequeño Che, un minúsculo Allende, un diminuto Revueltas, entre el laberinto de El Castillo de Kafka. Había un placer en poder ser parte funcional de un fragmento de la historia de México. Me parece curiosa la coincidencia, mi nombre también empieza con la letra K.

En febrero recibí una llamada de una conocida para decirme que un amigo suyo, periodista, quería tener una entrevista conmigo para hablar de todo lo sucedido. Le dije que no, que ya no quería pugnas ni reveses. A los pocos días mi nombre apareció impreso entre las páginas de la revista Letras Libres; el periodista que siempre estuvo rondando al colectivo muy de cerca, pero en silencio, hizo la relatoría de todos los hechos, con lujo de detalle, terminando así: “En tanto, Kevin Aragón, encargado de medios de comunicación y uno de los líderes que encabezó la creación del colectivo, fue notificado de que no se le recontratará. La Secretaría de Cultura quiere desactivar el Colectivo Fonoteca 3 000”.

Escribo esto pensando en lo que sentí en ese momento: una parte de mí se agitó llena de furia y temor ante las consecuencias inmediatas que podía tener ese artículo para mi vida laboral; yo siempre quise estar en la sombra. La otra se sintió orgulloso por ese renglón que da nombre a ese cuerpo que levantó la voz junto con sus compañeros. Tal vez, para la memoria no todo fue en vano.