Carrusel / No. 232

Almudena Grandes. Una conversación con Clemente Guerrero
 
 
La tarea de recordar a quienes han partido es siempre necesaria. El pasado 27 de noviembre falleció la escritora Almudena Grandes (Madrid, 1960), una de las autoras más importantes y necesarias de ambos lados del idioma. Desde la publicación de su primera novela Las edades de Lulú (1989) —considerada por El mundo una de las 100 mejores novelas en español del siglo xx—, ha recibido numerosos premios y su obra se ha adaptado varias veces al cine.

La narrativa de Grandes transita el cambio de siglo junto a la sociedad española: un cruce entre el presente y el pasado de los calendarios históricos e internos de cada personaje. Asimismo, su monumental proyecto narrativo, Episodios de una guerra interminable, se adentra en una de las épocas más dolorosas de su país, a partir de algunos momentos de la resistencia antifranquista entre 1939 y 1964. Inés y la alegría (2010), la primera novela de los Episodios…, recibió en 2011 el Premio de la Crítica de Madrid, el Sor Juana Inés de la Cruz y el Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska.

Con motivo de la recepción de este último, el poeta Clemente Guerrero nos invita a su veloz y amena entrevista con Almudena Grandes, publicada previamente en el ya desaparecido periódico El punto crítico. La memoria —al igual que en muchas de sus novelas— camina por esta charla. Acompañar esta conversación con la autora de Atlas de geografía humana y Estaciones de paso es compartir el inicio de los cómos y los cuándos: volver a leer —a escuchar— a Grandes la trae de vuelta unos momentos, como si no se hubiera ido.

La redacción



Parece casi una obsesión de la literatura el contraste de la imaginación con las pequeñas cosas: saber si ese lápiz que reposa en el vaso es en verdad un lápiz o un pequeño insecto que puede hacer cosquillas a la mano, saber si la mirada que hay detrás de una pescadora en el mercado resulta tan monótona como las monedas con las que entrega el cambio, si nuestros gestos serán los mismos gestos de un pariente que quizá haya trabajado como jardinero en un manicomio. Esta forma de indagar, de encuentro, está siempre en la literatura de Almudena Grandes.


En 2011 me encontré con ella de forma casi casual en la Alameda Central de la Ciudad de México. En aquel entonces repartía mi tiempo como estudiante y reportero de un pequeño periódico local. Asistía a ferias del libro, a veces como colaborador, y esperaba cazar algún reportaje. En la XI edición de la Feria del Libro de Ciudad de México, conocí a Almudena Grandes. Sigo sin entender por qué, pero tengo vívido el recuerdo de sus ojos y sus manos: sentía generosidad en su mirada, y sus manos estaban casi siempre una encima de la otra, como acompañándose. El encuentro fue apresurado: sólo había venido a recibir el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y ese mismo día regresaba a España. Fui el único que cubrió la nota. Tanto por la extensión disponible como por los tiempos del periodismo, muchos detalles quedaron fuera, pero intenté, como ahora, ser fiel a esa prisa. Y aunque el texto fue hecho para leerse en un periódico, sigo pensando que lo esencial de aquella conversación se mantiene.

Nos acompaña un sol de mediodía, sentados en la mesa redonda de un café. Tienes la mirada profunda como me imagino la mirada de Carmen, uno de los personajes de tu novela más reciente, Inés y la alegría. Pero la serie Episodios de una guerra interminable es el pretexto que te trae a la Ciudad de México. A ti, la primera mujer española en ganar el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska. No hay tiempo, es un viaje rápido. Me cuentas cómo supiste que habías ganado el premio:

Yo me enteré porque la presidenta del jurado, que es la ganadora del año anterior y encargada de comunicármelo, me mandó un correo electrónico. Y bueno, yo creo que, en general, muchas veces las cosas buenas en la vida pasan así, de forma inopinada, inesperada, y muchas veces estás tanto tiempo esperando un premio o que pase algo bueno y no pasa nunca, y otras veces sin que tengas ni idea, pasa en la otra punta del mundo. Para mí es muy emocionante recibir un premio aquí en México porque de alguna forma me siento en casa, porque todos los que escribimos en español formamos parte de la misma literatura, pero por otro lado automáticamente estamos muy lejos.

