Carrusel / Heredades / No. 228

Francisco Haghenbeck: reinventar mitos para los nuevos lectores


Axel Alonso



La vida cotidiana siempre ha ofrecido adversidades y conflictos que nos pueden abrumar como individuos y como sociedades: garantizar los medios de supervivencia, cuidar a nuestros seres queridos, ponernos de acuerdo con personas diferentes a nosotros o sobreponernos a incidentes inesperados que cambian por completo planes y expectativas. La imaginación y la ficción han servido como un mecanismo para enfrentar esto; creamos dioses, héroes, monstruos y figuras extraordinarias para inspirarnos, pero también para recordar que aun en los objetos y situaciones más ordinarias pueden existir fuerzas desconocidas que no hemos terminado de comprender y que pueden cambiar el orden establecido. Las novelas e historietas de Francisco Haghenbeck (o F. G. Haghenbeck, que es como firmaba) son un ejemplo de que, aunque tal vez ya se hayan imaginado y contado todas las historias, hacerlo de manera atractiva y apasionada es lo que atrae a los lectores, y hace que formen comunidad.

Francisco Haghenbeck supo adaptar a nuestro tiempo ese arte de reunir a personas muy distintas alrededor de historias tan reconocibles como las fábulas o el monomito descrito por Joseph Campbell, pero insólitas en sus detalles. El escritor, nacido en la Ciudad de México en 1965, se empapó de numerosas referencias musicales, literarias, cinematográficas, televisivas, gráficas y mitológicas para crear obras que se movían entre la novela negra, la ficción histórica, la fantasía, la aventura y el cómic de misterio o de superhéroes. La forma en la que Haghenbeck abordó estos géneros, conocidos por las producciones anglosajonas que nos llegan principalmente en sus adaptaciones audiovisuales, mostró que pueden generar interés tanto en las editoriales como en los lectores de habla hispana cuando en lugar de imitar formatos, se generan puentes entre las tradiciones forasteras y las historias y sensibilidades locales.


Remixes para hacer amigos

Cada obra de Haghenbeck es, independientemente de su trama y género, una amplia guía de recomendaciones literarias, cinematográficas y musicales que define a sus personajes variopintos, pero también muestra a un autor capaz de entablar diálogos con otros creadores de muy variado tipo, como un músico que puede colaborar con otros músicos, pero también con cineastas, pintores o artistas de otras disciplinas. El mejor ejemplo de esto es su trayectoria como guionista de cómic, rubro en el que colaboró con nombres que ahora son bastante conocidos en ese medio, como el de Humberto Ramos (Amazing Spiderman), Óscar Pinto (Crimson), Bernardo Fernández, “Bef” (Matar al candidato, Habla María, Temporada de alacranes) o Patricio Betteo (Deidades menores, Zima Blue de la antología Love, Death and Robots).

En mi caso, el descubrimiento de la obra de Haghenbeck llegó por mi afición a la historieta y por la cercanía a estos autores. Desde que empecé a interesarme en el trabajo de historietistas mexicanos había escuchado y leído en blogs sobre la participación del mexicano en títulos publicados en Estados Unidos; pero también fue Bef quien me lo recomendó en varias ocasiones, como un amigo que recomienda escuchar a sus bandas favoritas, y quien me permitió platicar con él durante una edición del Hay Festival en la que también participó el estadounidense Peter Kuper (Diario de OaxacaSpy vs. Spy). De aquel encuentro me llevé de recuerdo una firma y un dibujo de un gato pachuco de la novela Querubines en el infierno (2015), además de la imagen de tres creadores contentos de vivir haciendo y leyendo historias, y compartiendo experiencias con sus lectores.

