Suerte / No. 232

La monja
 
 


Camuflándose con las hojas del piso,
la vi viéndome
mirada que a otra busca, rogando coincidir,
entre la vorágine de pupilas indómitas, de cegueras deliberadas
que es la salida del metro a las seis.

Una de miles es la mía,
que el destino hizo enredarse en el suelo
y arrastrarse
hasta topar con el contorno de un rostro.

Titubeo ante la súbita revelación del espectro,
helado quedo ante la silueta que erró donde no le correspondía
y que, sin siquiera media plegaria,
se me quiere regalar.

Desmañanarme sembró quizá
este rumbo hacia el trabajo de espejismos,
poniéndome una monja a los pies
como un vestigio forajido del sueño:

para el que no conoce su son,
desafina el timbre de la suerte,
arritmia es entre los estertores regulares del tiempo.

El pasmo se me cobra caro
entregándose la aparición
al hombre que,
también mirando abajo, me rebasa:

lo veo agacharse
y arrebatarle
a quien pude ser
si familiar me fuera la Fortuna
un billete abandonado
de 200 pesos.