Carrusel / Entre voces / No. 228

Bicíclica: mujeres montaña, las manos que traen vida


Amanda Castro




María Paola de la Torre ¨Mapu¨ se nombra a sí misma como una mujer en movimiento. Su camino como doula y aprendiz de partería ha sido germinado por el proyecto Bicíclica, el cual estaba pensado como un recorrido en bicicleta desde Baja California, México, hasta Ushuaia, Argentina, con el objetivo de recolectar conocimientos ancestrales sobre la partería. Como suele suceder, el viaje se transformó, y la llegada de la COVID 19 abrió la alternativa de construir nuevas rutas y llevarla por otros caminos.

Al trabajar con los ciclos, la visión del tiempo de Mapu fue una herramienta para hacer frente al cambio de planes. Entender el viaje como un estado de la mente, como un movimiento constante que encuentra su combustión en la libertad que ofrece la bicicleta y la calma que brinda una comprensión no lineal del tiempo fueron, quizá, los pilares móviles de esta aventura que despegó en Quito y aterrizó en la Ciudad de México, donde emprendió una ruta de saberes y cariños hasta llegar a Arizona.

Desde su labor y experiencias, Mapu nos abre un portal a una cosmovisión que plantea sanar aquello que la agitada vida moderna ha roto; nos acerca a la dura realidad de aquellas que entregaron sus manos para traer nuevos seres al mundo de una manera digna. Nos plantea la posibilidad de parirnos, transformarnos, construir nuevas posibilidades desde el acto mismo de la vida.


Contanos cómo arranca este proceso. ¿Te condujo a otros tránsitos personales?

Ya van dos años desde que empecé el proyecto, y se ha transformado mucho. Más que una mujer migrante, me reconozco como una mujer en movimiento, me gusta moverme sola. Llevo casi 10 años trabajando con mujeres sobre menstruación consciente, ginecología natural y círculos de mujeres, con información empírica, descubierta más desde la intuición, las sensaciones. Me fui formando así, y ahora ya tengo más herramientas.

El proyecto nació porque yo quería ir a estudiar partería en México, pero mi acercamiento tiene que ver con no querer institucionalizar la partería, con ir a un instituto y decir “Ahora soy partera”. No digo que esté mal, pero yo no soy así, siempre busco alternativas. Entonces decidí hacer un viaje para conocer parteras y vivir con ellas, transitar con ellas. Puede ser que no me hablaran de cómo acomodar un guagua [recién nacido] pero quiero conocer y honrar su vida, para mí eso ya es como un rezo; en el viaje me di cuenta de que eso también es parte de mi labor, es mi servicio hacerlo.

Y así fui agrupando cosas. Hice un crowdfunding, pedí y recibí auspicio, me regalaron la bicicleta toda equipada; estuvo súper chévere, descubrí muchas cosas que puedo hacer yo misma, camellando [trabajando], pero con una meta clara. No sé por qué elegí México, es decir, por qué empezar allá y no en Ecuador. Pienso que México fue el país que me inició en muchas cosas, como en entender qué es la partería o la sanación, o hacia dónde quiero ir y cómo quiero seguir el proyecto. Entonces volé hasta la Ciudad de México, y después estuve nueve meses viajando en bicicleta, como un parto; la idea era dar la vuelta a Estados Unidos, bajar al sur de México, a Centroamérica e ir hasta Ushuaia, y bueno, llegué hasta Arizona porque me agarró la pandemia. Pero para mí es loquísimo porque en México cada estado parece una frontera.

Hablanos de la experiencia como mujer viajando sola en Latinoamérica y los factores de vulnerabilidad que eso implica. ¿Cómo te sentiste vos frente al viaje, a la frontera?

Cuando pisé la Ciudad de México y empecé a reunirme con gente me decían: “¿Cómo se te ocurre viajar sola?, te van a matar, te van a violar, ¿por qué elegiste México? Y peor, Puebla, y peor Veracruz”. Me cuestionaban por qué había elegido ese camino, y yo tampoco sabía. Para mí fue la mejor experiencia, nunca me pasó nada; creo que la energía de la bicicleta tiene que ver con confiar en la capacidad del cuerpo de estar en movimiento. Y yo estoy muy acompañada, me seguían halconcitos y aguilitas, y sentía que eran brujos y brujas que me daban guía cuando yo les preguntaba, y les sigo preguntando y siguen viniendo. Confiar es fundamental, nunca encontré a nadie que me quisiera hacer daño; al contrario, me encontré con personas que me abrieron su casa, su espacio, y con muchas mamás que querían ser mi mamá por uno o dos días. Así fue en México y en Estados Unidos. Creo que hay que cambiar el chip de lo que es transitar. Si transformamos la mirada sobre quienes transitan y sobre quienes acogemos a los que transitan, algo puede cambiar. Vemos noticias sangrientas que también son parte de la realidad, pero creo que hay más gente buena que mala, y yo prefiero viajar con eso.

