Efectos colaterales / No. 233

Lágrimas en tres actos o las consecuencias de amar
 
Exordio

Colateral: que se deriva o es consecuencia de otra cosa principal que se pretende.1

Existen tres tipos de lágrimas: basales, de reflejo y emocionales. Gotas que son segregadas por glándulas. Gotas que, si bien están formadas principalmente por agua, también contienen proteínas, lípidos, enzimas, glucosa, urea, sodio y potasio. Gotas que se nos escurren desde los ojos por la cara. Y aunque sean necesarias, no existe control sobre ellas. Simplemente se riegan, nos mojan, se derraman, dejan un rastro de sal y emoción por la vida.

No puedo decir que las lágrimas no sean una consecuencia directa de las emociones para mí. No existe emoción que no me provoque llorar. Sin embargo, el amor nunca había sido una de ellas. Amar no debería doler, ¿no? ¿Pero amar a quien ya no se tiene? ¿Amar lo que antes fuimos? Añorar. Al final la tristeza, la nostalgia, el dolor de no olvidar son consecuencias indirectas de amar fuerte. Sin prisas, con la sangre y con la carne. Y al final las lágrimas siempre se me van a escurrir por lo que ya no es, pero no se puede dejar de amar.


Primer acto: la pérdida

P: Lit nos vimos antes de que empezara la pandemia.
    8:02 p.m.

                       S: Lo que me perturba es que esa persona ya no existe.
                           8:09 p.m.

A: x2
    8:18 p.m.


El 22 de febrero de 2020 fue la última vez que vi a Héctor. Había quedado con unas amigas en una placita. Sentada con las piernas cruzadas en una banca escuchaba las historias de A. Estaba fresco, la noche tranquila y agradable. Estaba emocionada por saber qué es lo que había pasado con mis amigas de infancia en esos últimos meses. Los vi bajo la luz de las lámparas y corrí a ellos.

Isabella traía unos tenis nuevos. Dio saltos de un lado a otro para enseñarme que en la suela prendían lucecitas. Creo que eran rosas. De la mano de su mamá me contó que habían ido a la plaza a comprarlos, a comer algo, a tomar el fresco. Abracé fuerte a mis amigos. A Héctor lo abracé al final, sin saber que era la última vez que lo vería así. Dos meses después estaría perdida en el mundo, mi primo estaría muerto, Isabella traería otros zapatos, pero ésos no los recordaré.

Cuando, tiempo después, P nos recordó a A y a mí esa noche sé que lo hizo con la mejor intención. A fin de cuentas la pasamos bien. Prometimos seguir viéndonos frecuentemente, aunque la pandemia suspendió los planes en un después que todavía parece eterno. Ellas no saben que fue la última vez que vi a mi primo. Que desde que supe que había muerto repaso esa plática de los tenis con luces, de las promesas de vernos pronto, el fresco de la noche, los abrazos. Y nunca he podido recordar si le dije lo mucho que lo amaba. No saben que todo lo que hablamos nosotras tres se difumina en mi cerebro mientras se me comprime el pecho. Ninguna es la misma, de eso estoy segura. Pero no sé si ese día les regresa con malestar como a mí.


Segundo acto: la destrucción

No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.

Miguel Hernández, Me sobra el corazón”


He amado a muchas personas en la vida. Varias de ellas se fueron, se perdieron o se murieron. Pero nunca me había dolido tanto perder a alguien como a Héctor. Es una espiral que camino todos los días desde que me despierto hasta que me duermo, y muchas veces durante los sueños también.

Me levanto y pongo el café. El botón de la cafetera está tan gastado que a veces no prende. Me estiro, me baño y me siento a escribir, a leer, a pensar. Antes tenía una vida afuera. Tenía cosas, un trabajo, un novio, un lugar a donde ir. Antes sonreía en todas las fotos. Ahora me abro paso en los días intentando hacer una rutina, apegarme a ella.

Hay días en los que creo que fui yo quien destruyó todo lo que tenía por no poder dejar ir ese recuerdo que punza: la noche de los tenis rosas con luces. El calor del primer año de encierro y la urgencia de salir por sentirme asfixiada en mi casa. ¿Pero a dónde podría haber ido? Ningún lugar me habría regresado lo que perdí ese día hace dos años. Sobre todo, las ganas de seguir adelante.

El dolor atraviesa el cuerpo, sí, pero ¿cómo transformamos la punzada en el estómago en palabras? ¿Cómo explicar qué se siente levantarse en medio de la noche sin poder respirar ni entender nada porque el aire no entra a los pulmones? El dolor te transforma en un cuerpo que se cierra en sí mismo. El simple tacto del otro sobre la piel puede lastimar tanto como un golpe. La palabra más amable se puede transformar en el desvelo de noches enteras. Entonces me escondí en mi mente, en la espiral de no entender el mundo, de no querer que nada ni nadie me importara. Y de a poco destruí lo que había construido en años: a mí.


Tercer acto: en blanco

El final de las cosas trae consigo aprendizajes. Giramos la cabeza hacia atrás y miramos el camino recorrido con la tranquilidad de saber hacia dónde nos dirigimos. Pero, realmente, ¿cuál es el final? ¿Cómo saber que hemos aprendido algo y que es momento de avanzar? Éste es el acto donde debería contar cómo las cosas mejoraron poco a poco y me convertí en una nueva versión de mí, una que es resiliente. Una versión sin miedo, nueva. Una versión libre del dolor.

La verdad es que el final no existe y el dolor puede acompañarnos toda la vida a pesar de que aprendamos de él. Nada me traerá de vuelta a Héctor, eso lo sé. Pero su pérdida tampoco tiene por qué ser una lección. La gente no se muere para enseñarnos algo. Simplemente pasa y nos quedamos añorando que no fuera así. El punto es que nos quedamos esperando, porque no tenemos otra cosa que hacer con lo que sentimos en las entrañas. Sólo podemos esperar a que pase y podamos terminar de limpiar, de comer, de escribir este texto. Tenemos que detenernos un momento antes de poner los pies en el suelo por primera vez en el día y decidir seguir adelante, aunque queramos regresar a la cama. Y ésa es la parte difícil. Empujarnos diario, buscar una razón para no quedarnos a seguir saboreando el dolor. Reconocer que seguir tocando la herida también es adictivo.

Me gustaría ser la flor que rompe el asfalto. Pero debo admitir que si giro la cabeza hacia atrás no hay un camino claro que haya recorrido. No puedo decir que ahora duermo tranquila, que las ojeras desaparecieron, que el pecho no se contrae hasta dejarme sin aliento. Sé que ahora puedo salir de la cama, poner el café, estirarme, bañarme y escribir. Pero el dolor sigue latente, esperando que algo detone un recuerdo. Y sin embargo, lo único que conservo como un tesoro es el deseo de seguir amando hasta que la piel se me quede en ello.




1Oxford Languages, definición 1.