Carrusel / Bajo cubierta / No. 227

Romper la penumbra




Liliana Pedroza.
A golpe de linterna. Más de 100 años de cuento mexicano.
Tomos I, II y III.
Atrasalante.
Monterrey, 2020, 278, 295, 317 pp.



¿Cuál fue el primer libro de cuentos escrito por una mujer en México? La respuesta es algo que no suele conocerse.

El trabajo de Liliana Pedroza, escritora e investigadora nacida en el norte de México, ha hecho eco, desde hace un tiempo, tanto en la academia como en los lectores. Después de seguir su trabajo desde hace años puedo decir que la considero una investigadora apasionada, pues una vez que encuentra un hilo suelto no lo deja ir hasta conocer el nudo de origen. Un claro ejemplo es el trabajo que ha realizado en torno a la figura de Elena Garro —a quien en sus inicios dedicó investigaciones excelentes, que abrieron la puerta a todo aquel que fuera tocado por la chispa garrística— con el libro Andamos huyendo, Elena, un pilar fuerte para lo que se ha construido en los últimos años respecto a la escritora. Y su proyecto más reciente no es distinto.

Es así como llegamos a su nueva antología A golpe de linterna. Más de 100 años de cuento mexicano, publicada por la editorial Atrasalante, y que en su totalidad contiene poco menos de 1000 páginas divididas en tres tomos. En ella, Pedroza se encarga de reunir cuentistas de los siglos XX y XXI que provienen de diversos estados mexicanos. Hay algunas voces nuevas, otras ya conocidas, algunas de ellas mujeres que en su momento no tuvieron el reconocimiento que merecían o que simplemente no fueron tomadas en cuenta por quienes han hecho otras antologías del cuento mexicano.

Esta reseña rasga la zona cero de una problemática que nos alcanza hasta la época actual: la marginación sistemática que ha tenido la literatura escrita por mujeres en nuestro país y en nuestra historia literaria. ¿Qué sucede si ponemos en una balanza, por un lado, las obras escritas por hombres, perfectamente conocidas, citadas y repetidamente homenajeadas, y del otro lado las escritas por mujeres, que contienen el mismo ingenio e innovación?

La respuesta es muy sencilla: simplemente no lograremos encontrar una cantidad equitativa de obras escritas por mujeres en los programas educativos, ni siquiera mencionar que hayan alcanzado un reconocimiento mayor por diversas instituciones literarias que legitiman el canon de la época, lo que en un futuro ocasionaría que estos textos desaparecieran sin dejar rastro. En A golpe de linterna vemos el esfuerzo por recuperar los nombres y textos que de otra forma habrían sido olvidados por factores como el género de las autoras, la temática de sus obras o —debido al centralismo generalizado que sigue afectando el ámbito cultural de nuestro país— por el origen regional de sus publicaciones.

Al hojear la antología notaremos que está dividida por décadas; sin embargo, no es un recurso que se utilice de forma rotunda o estricta. En el primer volumen, Pioneras, se reúnen obras que van desde 1910 hasta 1959; en palabras de Pedroza, “esta época enuncia a las primeras mujeres que desde finales del siglo XIX escribieron y publicaron cuento en México, primero en revistas y suplementos culturales y a partir de 1910 reunidos en un libro”. María Luisa Toranzo de Villoro, Laura Méndez de Cuenca y Julia Nava de Ruisánchez son algunos de los nombres que no ocuparon un espacio en las antologías de la época o cuya trayectoria —en caso de que sí lo hayan hecho— ha sido difícil de rastrear pues todos estos años se escondieron bajo seudónimos, algunos masculinos, un recurso útil para las mujeres nacidas en otros años, ya que de esa forma encajaban en el canon de la época y era posible para ellas publicar sus textos. Los temas de estos cuentos son diversos y acordes con ese interés político que comenzaba a despertar en las autoras: el “deber ser” de la mujer, el matrimonio y la maternidad como destino, infidelidades y la reincorporación a una sociedad machista de mujeres que en su momento participaron en luchas armadas.