No hice una investigación previa de México porque quería ir rescatando la tradición oral, me encantan Google y los libros, pero siento que se está perdiendo el hecho de compartir la palabra y decir: “Mira, en este pueblito puede ser que encuentres una partera”. Y así fue. Yo iba preguntando, y era todo tan sincrónico que siempre me encontraba con familias que conocían parteras, o que me acogían hasta que encontrara una. La primera que conocí ni siquiera estaba en mi ruta. Yo quería ver las pirámides antes de ir a Puebla, y solamente me dijeron que en La Preciosita, en Tlahuapan, había una, y que era la única de esa zona, pero yo no tenía forma de contactarla. Llegué a Teotihuacán, y me recomendaron a una familia que tenía una partera: una mujer bella, viejita, de unos 90 años; se llama Fanny, como mi abuela, así que la conexión fue hermosa, lloré y ella también.

Parte de lo que he aprendido es que el mismo hecho de irles a honrar, de visitarles porque quiero escuchar su historia, ya es como escribir su nombre en el mundo; eso ha faltado mucho, honrar que por ellas —y por ellos, porque también hay parteros— nosotros venimos al mundo. La mayoría de las visitas me movían el corazón porque siempre me invitaban a quedarme a aprender con ellas, pero yo estaba con la energía del viaje, de la bici: seguir, seguir, seguir. Me he quedado con la sensación de que están abandonadas, al menos las mujeres que viven cuesta arriba, en el cerro, ya no se pueden mover, y han sido las parteras del pueblo. Fanny me dijo que ella era como la abuela de medio Teotihuacán, pero muy poca gente lo sabía. Las parteras tradicionales se hacen pariendo, ella se hizo partera porque dio a luz a sus 11 hijos sola; aprendió investigando y cuidándose porque tampoco su esposo estuvo ahí. Me di cuenta de que hay muchas maneras de convertirte en partera, algunas lo son porque se hacen madres, y existe una labor y una energía de la gran madre. Hay parteras a las que se les transmite el don por las manos. Otras a quienes les llegaba en sueños, soñaban con mujeres que llegaban con canastas y traían bebés y plantas, y a veces no querían, pero es un don que, si te llega, tienes que hacerte cargo.


 María Julia, El Cañón, Xilitla, San Luis Potosí
 

¿La tradición de pasarse el don es de las parteras o parte de la cosmovisión de algún pueblo originario?


Es algo muy instintivo pasar a tu linaje lo que tú eres; si la mama o el taita [abuelo, guía] siente que ése es tu legado, te lo pasa. Las mujeres que conocí en Veracruz tenían esta práctica. La mamá era partera de años, vio a una mujer llamada Herminia y le pasó el don. He visto que acá en Ecuador, en México y en Colombia ya no hay comunidad, ya no quieren recibirlo, ya no quieren seguir a la abuela, a la mamá, a la tía porque tienen miedo, escuchan historias de que si se te muere un guagua es lo peor porque no hay derechos o seguridad social para ellas. Para nosotras es como una sentencia hacia nuestra labor. La partera que conocí en Xilitla, desde que se le murió un bebé, dejó de hacerlo por temor, entonces la comunidad le ayudó dándole un trabajo de hacer el inventario en la farmacia del centro de salud. Y claro, ella estaba contenta porque le pagan, pero a mí en el fondo me daban ganas de llorar, sentí que era una forma de cortarle las manos.

¿Existe una comunidad de parteras en México?

Sí, hay comunidad, hay parteras que tienen alianzas con centros médicos que las apoyan o les ayudan a organizar congresos. Pero muchas de las más viejitas que encontré se sentían abandonadas; les decían que dejaran de ejercer su labor porque de por medio hubo una muerte; y claro, si en un hospital se muere una mamá o un bebé, todo sigue normal, es parte de la vida, pero cuando se le muere a una partera tradicional puede ser la hecatombe para todo el pueblo.

Fui a un congreso de parteras cerca de Xilitla, y era muy extraño porque la manera de conmemorarlas era dándoles una foto de ellas agradeciéndoles por su labor y ya. Y se sienten conmemoradas, pero hay mucho más de fondo. Ahí conseguían equipo, asesoramiento, insumos, y se lograban contactar, pero no es que se conocieran de antes o que existiera una red entre ellas.

¿Cómo percibe la sociedad actual a las parteras? ¿Po-demos generar condiciones y espacios más seguros y dignos para su labor?

