Reinvenciones / No. 223

La alquimia de nuestros días


Mi primer acercamiento con la alquimia fue en una librería del Centro Histórico de la Ciudad de México donde se exhibían los Libros proféticos de William Blake. Al hojear uno de los ejemplares descubrí la imagen de un demonio con alas membranosas, brazos extendidos de un rosa trémulo, una cabeza coronada por dos cuernos en espiral y cabezas humanas emergiendo de su cuello. Debajo de este ser había una mujer alada de piel blanca y vestido amarillo; ambos cruzaban miradas como si vieran dentro del otro. The Great Red Dragon and the Woman Clothed with the Sun ilustra una lucha entre el poder espiritual (representado por la mujer) y la fuerza del mundo material o funcional (expresada como un demonio), ya que estas dualidades coexisten en la naturaleza y simbolizan uno de los fundamentos de la alquimia.

El vocablo alquimia es una combinación del árabe al-kimiya, sinónimo de al-iksir (elixir), cuyo significado alude a un "medio para obtener algo", y del griego khemeia (el arte de fundir metales). Esta palabra hunde sus raíces en prácticas del Egipto helenístico, y tiene orígenes hebreos cristianos, gnósticos, indios, griegos y mesopotámicos.1 Los alquimistas aspiraban a transmutar el agua, el aire, la tierra y el fuego en el "perfecto estado material"2 que, según ellos, era el oro, asociado con el Sol por su resplandor y "eternidad".

Son obras seminales de la alquimia textos como Physica kai Mystika (De las cosas naturales y de las cosas ocultas), que data del siglo II a.n.e. y fue difundido por un discípulo de Demócrito; Zosimus, el alquimista, cuyo autor de ascendencia griega —nacido en Egipto— vivió hasta principios del siglo IV d.n.e.; y, por último, Filosofía de Geberi y alquimistas (1531), atribuido a Jabir ibn Hayyam, un compendio de escritos en latín —la lengua de referencia para todos los alquimistas del mundo— sobre calcinación, destilación y recetas para preparar ácidos minerales y otras soluciones.

Obras como éstas evidencian que los alquimistas fueron los precursores de métodos para separar sustancias, como la combustión, la condensación, la molienda, la destilación y la filtración. Una de sus ideas más conocidas, sin embargo, se orientaba a la obtención de "materiales ideales", como "oro y mercurio filosóficos" o azufre, que a veces se asociaba con el Sol y otras veces con la Luna. Algunos de sus descubrimientos, como los ácidos clorhídricos, sulfúrico y nítrico, fueron resultado de accidentes de la época. Asimismo, gracias a los procedimientos para descomponer elementos surgieron los nombres de algunos objetos empleados actualmente en los laboratorios, como el alambique (al-inbiq), el alcohol (al-kohl), el crisol (bawtaqa) o el fuelle,3 entre otros.

La figura más icónica de la alquimia fue Hermes Trismegisto, "el tres veces grande", asociado con el mensajero de los dioses en la mitología griega y con Thot, el dios egipcio de la magia y la escritura.4 A este personaje se le atribuyó la obra Corpus Hermeticum (1471), una serie de 14 tratados sobre la transmutación de metales y sustancias. Los aprendices de estos textos tuvieron confrontaciones con los creyentes cristianos y protestantes, así como con la Santa Inquisición; algunos, como Anna María Zieglerin, incluso fueron quemados vivos por órdenes de monarcas frustrados ante los intentos fallidos de los alquimistas de transmutar materiales inocuos en oro.

Con la innovación de las técnicas de impresión, la alquimia empezó a separarse del trabajo científico. Así sucedió con el Manual de habilidades de Christian Egenolff (1535) que contenía instrucciones sobre prácticas mundanas como recetas de cocina, instrucciones para hacer hierro resistente, preparación de aguas medicinales o curtido para el cuero. Los lectores no entendían por qué se endurecía el hierro, pero sí cómo hacerlo. Antes de estos folletines, "el arte sagrado" permeó el desarrollo del humanismo y las artes del Renacimiento; fue uno de los ejes de pensamiento para la Academia platónica florentina.