El segundo volumen se subtitula Insumisas y abarca de 1960 hasta 2008. Contiene escritoras que se desarrollaron bajo un contexto histórico único e importante: la liberación femenina iba en auge, pues poco antes de los sesenta se consiguió que las mujeres fueran consideradas ciudadanas con derecho al voto, y eran cada vez más las que tenían acceso a la educación. A partir de este volumen nos topamos con escritoras armadas de una libertad recién adquirida, quienes, ante la falta de puertas abiertas para ser publicadas, comenzaron a crear espacios propios donde no se cuestionara su talento o se les impusieran trabas para participar. Los temas de los sesenta y setenta reúnen los inicios de una nueva ola de escritoras mexicanas en todo su esplendor: un mundo indígena retratado desde una perspectiva femenina donde los y las protagonistas muestran una serenidad y conexión con sus raíces, así como fantasía, misterio, cuentos de terror y policíacos. Nos encontramos con María Elvira Bermúdez —por mencionar a una de las autoras—, quien nos hereda el primer avistamiento de una mujer detective en América Latina; una joya de esta antología, una de muchas que no conocíamos. Es importante mencionar que con el paso de las décadas las temáticas evolucionan y retan al lector. La sexualidad de la mujer, por ejemplo, tema considerado disruptivo en ese entonces, y que incluso hoy ocasiona molestia a pesar de los años. Se encuentran nombres conocidos como Nellie Campobello o, de estos años, Liliana Blum, pero con cuentos que quizá no estuvieron bajo el reflector de los lectores mexicanos al momento de su escritura y que valen totalmente la pena acercar al centro de la conversación.

El tercer y último volumen se llama Exploradoras y comprende desde 1990 hasta 2018. Su nombre hace honor a todas aquellas mujeres que hoy en día se encuentran activas, en constante movimiento y transformación, aquellas que continúan abriendo camino y cultivando las semillas que darán fruto en algunas décadas. Migración, violencia, corrupción y la búsqueda de identidad propia son algunos de sus temas, sin duda mucho más actuales. Ya no encontraremos solamente la estructura bien definida y clásica del cuento, las autoras más jóvenes de la antología se mueven en la brevedad y juguetean con la prosa de sus obras; nos regalan una experiencia única y novedosa en la que se observa el gran avance literario, hoy usado como forma de resistencia en la lucha por la equidad, pues nos permite apropiarnos de un espacio tan reducido y selectivo como la literatura, ubicar el camino recorrido por las mujeres que escriben, y plantear una línea temporal sobre ellas, abriendo un abanico de posibilidades que van más allá de las canónicas. Lo anterior se refleja muy bien en la pluralidad que encierra este tercer volumen, pues se incluyen escritoras del norte y sur del país, escritoras chicanas y en lenguas originarias, específicamente en tseltal y ayuuk (con el texto original y su correspondiente traducción).

Es importante dedicar unas líneas a las ilustraciones de las portadas: decoradas con una bugambilia en tonos violetas o rosáceos, son un reflejo de la época que envuelve los tomos, con mujeres en bicicleta y señales que nos permiten acercarnos desde el primer momento a esos nombres que estamos por encontrar. En el tomo Pioneras tenemos a una mujer con pantalones (transgresores para la época), con una maleta llena de papeles y diarios en su bicicleta, que rompe el viento para avanzar; en Insumisas observamos a una mujer que parece apropiarse de su cuerpo y su entorno; y, por último, en Exploradoras se ve una escena de nuestros días: una mujer más “rebelde” en un paisaje urbano, con una ambición por seguir conquistando el horizonte lleno de retos.

Pedroza nos regala con esta antología un mapa del camino y de la transformación que ha tenido la literatura femenina a lo largo de 100 años. Podremos observar una metamorfosis en el pensamiento y en la estructura utilizada desde 1910 hasta nuestros días; este desarrollo postula hoy al cuento como sinónimo de libertad que trasciende lo que hasta ahora conocemos, y establece a la literatura escrita por mujeres en un campo donde el único límite es el que las autoras se impongan para enseguida romperlo.

Debido a la riqueza de esta obra es probable que, al terminar la lectura de A golpe de linterna, y comenzar inmediatamente con su análisis y posterior reflexión, estemos más cerca de responder la pregunta inicial y conocer, por fin, cuál fue el primer libro de cuentos escrito por una mujer en México.