Carrusel / Entre voces / No. 226

CIELO: resistencia lingüística indígena transnacional
Entrevista con Odilia Romero*
Fotografías cortesía de Jon Endow




Odilia Romero es una mujer zapoteca originaria de San Bartolomé Zoogocho, Oaxaca. Desde 1981 reside en Los Ángeles, California. Es cofundadora y directora ejecutiva de Comunidades Indígenas en Liderazgo (CIELO), una organización no gubernamental encabezada por mujeres indígenas que defiende los derechos de las comunidades indígenas migrantes y trabaja en la revitalización lingüística en Estados Unidos. Hasta el 25 de octubre de 2020 se desempeñó como coordinadora general del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), una organización fundada por migrantes oaxaqueños que lucha por los derechos humanos de los pueblos indígenas migrantes en México y Estados Unidos.

Odilia habita en Oaxacalifornia, desde donde imagina y promueve nuevas formas de existir y resistir al margen de los Estados. Ella cree que la autogestión es la única vía mediante la que pueden sobrevivir las comunidades indígenas en dos naciones que las niegan e invisibilizan. Por eso, desde su casa en Los Ángeles y amparada en CIELO, lo mismo recauda fondos para apoyar a compañeros migrantes que organiza cursos de lenguas indígenas a distancia durante la contingencia por COVID-19.

¿Cuál es el enfoque de CIELO?

—Apoyar a comunidades indígenas, no necesariamente mexicanos en cuanto a identidad, sino a zapotecos, mixes, chinantecos, quiches. Nuestro trabajo se enfoca en comunidades indígenas que viven en Los Ángeles y en los trabajadores agrícolas de San Diego.

¿Cómo afectó la pandemia de COVID-19 a los trabajadores indígenas migrantes en Estados Unidos?

—No sé cómo haya estado en México, pero aquí en Estados Unidos se cerró todo. No hubo mucho trabajo y algunos se fueron a la costura, donde están ganando de 150 a 180 dólares a la semana. Entonces claro que hubo un cambio drástico en su condición de vida, y por la barrera del idioma tampoco pudieron protestar mucho.

En la prensa se ha reportado que la comunidad migrante fue una de las más afectadas durante la pandemia…

—Habría que aclarar que cuando estas estadísticas dicen “la comunidad latina, la comunidad migrante” no toman en cuenta a las comunidades indígenas, o automáticamente asumen que todos somos latinos o todos somos mexicanos, y no diferencian a la comunidad indígena, la cual es doblemente impactada: porque no habla el idioma y porque no tiene acceso a los servicios de salud por no tener documentos. Hay que diferenciar entre las personas que tienen documentos y las que no tienen documentos. Las personas sin documentos fueron más afectadas: no tienen acceso a salud, no hablan el idioma, no reciben ningún beneficio del gobierno para poder sobrevivir. Están a la deriva. No pudieron dejar de trabajar; algunos se fueron a los campos, otros a las fábricas de costura porque tenían que trabajar. No tuvieron el privilegio de quedarse en casa. Por eso habría que distinguir esta etiqueta que nos ponen como latinos, porque no nos toman en cuenta, y eso es como borrar nuestra existencia. La particularidad en comunidades indígenas es la del idioma: puedes hablar un español básico, pero no puedes llenar las solicitudes y así no tienes derecho a ningún apoyo económico.

¿Cuál es la aportación de los migrantes indígenas a la economía estadounidense?

—Habría que tomar en cuenta la contribución a ambos países en la agricultura, los restaurantes y el sector de los servicios, pero también en la cultura. Aquí tenemos el mes de la herencia oaxaqueña, existen guelaguetzas y conferencias de literatura indígena. Hay más de 40 bandas en Los Ángeles, grupos folklóricos, comunidades que se organizan. Esas redes socioculturales se tejen aquí también.

¿Cuál es su historia personal de la migración? ¿Cómo llegó a Estados Unidos?

—Yo nací en Zoogocho; mis papás migraron aquí a mediados de los setenta, me dejaron en el pueblo y eventualmente mandaron por mí. En 1981 yo llegué a Los Ángeles hablando muy poco español, un español básico, y no hablando inglés. Aprendí el inglés como segundo idioma y a través de la organización como FIOB, estuve muy involucrada con ellos. Cuando regresé a México me vi obligada a hablar el español. Y sigue siendo malo mi español, pero está muchísimo mejor.

¿Cuál ha sido su relación con la tradición culinaria familiar?

—Yo me he dedicado al activismo, y la comida también es una manera de activismo, para que se resista y se continúe comiendo barbacoa de borrego. Es un acto político que puedas comer una barbacoa de borrego aquí, que te puedas comer la morcilla aquí; la especialidad de la familia es la tlayuda, pero la tlayuda no se come en la sierra, se come en los valles, y nosotros no comimos tlayuda viviendo en Oaxaca, la conocimos aquí en Los Ángeles. Se modificó y ahora en vez de tener el chorizo tiene morcilla. Igual que nosotros, igual que la lengua, las cosas se van modificando, y es un acto político poder hablar la lengua aquí, poder comer y vender tu comida aquí.
 
