Concurso 51 | Un mundo antes / No. 225

El óleo y el cadáver
Poesía: Primer premio

 

I

Recuerdo a Anne*: sus tres
mujeres silenciosas en la
mesa de cocina.
Wisława y su discurso sobre
objetos perdidos.
Una jaula impregnada de
memoria según Remedios.
Virginia y su habitación
envuelta en llamas;
y otra cocina para hornear
galletas, amada Sylvia.
Todo lo matamos a causa del
amor, dice Castellanos.
Respondo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
De antes nos llamaron muertas:
lienzo
fresco
cuadro
tela
boceto de la misma imagen,
borona y borona
contra piso.

Anidó la palabra de un hombre en nuestros días.
Su memoria pigmentó nuestro carnet de huesos
frágiles.

Un cadáver y otro
apilados sobre tierra:
de fondo,
un telón:
la descomposición del aroma.

Guardemos hoy la osamenta entre la carne.
Nuestra memoria impregna
olor cárdeno.

Recojamos pieza a pieza,
tono a tono.

De antes nos llamaron muertas:
nómbranos hoy
violencia:
la sangre siempre oscurece
aun si su atmósfera
está rodeada
de linóleos vaporosos.
 
 
II

Si todos vamos a morir, qué
será de los que deciden
cuándo. Si todas vamos a
morir, qué será de los que
deciden por nosotras cuándo.

Si acudimos a la muerte con
la boca entumecida y sus
finas líneas cárdenas.

A nosotras, reveló Anne,
preparan para traicionar al
cuerpo.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Dicen que oscurezco
pero no llego a ser noche:
ellos, los de antes,
dicen que enfermo,
oscura
anido escarlata
crezco anochecida
en la transparente nota
en la voz:
vaivén de agua
invertebrado canto
en el sufrimiento asiste.

Dicen que habito fondo,
sitio de viejos gusanos
primera agua
acicalada la garganta.

Ellos piensan mi cuerpo
como una transparencia,
pero oscura
me encontré
paisaje en ellos
cetro reinando
el camino hacia el bosque.

No llego a ser noche

dicen que soy sombra.
 
 
III

¿Qué es esto? Observé el
espejo de mi carne, palpé un
tumor blando entre mis
huesos, respiré y hundí mi
dedo en el ombligo.
Un animal minúsculo
―cada noche―
conmigo duerme,
de mí come.
Llevo días observando,
descubriendo quién
es “él”. Animal
invertebrado se acicala entre
mi sombra.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Todo esto amanece y tiene algo de sombra,
también algo de agua: encía y piedra,
mordedura y diente falso.

Esto amanece
en el espejo de mi carne,
se descose en mi costilla:
tres veces voz y agua
tres lámparas de seda
cárdeno hecho polvo
óleo tendido en la ventana.

El sueño
cubre de pesado lienzo sangre,
amanece agua
amanecen piedras
amanece una infancia
prolongada en la memoria.

Esto
la forma apenas de quién sabe
un animal que cede
un vestigio de mi sombra
un esbozo en veladura
un vaporoso ruido.

Amanece púrpura
mi reflejo en la ventana
anochece rojo
un hilo de mi boca.

Esto, algo negro,
embellece mi carne
otra forma de mí
que oigo respirar
desde el comienzo
mordedura,
diente falso
olvidado entre mis huesos.

A ti acudo, voz primera:
voz nacida de infancia,
piedra nacida de mi sombra.
 
 
IV

Mi cuerpo: esto que se
desmorona. La herida en la
bóveda del cráneo como una
amorosa madre ceñida entre
las sombras.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Un cadáver amanecerá baldío.
No tengas miedo, hermana:
conocías mi desenlace,
el ruido naciente de mi ojo.

Entre monstruos marinos
retornaré a la herida:
aunque ayer
descosimos
lento
ruina y ruina,
aunque ayer
hilamos
misma sutura,
intuyó nadie
este rumor de agua
ritmo fácil
en caída
gesto de carne
devorando noches.

Ayer, cuando hablaste en idiomas tejidos de
lactancia, se develó nuestro amor como
descomposición de la carne:

una imagen y otra entre paredes

el hilo de la vida
el hilo de tu aguja,
la muerte de mi amante,
el suicidio de mi novio.
 
Una imagen y otra
(siempre hay otra).
 
Esbozo de una mujer sin hogar.
Suite para piano en una casa sin mujer.

Una mujer sin casa,
eso es todo.
 