Sin embargo, vivir de hacer ficciones también tiene sus claroscuros, y resulta interesante cómo Haghenbeck explora la inserción de elementos anecdóticos de los autores en sus obras (por más fantasiosas que sean), como a través de su colaboración con el ilustrador Patricio Betteo. En la novela Deidades menores (2009) el protagonista, Raymundo Rey, es un escritor de historietas (y a veces de novelas para que su expareja pudiera decir que salía con un escritor serio) que constantemente reflexiona sobre su papel como narrador al enfrentarse a cosas tan cotidianas como lidiar con editores, atender a un familiar enfermo o desahogar sus penas con su dibujante, pero también al recordar y asimilar eventos extraordinarios. En varios momentos de la novela, tanto en la juventud como en la madurez, Raymundo Rey cuestiona la verosimilitud de sus recuerdos y el papel de los escritores como constructores o reinventores de imaginarios de miles de personas. Al Raymundo joven, un anciano con rostro de elefante y actitud mística le dice que los escritores son personas que al no encontrar las respuestas que necesitan en los libros existentes, deciden crear los propios, y que es la forma de narrar lo que los consagra o condena. El Raymundo adulto comienza su regreso a casa contándole a Patricio, el dibujante de su próximo cómic, que considera que él y el resto de escritores son malos pecadores que confiesan verdades manipuladas a conveniencia; pero al final de su viaje personal entiende su rol como aquel que transmite los sucesos divinos o extraordinarios a personas que se los van a apropiar, y que debe convencer a su editor de que ése es el rumbo ideal para sus próximas historietas.


Lo súper y lo humano


A finales de 1990 y comienzo de los años 2000, Paco Haghenbeck colaboró con otros creativos mexicanos de la historieta para editoriales estadounidenses. En estos proyectos los lectores encontramos versiones fantásticas de sitios reconocibles en todo el mundo, y una búsqueda por reinventar viejos mitos y arquetipos de cara a un nuevo siglo.

Su colaboración al guión de Óscar Pinto y Brian Augustyn que, junto al dibujo de Humberto Ramos, se materializó en Crimson (Image Comics 1998, reeditado en México en 2017 por Panini Comics) es una reinterpretación de los mitos vampíricos en una Nueva York moderna marcada por su diversidad cultural, y con una estética que recuerda mucho a las películas Matrix o Inframundo. Un par de años después, tuvo un rol más activo en la creación de un ser mitológico contemporáneo; junto a los guionistas Óscar Pinto y el estadounidense Brian K. Vaughan (Y: The Last ManPaper GirlsSaga), y al dibujante mexicano Carlo Barberi, dio forma a un número muy significativo en la historia del superhéroe más importante de DC Comics: el Superman Annual vol. 2 #12, en el que el popular Hombre de Acero de Metrópolis visita la Ciudad de México para ayudar a un ecléctico grupo de superhéroes locales a detener una amenaza mágica orquestada por ecoterroristas hartos de la contaminación que genera la capital mexicana. En esta historia abordan los sentimientos encontrados que Superman genera en distintas personas de nuestro país, desde la admiración de los niños y el respeto de los científicos, hasta la desconfianza de quienes ven al superhombre como un propagandista de la agenda estadounidense o como una propiedad intelectual que le permite poca libertad creativa a los escritores. El propio Haghenbeck se uniría a las críticas sobre lo limitado del personaje: en una entrevista del 2016 para El Economista confirmó que consideraba que ese número no era de su agrado y que las directrices de DC Comics no habían ayudado: “prefiero jugar con lo que yo he creado”.

Superman, como otros superhéroes de las grandes editoriales de cómic estadounidenses, está atrapado en un eterno ciclo de cambio y conservación que limita sus posibilidades creativas a los intereses y lineamientos de sus dueños corporativos, por eso en obras posteriores Haghenbeck abordó con mayor libertad y mirada crítica arquetipos como los del héroe épico o el héroe trágico —que son muy atractivos para los lectores interesados en aventuras legendarias— adecuándolos al contexto contemporáneo. Esto dialoga con la afirmación del también guionista de cómics Grant Morrison en su libro Supergods (2012), sobre que muchos inventos, como la bomba atómica o la televisión, también comenzaron como ideas y terminaron transformando al mundo. De la misma manera, la idea de personas con habilidades extraordinarias cuya motivación es proteger a la gente e inspirarla a alcanzar su potencial es, para Morrison, una “idea a prueba de balas” que se ha nutrido de mitos de los panteones de diversas culturas para perdurar en la imaginación colectiva.

Haghenbeck, igual que Raymundo Rey, aprovechó la iconicidad del cómic y su naturaleza colaborativa para darle nuevas perspectivas a viejos y nuevos dioses, pero, como un Prometeo más exitoso, también llevó esa chispa creativa y una narración más basada en integrar acciones y explicaciones extradiegéticas a la literatura y luego a los medios audiovisuales.