Con tu acento madrileño continúas:

Entonces abro el correo para mandar la columna de todas las semanas al periódico mío, El País, y me encontré un mensaje de Mónica Lavín, que presidió el jurado, comunicándome el resultado. Me hizo mucha ilusión, pero me quedé muy sorprendida porque no me lo esperaba y ha sido un premio muy emocionante para mí. Porque, bueno, yo muchas veces cuando me siento en mi mesa en Madrid me pongo a pensar en la misma gente que está escribiendo en la misma lengua tan lejos, y el hecho de recibir un premio en la Ciudad de México lo que hace es confirmarme esa sensación de formar parte de una literatura mucho más grande que yo, y de una literatura milagrosa, porque yo creo que somos la única en el mundo que tiene esas características.

Llegan las bebidas y te pregunto cuánto tiempo llevas escribiendo:

Mira, publicando llevo desde el año 89, pero escribiendo llevo casi toda mi vida. Cuando era una niña de ocho o nueve escribía cuentos. Muchas veces los domingos por la tarde, mi padre nos llevaba a la casa de mi abuelo para ver el partido de fútbol en mi época había sólo un partido a la semana, no como ahora que hay infinidad, y también íbamos a merendar, pero no nos dejaban hablar para no molestar a los que veían el juego. Siempre nos daban una hoja de papel y unos lápices de colores, pero yo no sé dibujar; mientras mi hermano se la pasaba bien yo me aburría. Entonces una abuela mía, que murió hace poco, me dijo una vez: “Y tú que lees tanto, ¿por qué no escribes un cuento y así te entretienes?”. Y así empecé a escribir. A los ocho años escribía cuentos en el tiempo que duraba el partido de fútbol en la primera cadena española.

Entonces yo creo que a mí me hizo escritora la lectura, como a todos los escritores. No es novedoso, yo pienso que todos los escritores empiezan a escribir porque les gusta leer. Primero está siempre la lectura y luego la escritura, son como dos caras de un mismo espejo.

Lo fundamental es intentar escribir los libros que a uno le gustaría leer. En ese sentido, creo que no existe mejor filtro de calidad que conseguir leer lo que escribes con los ojos del lector que eres. Yo procuro leer lo que yo escribo con los ojos con los que leo lo que escriben los demás, porque suelo ser tan exigente conmigo misma como con los otros, pero también porque significa escribir las novelas que me gustaría leer. Porque si yo no soy capaz de entretenerme a mí misma, de conmoverme a mí misma, de hacerme reír o llorar a mí misma, no voy a emocionar a nadie.

Creo que en la literatura siempre hay un componente muy grande de admiración por los escritores que te han hecho escritora, es una necesidad de emularlos. Por ejemplo, otros escritores dicen que cuando escriben no leen; yo cuando escribo leo. Yo leo siempre, cuando escribo y cuando no escribo, y no me preocupa leer libros buenos, porque a mí los libros buenos me estimulan. Cuando yo leo un libro muy bueno termino con unas ganas enormes de escribir algo tan bueno como lo que he leído. Lo que es peor es leer libros malos porque entonces tiendes a rebajar la exigencia contigo misma y a pensar, si con lo malo que son los demás, para qué te vas a preocupar.
 


Eres amante del cine de Luis Buñuel y Fritz Lang, según me confiesas, ¿quiénes más influenciaron tu obra?

Mira, son muchos y muy diferentes. Yo creo que el primer libro fundamental para mí fue una versión en prosa para niños de la Odisea de Homero, que me regaló mi abuelo cuando hice la primera comunión. Fue el primero que leí en primera persona, ahí aprendí que se podía leer en primera persona en plural, que donde ponía Ulises yo leía nosotros, es decir Ulises y yo, entonces lo que le pasaba a él me pasaba a mí también. Con ese libro sentí con claridad la identificación con lo que estaba leyendo por primera vez.

Me han influenciado muchos. Recuerdo, por citar un ejemplo, Mujercitas de Louisa May Alcott, que es un libro que leí de adolescente, medianamente bueno. Pero en especial recuerdo a Benito Pérez Galdós. Cuando descubrí su literatura me atrapó. Me encanta su manejo de personajes y que los ocupa como subsecuentes en diferentes novelas.
 


Tienes que regresar a esa España que reconquista su pasado con tus novelas, a seguir siendo un referente de la literatura española y a seguir marcando la trayectoria de los jóvenes escritores. ¿Qué consejo le das a los jóvenes escritores?

Cuando algún joven o alguno de mis amigos escritores me preguntan acerca de sus textos siempre tengo un consejo que parece contradictorio: que sean muy críticos consigo mismos. Si uno no es crítico consigo mismo, siempre quedará una sensación de vacío.

Esa misma sensación dejas ahora. Los labios apretados, ensimismada y, a la vez, la sensación de quien tiene una larga lista de tareas que cumplir: una de ellas, tomar un vuelo de regreso a España.