Carrusel / Bajo cubierta / No. 227

Apuntes de un histérico sin útero




Esther M. García.
Arco de histeria, el libro negro.
CONARTE.
Monterrey, 2020, 83 pp.

Durante la época de Hipócrates, el padre de la medicina occidental y cuyo juramento aún guardan los médicos, se tenía la creencia de que el útero se movía a través del cuerpo de la mujer. Se consideraba que cuando este órgano llegaba al pecho ocasionaba males a las pacientes, entre ellos problemas respiratorios y convulsiones. No nos asombra en la actualidad que gran parte de sus creencias médicas estuvieran equivocadas. El gremio médico era uno de tantos clanes masculinos con la potestad de decir y hacer. Todo esto continuó hasta que Elizabeth Blackwell, tras ser rechazada de diez escuelas de Medicina, fuera aceptada en la Universidad de Geneva, de la que se titularía en 1849, convirtiéndose en la primera mujer en obtener un grado de esa profesión. 31 años después, Bertha Pappenheim fue atendida por Josef Breuer por un grave cuadro de histeria, enfermedad bastante común entre las mujeres de la época. Solamente las mujeres podían ser histéricas, por supuesto. Freud tomó el caso clínico de Anna O. —seudónimo con el que se conocía a Pappenheim— para hablar del tema en su conocido libro Estudios sobre la histeria.

Lo anterior viene a colación no solamente porque histeria proviene del vocablo que en griego significa útero; también porque el libro más reciente de Esther M. García no puede ser separado del tema del cuerpo como territorio político, íntimo, social y cultural... Arco de la histeria, el libro negro, que obtuvo el Premio Nacional Carmen Alardín 2020, nos hace constar su recorrido mental y físico:

La paciente refiere la palabra teclado por vulva, por genital. Hay un eufemismo del órgano reproductor por otro objeto reproductor. Música. Lo siniestro es musical. Paroxismo histérico de la infancia. La niña/el poema. El poema ha sido visto masturbándose frenéticamente por las noches.
Este libro concluye una trilogía iniciada con Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas (2017), seguida de La destrucción del padre (2019). En los tres libros se teje lo monstruoso y lo violento de las relaciones familiares, se exploran las posibilidades de la estructura del libro mediante apartados individuales que revelan unión en su diferencia y una escritura indudablemente empapada con lágrimas y sangre menstrual. Si en los dos anteriores se había establecido a los ascendientes, este libro nos deja ver a la parte más personal de la No Santísima Trinidad: la hija.

Poemas enfermos. Poemas de la iluminación. Poemas anticristo y llagas de la santa vulva. Ánima en pena. Animalia. Poemas animales que muestran los colmillos. Dentadura poética. Encías sangrantes. Dientes podridos a punto de caerse. Vaginas dentadas que gimen hombres.
Este poemario se divide en seis apartados: cinco lecciones y un apéndice. Es importante que se presente como una didáctica porque la escritura es también reconocimiento y autoconocimiento. Mientras Esther M. García nos muestra a nosotros mismos, también se muestra a sí misma (en ambos sentidos de la frase). La recuperación del saber es una restitución de lo femenino. Lo curioso es que Bertha Pappenheim, la que seguramente sea la más célebre histérica de la historia, judía de nacionalidad austriaca, pasó de ser una paciente de 21 años a una feminista defensora y pionera en los derechos de la mujer.

Siento mucha afinidad en mis propias formas y obsesiones con Arco de la histeria, el libro negro; en la “Lección segunda” veo horas precisas a modo de títulos, y en el apéndice encuentro el tema del hambre como un deseo insaciable y trastornador. Pero en la “Lección tercera” es en donde me encuentro más extasiado, pues leo no sólo la tradición, sino la asimilación de los versos más altos de Pizarnik. Encontramos: “Expuesta en radiografía/ la cartografía del cerebro/ revela cicatrices del trueno/ y su estallido negro.// Las zonas vacías/ revelan a la niña que fui/ guareciéndose de las manos/ que caen del cielo.// Defensa contra la noche:/ empecé a escribir/ con la única mano que me quedaba”. O en otro pie de página: “La noche me habla/ con su lenguaje/ de yegua desbocada” Y más adelante: “El silencio es una raíz,/ de sangre y oro,/ crecida en la lengua”. Al igual que “me cobijo como un pájaro herido/ para que los animales de la noche/ no puedan destrozarme” o “Querer hablar/ y ver florecer/ lirios negros/ en la boca”.

En la página 54 hay un poema titulado “D’un enfant monstrueux”, en el que la poeta pregunta si acaso existirán los hombres histéricos. Creo que yo soy la respuesta a su pregunta.