Ahora que he retomado las entrevistas me pregunto por formas de convocar o agrupar a las mujeres de acá, de la montaña, y es un trabajo muy potente porque al Estado no le interesa que las mujeres estemos despiertas; esta labor empieza en una, en honrar nuestra sangre, en ver cómo son nuestros ciclos, en preguntarnos cómo tener un parto o un aborto respetados. Para mí es importante hablar de ambos temas, la pérdida perinatal y un aborto decidido son como un parto a la muerte, entonces ¿cómo hago para que eso sea consciente? ¿Cómo acompaño? Y es que somos tan poderosas como Kali, esa bruja con todas las manos; tenemos la luz y la sombra juntas. Claro que el mundo ha hecho que nos vayamos silenciando, pero cada vez hay más mujeres que quieren hablar de sus ciclos, del parto, de la muerte y del aborto de una manera más abierta. Las parteras son abuelas, son las montañas, y a una montaña no la puedes mover; les han pasado por encima, y por eso toca buscarlas, visitarlas, llevarles un pan, un chocolate, hablar con ellas. Yo siento que es ir de tú a tú, creo mucho en el trabajo personal; a veces sólo por honrar su trabajo también estás honrando todo su linaje.

Y nos toca construir los derechos de las parteras a nosotras, a las nuevas generaciones que quieren ser parteras, doulas y a las madres que buscan tener un parto respetado. Yo no me he involucrado tanto en el plano político porque es ir hacia otra dirección, y todavía no encuentro cómo podríamos ayudarlas. Desde mi perspectiva considero importante hacer contratos con las familias, de palabra o de papel, tomando en cuenta que, como en un hospital, si la muerte quiere llegar va a llegar; obviamente estamos muy pendientes de qué y cómo está pasando, no vamos a permitir que suceda nada, pero no somos quienes ayudamos a parir a la mamá, y a veces muchas familias piensan eso. Realmente acompañamos a la mujer a que se empodere con su cuerpo para parir. Y hacemos todo lo posible, traemos todas las magias, bajamos a todos los seres, pero tampoco podemos entrar al cuerpo, a la emoción, al espíritu de la madre. Acompañamos hasta donde podamos, y eso es lo que el mundo o las noticias no entienden.

En México existía la tradición de darles una pequeña mensualidad, como 100 pesos, para comprar guantes quirúrgicos y demás. En San Luis Potosí supe que a algunas les dejaron de pagar. Muchas veces, cuando las parteras envejecen ya no atienden a mujeres, pero reciben a gente que va para que les soben o hacen consultas sobre plantas medicinales. En la parte institucional hay parteras que dan charlas y enseñan; suelen ser más jóvenes, de entre 40 y 50 años, o las que quieren ser parteras, de 20 o 30. Pero pocas personas, quizá sólo las del pueblo, conocen a las abuelas, que necesitan amor, comida, agua, un buen techo, medicamentos cuando es el caso.


 Araceli, Pueblo Nuevo, Durango
 

¿Cómo se transformó tu labor como doula con los aprendizajes adquiridos?

Se sigue transformando. Pausar el viaje me ayudó a asentar tanta información. Ahora entiendo que era necesario volver a casa para ello. A veces me sentaba a escucharlas, durante horas o días. Cuando ellas me contaban, a pesar de que no me estuvieran enseñando manualmente, yo entendía sobre la técnica, sobre cómo mover al guagua. Yo creo que todas podemos ser parteras, podemos recibir a pesar de todos los parámetros clínicos que han impuesto. Jesús nació en un establo, ¡entre burros, pasto, caca, los dos solos!, ¡y es el hijo de Dios! Si realmente tomáramos esa palabra en serio entenderíamos que se puede parir en cualquier lugar, incluso solas. Yo siempre invoco a todas cuando acompaño partos, y me ha ayudado a aceptar la forma en que aprendo: viendo, haciendo, estando, escuchando, y a creer en mi intuición. Acá una madre me eligió para que fuera su partera a pesar de que yo era aprendiz; ella tenía otras parteras, pero me lo pidió a mí, le pregunté si estaba segura y ella insistió, fue la primera guagua que recibí. Me pareció muy significativo venir a iniciarme acá, en mi país. Después de eso otra partera me dijo: “Ya está, ahora tienes que hacerte cargo”. Ha sido todo un proceso hacerme cargo de lo que llevo gracias al viaje, a todo lo que movieron en mí y a las herramientas adquiridas. Trato de nombrar ciertas cosas que me ayuden a conocerme, a ser coherente con el trabajo y a aprender a cuidarme mucho a mi misma. La mayoría de las parteras no nos cuidamos porque nos acostumbramos a dar ilimitadamente. Se nos da dar. Ha sido un trabajo entender lo importante que es cuidar la energía. A mí me impresionaba cómo teniendo tan poco me daban tanto, a veces dinero o comida. Eso lo vi en las mamitas: como las parteras de la montaña ya están puestas en el personaje que solamente da y da, se quedan solas, enfermas y sin nadie que las acompañe o las cuide.

¿Cuáles herramientas te interpelaron más durante el viaje?