 
 
En Oaxaca es común que emigren las familias completas…

—Por lo menos en mi región, sí. Hay comunidades, como la Mixteca, o algún otro lado, en que mayormente vienen hombres, pero en el caso de mi región [la Sierra Norte] vienen familias enteras.

¿Cuál es la situación de los indígenas oaxaqueños en California?

—Aquí se ve mucho. Por lo menos en Los Ángeles. Y vivimos en una ciudad: te vas metiendo, y si te llaman mexicano no pasa nada, si te llaman latino tampoco pasa nada, y de ahí no pasa. Pero está el caso de los compañeros de los campos agrícolas, donde el racismo se siente mucho más fuerte de parte de los capataces y la gente es muy discriminada por ser indígena. Y aquí en Los Ángeles, como es una ciudad, hay mucha más diversidad de gente. Pero también la comunidad zapoteca se ha organizado bastante: los serranos crearon las primeras guelaguetzas, las bandas; entonces hay una presencia muy fuerte de la Sierra Norte aquí en Los Ángeles, desde la comida hasta las danzas. El movimiento de la revitalización de la lengua también inicia con gente de la Sierra Norte. Es la contribución de los oaxaqueños a California.

¿Cómo nace el movimiento de revitalización de las lenguas indígenas en Estados Unidos?

—Nosotros ahora somos CIELO, una ONG, pero estos movimientos de rehabilitación de la lengua, de los derechos culturales y políticos de los pueblos indígenas aquí en Estados Unidos, nacen del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB). El Frente es quien lo crea: Rufino Domínguez trajo a Juan Julián Caballero a hacer un tour en todo California, Santa María, Fresno, donde había comunidades indígenas, para empezar a hablar de la continuación y de la importancia de hablar mixteco aquí. Y de ahí nosotros, como parte del Frente en Los Ángeles, empezamos a traer a Filemón Beltrán, que es un poeta serrano, a Natalia Toledo y a Víctor Cata para motivar a la gente a continuar hablando, la revitalización lingüística que ahora coordina CIELO mediante la conferencia de Literatura Indígena. Y hace ocho días lanzamos cursos en zapoteco (dilla xhon), mixteco (tu’un savi), maya yucateco (maaya t’aan) y mixe (ayuujk) a través de Zoom para la segunda y tercera generación de estos grupos. En el caso mío, tenemos a una segunda, tercera y hasta cuarta generación de zoogochenses aquí en Estados Unidos.




¿Y cómo notaron la respuesta de la comunidad?

—Las clases están cerradas, la gente respondió bastante bien; aunque sí nos molestó que todo el mundo académico quería venir a tomar clases o a sentarse a ver a Yásnaya [Aguilar Gil] dar clases. Para nosotros fue una falta de respeto a nuestros espacios que hemos creado aquí en Estados Unidos y los espacios que estamos creando para las comunidades indígenas. De pronto empezaban a llamar de todo el mundo: “quiero sentarme a observar, no soy indígena, pero quiero sentarme a ver cómo se oye la lengua, quiero reconectarme con mis raíces”. Fue como: “oye, respeta los espacios”. Esto es para las comunidades indígenas que ya de por sí las han arrancado de su lugar de nacimiento, de su espacio donde conviven y viven con su lengua, pero que después se vienen aquí y tienen que enfrentarse al racismo y la discriminación, y muchas veces se avergüenzan de hablar su lengua. Entonces nosotros estamos creando este espacio para que la comunidad diga: “Mi lengua vale la pena”. Para que cuando vea a Yásnaya Aguilar diga: “Oye, Yásnaya está dando clase y no le da vergüenza hablar el mixe”.

Por último, ¿cuál es la situación de las lenguas indígenas en Estados Unidos?

—Bueno, creo que depende. Aquí puedes tener muchas identidades. Tú hablas el zapoteco en tu casa o en un evento comunitario previo a COVID; pero, por ejemplo: acabo de llegar del norte de California, este fin de semana tuve que ir por cuestiones de trabajo y me dio mucho gusto que estábamos en una casa y llega este niño, toca, abren la puerta y su discurso lo da en triqui. Andaba vendiendo carne seca de Ixtlahuaca. Entonces ahí te da mucha esperanza de que la lengua puede continuar aquí. Y creo que aquí es el espacio para que continúe. Si los pueblos están vacíos y todos estamos aquí, y hay toda una generación que todavía lo habla y una generación que lo entiende, creo que podemos conectar ese puente entre el que lo habla y el que lo entiende para que continúe la lengua aquí. Va a ser una variante diferente obviamente, porque estamos viviendo en contextos diferentes. Entonces se modifica la lengua, y creo que hay mucha esperanza de que se continúe, porque aquí hay muchísimos indígenas.







* Entrevista realizada el 7 de octubre de 2020 a través de la plataforma Zoom.