 
V

Ellos tomaron mi cuerpo,
dijeron: aprenderás otro
idioma, confía. Entonces
habité un estruendo lúcido de
agua y piedra, su ruido
germinó en mi boca, su
tesitura. Ellos tomaron mi
cuerpo, y desde entonces
existe en mí un sonido que no
terminaré de pronunciar, un
monstruo de revelaciones.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Toda mujer es una piedra; algo de piedra, en un
sofá de dimensión absurda: algo de agua, también
―pero sólo sonido de agua acariciando la
piedra―.

Agua tallando la piedra hasta intuir el mármol:
tesitura de una mano que celebra la contemplación
de ruina.

Toda mujer es Una en esta habitación envuelta en
humo. Puede asombrarte ―me dice ella― que de
la piedra surjan sutilezas inaccesibles a la mano
.
Por ejemplo, un objeto extraviado a mitad de la
cocina o un vaso de leche tibia en la habitación
envuelta en llamas. Es posible que brote también
sudor al ritmo de la carne: preposición de doble
filo que se desnuda y posa y se desnuda.
 
Podría ser piedra, es
Amanecer con monstruos marinos.
Podría ser carne, es lupanar creado de ceniza y
polvo.
 
Por ello, mientras mis amigas ríen, la imagen de
mi madre sale de mí para reconocerme, pero no
me reconoce. Nace un cadáver urdido en sábanas
de seda, ensoñación lejana a Bachelard quizá más
próxima a Stravinski que a un nocturno de Chopin
y el punto ciego.

Pero mamá ―la imagen de mi madre,
en la esquina a contraluz de lámpara―:
estoy cansada porque también soy
algo de piedra, algo de mármol.

Un animal murmura toscos,
indescifrables sonidos:
monstruo marino amanece
mientras la vida suelta una carcajada.
 
 
VI

Pequeños seres nacen en mí,
observa cómo ríen, cómo
relatan este holocausto de
visiones en nuestro sitio que
iba a ser de encuentro.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Laura, Gissel, Oralia. Mar. A todas vuelvo.
Esbozaron una hermosa cicatriz entre mi párpado.

Recuerdo sus divorcios
su reunión de amantes,
recuerdo tres espejos
seis ojos aterrados.
 
Los míos veían acontecer
el rapto de Perséfone por Hades.

Y fueron rojas,
cárdenas las intenciones.

Cedí
caída lenta
agua tras agua
gotera en mí
algo quebró,
era mi piedra.
Regresa el ojo
enmarañado
de una mujer y otra.
Camino hacia el espanto,
regreso al viaje
adentro
ciega,
hay tantas voces muertas
en su corazón:
a todas vuelvo
―y mi carne sigue
pernoctando a solas―.
 
 
VII

No sólo Saturno devora a sus
hijos: nadie imaginó mi
cuerpo flotando en la bañera.
Nadie pensó en la carne,
el impacto de la carne
magullada y limpia: el agua,
agua primera, agua de las
primeras aguas. agua que
escribe el abismo de mi
lengua.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
Laura, Gissel, Oralia, Mar.
Todas se entregaron al mapa oscuro de la belleza.

Esas mujeres perdieron en la cartografía de
sombras
Ofrendaron un mundo destruido por visiones:
demasiada felicidad, después el miedo
la duración del amor, después la ruina.

Alumbraron a través de otro astro,
llegaron a la estación perdida de sí mismas,
sonrieron. ¿Has visto la luz?, preguntó una.
¿No comprendes mi naturaleza?, dijo otra.
Debes estar ciega.

Nunca intuí su mapa oscuro, confesé:
            nunca comprendí el mundo femenino
            ―porque no existe un mundo femenino―.

Todas se entregaron al mapa oscuro
de la belleza,
jamás vieron otra vez la luz.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
*Debes encontrar, me confesó Anne,
“algo parecido a un conocimiento femenino del
mundo en el que se incluyen sutilezas inaccesibles a
los hombres”.
Algo, supongo, compartido y diáfano:
proposición lógica, percepción profunda y clara. Un
pensamiento nítido, puerta perceptual estrecha, directa
llave que abra el cerrojo de mi cuerpo; que duela
demasiado para que la búsqueda por algo incierto
torne absolutamente hermosa.

Una batalla que pueda vencer desde la inteligencia.

Debes hallar algo parecido a un
conocimiento femenino del mundo:
no lo he encontrado, pero me ha herido
el filo de su hoja.