Imaginar para sobrellevar la realidad


A Francisco Haghenbeck era difícil seguirle el paso, con una producción de 17 novelas, siete cómics y numerosas colaboraciones en antologías y obras colectivas; muchos nos enfrentamos a la realidad de estar leyendo o buscando una novela aparentemente reciente de este autor, y ver anunciada en librerías o en ferias del libro una o dos obras nuevas de géneros aparentemente distintos. Esto nos dio una amplia obra en la que convergen personajes históricos, ángeles, demonios, vampiros, piratas, periodistas, dioses olvidados, superhéroes y más. En general, Haghenbeck exploró cómo las ideas y las creencias inspiran a las personas para enfrentar circunstancias hostiles o realidades tan confusas que se vuelven inexplicables.

Quisiera destacar algunos personajes de tres de sus títulos publicados la década pasada que se enfrentan a situaciones adversas o insólitas. Primero están los hermanos Elsie y Louis Moreno (protagonistas de Querubines en el infierno), estadounidenses de origen mexicano afectados por la Segunda Guerra Mundial y la discriminación hacia la población chicana. Esto lleva a Elsie a unirse a las trabajadoras latinas y afrodescendientes de las armadoras de la Segunda Guerra Mundial —que fueron la inspiración de Rosie “La remachadora”—, y a Lois a pelear contra los nazis al lado de un ejército que lo discrimina y menosprecia, dejándole como motivación para sobrevivir su deseo de animar caricaturas. También encontramos al peculiar detective y guardaespaldas Sunny Pascal (protagonista de Trago amargoEl caso tequila y Por un puñado de balas), un beat chicano que sobresale porque tras bambalinas intenta resolver los trapos sucios de las producciones cinematográficas de México, Hollywood y la España franquista mientras ahoga sus penas en una gran variedad de tragos. Finalmente, Elsa, la periodista que protagoniza la novela gráfica Matar al candidato (hecha en colaboración con Bef en 2019), se adentra en uno de los casos sin resolver más significativos de la política mexicana, el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, y reflexiona sobre las traiciones, verdades sospechosas, fábulas y teorías que se han generado al respecto a más de 25 años.


Narrar en la tribu multimedia


Las historias que buscamos y compartimos son un reflejo de esa ancestral tradición de narrar en la fogata o en la plaza pública; lo único que ha cambiado es que el acervo de historias se ha extendido a todo tipo de formatos, orales, gráficos o multimedia, y que las nuevas tribus que las comparten pueden formarse entre personas que nunca se han visto las caras. Francisco Haghenbeck era muy consciente de esto y supo tener presencia tanto en foros virtuales como presenciales (ferias del libro o eventos de prensa para Netflix), lo que lo convirtió en alguien muy estimado por la comunidad de entusiastas de la novela negra, la narrativa gráfica y la literatura en general.

Pocas semanas después de su fallecimiento, los conductores de Con el calzón por fuera, un podcast sobre cómics activo desde los años de mayor popularidad de Blogger (antes de la popularización de Facebook y Twitter), recordaban que Haghenbeck era un usuario muy presente en las secciones de comentarios de esa pequeña red de blogs propiedad de aficionados a los cómics, la fantasía, la ciencia ficción y la cultura nerd. En Facebook teníamos los suficientes contactos en común (fans menos tímidos que yo o personas dedicadas a algún proceso editorial) para que publicaciones suyas me aparecieran seguido. Las que más recuerdo son las que dedicó a expresar su emoción por ver su novela El Diablo me obligó adaptada libremente para la serie de Netflix Diablero, o que el tema de la introducción fuera una canción de Café Tacvba, o una sobre su participación en eventos editoriales con el elenco del programa, o sobre el deseo de que la juguetera Funko sacara una línea de muñequitos cabezones inspirados en el cazador de demonios Elvis Ventura, su hermana Keta, Nancy Gama o el Padre Ventura.

Las historias perduran por la manera en la que son relatadas. Francisco Haghenbeck supo aportar a la literatura mexicana la curiosidad por explorar géneros muchas veces menospreciados e historias eclécticas que congregaron a lectores de todo tipo. La tribu de lectores y amigos (escritores, historietistas, periodistas, promotores de la lectura y un largo etcétera) que le rindió tributo en medios digitales, eventos editoriales y publicaciones es testimonio del poder de la imaginación y de lo mucho que inspira un artista que no le temió a la cultura pop ni a reinventar mitos.