Una de las herramientas que más me ha impactado y que he trabajado es el tema de la presencia, como partera, doula, acompañante o hermana, si vas a un parto, vas a un espacio sagrado. Tu presencia también implica desnudez, no hay que ir desde el ego de recibir al bebé y cortar el cordón; yo aprendí con ellas que una va a estar por si la madre necesita un canto o si necesita escuchar su cuerpo, se trata de ayudarla a volver cuando está en esa transición de morirse como mujer y parirse como madre. Las parteras tenemos que trabajar mucho el ego, no somos las que venimos a salvar, eso hay que destruirlo todo el tiempo, no somos más que manos que reciben. De la mayoría de las parteras me ha quedado la humildad, el trabajo, la empatía. También tiene que ver con la conexión con las plantas; es irles a cantar, a pedirles permiso para hacer un baño —yo trabajo con el tabaco, a veces puedes usar toda tu vida una planta y ésa es tu planta—, para trabajar con ellas.

Otro de los aprendizajes es escuchar. Cada familia es diferente, hay familias a las que se les puede hablar de las energías, y hay otras que quieren saber todos los protocolos, entonces como parteras tenemos que estar muy informadas. Yo elegí un camino más tradicional; trabajar con plantas, movimientos, con mi voz, con el manteo. No soy muy cercana a la partería urbana porque sería enlazar las dos, medicina alopáta y naturista. Aunque no descarto en unos años contar con otras herramientas de la medicina alópata, pensando sobre todo en la diversidad de mujeres, creo que siempre hay que honrar la raíz de donde se viene, la tradición, y creer fielmente que si tus manos te dicen que puedes, puedes; para mí acompañar desde la partería es confiar en que mis manos pueden hacerlo porque llevan todo este conocimiento.
 
Fanny, Teotihuacán, Estado de México


¿Cómo es la relación del parto digno y amoroso frente a la violencia estructural de los centros hospitalarios contra las personas con capacidad gestante?

Es tenaz [complicado]. A veces atiendo partos hospitalarios, pero si dices que eres partera no te dejan entrar; las doulas ya tenemos el derecho, pero depende del hospital o del ginecólogo si permite que estemos o no. No hay educación para tratar a la madre como se merece. Me han tocado casos en los que mientras un enfermero le pedía a la mamá su número de identificación, otro le ponía una intravenosa sin decirle qué era, y entonces provocaban un sangrado del que tampoco se disculparon. Yo intenté ayudar, pero no puedo decirle a la ginecóloga qué hacer; dentro del hospital no tenemos voz. Existen hospitales donde se nos respeta, pero especialmente las instituciones públicas son las más restrictivas. Cuando me gradué de doula acompañé un parto en un hospital, y cuando nació el bebé el doctor le dijo a la mamá: “Ahora sí ya no va a querer volver a abrir las piernas”. ¿¡Cómo le dices eso a una mujer que acaba de parir, mientras le están limpiando el canal vaginal!? Recuerdo que mi maestra me vio a punto de maldecirlo, pero me contuvo porque eso habría vulnerado más a la madre. En verdad me pregunté: ¿es en serio, hombre? La violencia obstétrica no empieza en la labor de parto sino desde el momento que se elige o asigna ginecólogo. Existe mucho miedo sobre el parto en casa por todo el estigma del que ha sido rodeado.

Como doula entiendo que en ciertos casos sí es necesaria una cesárea u otras formas de intervención hospitalaria, hay cosas que no podemos controlar, y la medicina está como un apoyo maravilloso. Pero la institución médica no está preparada ni es empática con las madres, las tratan como si estuvieran enfermas, como si fuera una emergencia que tiene que suceder rápido. Las labores de parto pueden ser muy variables en cuanto a su duración, y esto es agotador anímicamente, tu trabajo como persona que recibe es acompañar, sostener, ser amor, porque si cometes un error en esto puedes cortarle las contracciones a la mamá. Creo que es necesario un gran cambio en la institución y un trabajo reflexivo de parte del personal médico.

Agradecemos lo que nos compartes, ¿quisieras cerrar con alguna reflexión?

Se trata de rescatar la sabiduría de esta labor. Para mí parte de ello es nombrar que detrás de todo esto no está mi voz, la forma en que acompaño no soy sólo yo, sino que detrás, en mi equipaje, hay muchas mujeres que aparecieron y siguen apareciendo. Nos convoco a trabajar en nosotras, en la información que tenemos a la mano, ahí, en nuestro cuerpo. A honrar a nuestras ancestras y ancestros, a no olvidar que son parte de nuestro linaje. Y si podemos visitarles o nombrarles, ésa es una forma de traerles en espíritu. Mucho del trabajo está en nosotras, para seguirnos sosteniendo en este rezo que son ellas.


Herminia, El Porvenir, Misantla, Veracruz