Carrusel / Bajo cubierta / No. 228

Sin espacio en la memoria




Martín Rangel.
Soy una máquina y no puedo olvidar.
Antología de poesía electrónica.
Centro de Cultura Digital.
2017, 8' 08".

Los impulsos de la literatura electrónica y sus provocaciones en el circuito de la producción artística han fracturado los entornos de intercambio cultural, y paulatinamente se han abierto espacios de circulación en donde las tecnologías son las protagonistas de las transformaciones materiales en cuanto al ámbito creativo se refiere. Tal es el caso del Centro de Cultura Digital (CCD) en la Ciudad de México, que se dedica a la “producción, formación, comunicación y reflexión sobre nuevas manifestaciones culturales, sociales y económicas, que surgen a partir del uso cotidiano de la tecnología digital”. La pieza Soy una máquina y no puedo olvidar del escritor hidalguense Martín Rangel, que se encuentra en la Antología de poesía electrónica, representa una de estas manifestaciones.

La pieza en cuestión se estructura en al menos tres planos de profundidad visual, es decir, la composición es en sí misma un video de 10 minutos que se superpone a una secuencia de imágenes en movimiento. En el video se despliega otro plano que ejecuta un editor de texto, en el que aparecen las letras de una carta escrita en tiempo real con el sonido del tecleo de una máquina retro, y después de la misiva aparece la grabación sonora de un poema al que se ha aludido antes. Sirva esta escueta descripción únicamente como resumen de algunos rasgos que permiten discutir sobre la estética digital.


(In)materialidades del texto

No deja de sorprender el hecho de que un tipo de discurso tan antiguo como el de la carta siga teniendo una validez tan extendida, en particular para asuntos formales e institucionales. De este subgénero de las correspondencias se espera que sea cuidado, preciso y atento, quizá en clara oposición a la inmediatez de la comunicación por mensajería “instantánea”. Por lo tanto, no es casual la elección de empezar la obra con un tipo de discurso como ése, que plantea desde un comienzo matices, paradojas y contradicciones que envuelven su contenido, el cual es reforzado por el ambiente sonoro de una máquina de escribir. Es decir, dentro de la propia puesta en escena hay un despliegue de la materialidad del texto y de su larga tradición con los soportes tecnológicos. Vale la pena insistir en el entorno sonoro porque establece vínculos inmersivos con el espectador, ya que en el propio desdoblamiento de las palabras se logra un efecto personal con el lector, como si fuera éste quien redacta la carta, como si él fuera el protagonista de lo que acontece. Pero además se revela un supuesto de mayor dimensión: muestra la escritura como un proceso, como algo que se genera progresivamente y que no está dado de una vez o emerge espontánemente. Cuando leemos algún texto en el soporte tradicional del libro, en cambio, aquél se presenta como algo inmutable, definido de una vez con toda su extensión, miramos la hoja y se observan las palabras completas. Por otro lado, el ejercicio de Rangel exhibe la condición de una escritura que se gesta a un ritmo diferente, y a la cual accedemos poco a poco.

Asimismo, en términos de contenido plantea profundas interrogativas filosóficas sobre qué compone a la conciencia y si una máquina puede generarla. En este punto quiero hacer referencia a la presentación TED (2015) de Oscar Schwartz Can a computer write poetry? en la cual menciona lo siguiente:

Así que cuando nos preguntamos: “¿puede una computadora escribir poesía?” también nos estamos preguntando: “¿qué es lo que significa ser humano y cómo ponemos límites alrededor de esta categoría?, ¿cómo es que decimos quién o qué puede ser parte de esta categoría?” Ésta es una pregunta esencialmente filosófica y, creo, no puede ser respondida con un test de sí o no, como la prueba Turing.1
Es la arquitectura textual la que organiza las preocupaciones temáticas. En la carta se leen las palabras del encargado de desarrollar un robot que “asista a los artistas en la manufactura, el proceso físico de construir una obra, la labor manual”, de manera que éste se dedique únicamente a “la labor intelectual: pensar la obra, y el robot la llevaría a cabo.” Lo anterior mina las concepciones de lo que se considera arte y, más aún, de la relación del trabajo con el artista. Pero la carta de la pieza va todavía más allá cuando se descubre en ella que uno de los tres prototipos manifestó un “comportamiento extraño” al mostrar fijación por la escritura creativa, lo que no sería demasiado inquietante si no fuera porque se nos dice que en el documento se adjunta el archivo generado por el robot luego de que el encargado del proyecto le solicitara a aquél escribir un poema.



La segunda parte de la pieza comienza cuando la carta, firmada en octubre de 2017 en la ciudad de Hong Kong, cede paso una secuencia visual con una voz “robotizada” que recita lo que parece un poema. La preocupación de la voz, que se asume como el robot, gira en torno a la memoria que posee éste en contraste con la de los humanos, éstos olvidan, pero la memoria de la computadora es potencialmente infinita. Sobresale la incorporación de diferentes escenas que en su aleatoriedad expresan lo fragmentario de los recuerdos y la “compleja simplicidad de la condición humana”, que contrastan con las palabras de la voz robopoética. En relación con lo anterior, podemos decir que la “creación” de Whitman (nombre que le da su creador al prototipo autor del poema) es una simulación de la autopoiesis que el artista argentino Gustavo Romano había explorado en IP Project al abordar el carácter ontológico de los bots para producir artefactos autopoieticos.

Las herramientas tecnológicas posibilitan una mayor versatilidad de los textos y su circuito de comunicabilidad, además de acercar a la comprensión de la heterogeneidad que compone los discursos. Las inclusiones de un ambiente sonoro, de imágenes estáticas y en movimiento mezcladas con la oralidad entrelazan una red textual que exige al lector explorar las obras e incluso manipularlas. Desde los trabajos de la literatura electrónica y las poéticas digitales hace falta dinamitar aún más sus capacidades y difundirlas para rescatarlas del esnobismo intelectual. Porque uno de los futuros más optimistas en esta clase de manifestaciones es su alcance para lograr un registro más complejo y diverso de las experiencias sociales y la memoria colectiva.





1 So that when we ask, “Can a computer write poetry?” we’re also asking, “What does it mean to be human and how do we put boundaries around this category? How do we say who or what can be part of this category?” This is an essentially philosophical question, I believe, and it can’t be answered with a yes or no test, like the Turing test.