Los experimentos alquimistas no clarificaban el conocimiento, sino que lo volvían un enigma artístico relacionado con la naturaleza y el destino dictado por un —según Blake— demiurgo, que origina un horrible caos y es creador de un mundo desnaturalizado e incompleto.5 Las idealizaciones de la alquimia y el sincretismo con la tradición cristiana inspiraron a este artista inglés, que plasmó en su obra arquetipos celestes y estados cismáticos en los que se encontraban inmersos los individuos de la época. The Great Red Dragon and the Woman Clothed with the Sun no sólo ilustra un demonio y una mujer vestida de Sol —o de oro—, también evoca una propiedad natural del fuego. El dragón rojo agita el aire con sus alas y levanta el cabello de la mujer cual llamas en presencia de un gas como el oxígeno. Se trata de una observación empírica sobre las características de una reacción, sin conocer aún la explicación científica detrás de ella.

Quizá el pensamiento de hace más de 500 años no sea tan distinto al actual. Ahora se difunden las ideas sobrevivientes, pero aquellas que naufragaron, como las de la alquimia, ¿podrían explicar cómo funcionaba su propio pensamiento y por qué era así? Por ejemplo, Antoine Lavoisier comprobó que los elementos químicos, como el oxígeno, no pueden dividirse en otros más simples. Con ello estableció la primera ley de conservación de la materia, que refutó dos fundamentos de la alquimia —que sólo existían cuatro elementos esenciales del universo y que se podía transformar cualquier metal en oro— al demostrar que la materia no se crea ni se destruye. Gracias a los métodos, experimentos e instrumentos empleados por los alquimistas, Lavoisier aprendió sobre la separación de sustancias y elementos.

En su obra The Sceptical Chymist (1661), el teólogo Robert Boyle publicó sus estudios sobre la formación de la materia más allá del "oro filosófico" y adoptó el método científico propuesto por Francis Bacon en Novum Organum (1620). Derivado de sus mediciones, formuló la Ley de Boyle-Mariotte, que permitió el desarrollo de axiomas que dieron unidad a la química y la separaron, definitivamente, de la alquimia. Los alquimistas no sabían que el oro es un elemento que no se puede descomponer en una forma más simple. Este metal nace durante los estallidos estelares —como la explosión de las supernovas—, en los cuales los núcleos de los átomos capturan neutrones o partículas alfa y construyen así elementos químicos más pesados.

Si bien las prácticas de la alquimia fueron pautas para la experimentación científica e incluso referentes para los primeros químicos —desde siglo IV d.n.e. y hasta 1661—, ésta no se ocupó de refutar sus fundamentos y finalmente se paralizó. Esta práctica sirvió como marco de expresión del pensamiento de la antigüedad: no existían los paradigmas que actualmente reconocemos en la ciencia. Las ideas, incluso las refutadas, pueden recurrir a las mismas prácticas, pero se distinguen por los resultados y métodos que comprueban sus hipótesis.

En 1936, John Maynard Keynes, el fundador de la macroeconomía, compró en una subasta todos los documentos alquímicos de Isaac Newton, y seis años después presentó una conferencia en la que destacó el ingenio y las creencias del padre de la ciencia moderna.6 Es irónico que un economista, en lugar de un científico, reuniera estas obras para explicar cómo era el pensamiento de Newton, justo durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Los científicos del futuro voltearán a ver nuestra época como ahora nosotros vemos a los alquimistas?

Hoy impera el pensamiento práctico. Como el Sol de los alquimistas y los cuatro elementos clásicos, ahora la economía tecnológica centrada en la productividad y en elementos de alquimia moderna —como las industrias emergentes, redes sociales, medios y modelos económicos—, semejantes a una "piedra filosofal", ofrecen extender la existencia más allá de una muerte biológica y la llevan a una especie de vida eterna online.

Estos elementos están cada vez más integrados a nuestra vida cotidiana y a prácticas mundanas como prender el celular. ¿Entendemos por qué funciona nuestro celular? Quizá no, pero sabemos cómo usarlo. Hasta hoy, las obras de Blake siguen brillando en una librería como un ingenio artístico, o tal vez como un instinto de aquello que se leía en esos Libros proféticos con escenas y criaturas fantásticas: “What is now proved was once only imagined”.





1 Ver Ferrario, Gabriela, "Al-kimia: Notes on Arabic Alchemy" en Distillations. Using Stories from Science's Past to Understand our World, consultado el 15 de octubre del 2007, en: <www.sciencehistory.org>

2 Roob, Alexander, Alquimia y mística, Taschen, España, 2011, p. 20.

3 Ferrario, Gabriela, op. cit.

4 Roob, Alexander, op. cit., p. 8.

5 Ibidem., p. 18.

6 Maynard Keynes, John, "Newton, el hombre", en Gaceta del Fondo de Cultura Económica, núm. 505, enero 2013, pp. 6-8.