Carrusel / Bajo Cubierta / No. 223

Una labor de escucha


Ave Barrera.
Restauración.
Paraíso Perdido.
México, 2019, 240 pp



Restauración no romantiza las relaciones amorosas: más bien expone las grietas que pocas veces salen a la luz. Cuestiona la posición de las mujeres dentro de las historias de amor. ¿En una relación tendrán que ser siempre sumisas y abnegadas ante los hombres? Esta obra plantea experiencias que las mujeres viven y que pocas veces son cuestionadas en las obras canónicas. Jazmín, la protagonista, restaura la casona del tío abuelo de su novio esperando encontrar consuelo ante el fracaso de su relación, pero dentro de esa casa existe una historia enterrada: la de Gertrudis y Eligio, los antiguos habitantes. En esta novela se plantean nuevamente dos de las obsesiones de la autora: las casas y la restauración. En Puertas demasiado pequeñas exponía el tema de la espacialidad y la reconstrucción como parámetros para medir las acciones humanas; también revelaba esa preocupación constante por conocer las ideas y las necesidades más básicas de sus protagonistas a través de los pensamientos y los monólogos.

Cabe destacar que la novela retoma a Farabeuf, de Salvador Elizondo, como un punto de partida que brinda una retrospectiva a los valores presentados por los escritores del Medio Siglo. Lejos de readaptar o reescribir, la obra de Elizondo sirve de pretexto para contrastarla con la ideología del siglo XXI. Es en Restauración donde las mujeres, a diferencia de en Farabeuf, toman la voz para reflexionar sobre cómo se sienten y para demostrarle al mundo lo que tienen que decir. Va más allá de la inmovilidad y el instante femenino del libro de Elizondo. A pesar de que Farabeuf sea una motivación, la obra funciona sin la necesidad de tener este antecedente.

Barrera presenta dos relaciones, y diferencia cada una por las acciones de los personajes femeninos. Dos lazos unidos por el amor romántico y atados por la violencia física, psicológica y verbal. Por un lado, Jazmín busca darle forma de nuevo a la casona que le encomendó su novio, Zuri. Con el paso de los días, las tareas y las remodelaciones se integran para regresar en el tiempo y conocer la vida de Gertrudis, que en el pasado intentó redescubrir su visión del mundo teniendo una aventura con un amigo de Eligio, su marido. Las dos historias se acompasan para reflexionar sobre el amor, y hay veces en que una toma más importancia que otra. La segunda historia sirve para contrastar la primera: muestra que la violencia en las parejas aún existe y que muchas cosas no han cambiado a pesar de los años. El giro de tuerca con que finaliza el amorío de Gertrudis es sombrío, triste y desolador; la escena reafirma la desesperanza que las mujeres viven muchas veces en las relaciones.

Los personajes hombres son despiadados y egoístas. Pocas veces se preguntan las necesidades de sus parejas y encuentran una ventaja en las debilidades emocionales de las mujeres. Zuri, quien parece encantador en un inicio, se transforma en un ser irreconocible en las últimas páginas del libro, mientras que Eligio desde un principio es un personaje cruel y feroz que reafirma su actitud al final, creando un sentimiento de extrañeza y temor ante sus acciones. Los dos ven en las mujeres un puente que lleva a la comodidad.

Lo que conecta las dos historias, además de la casa, es el personaje de Oralia, una empleada doméstica que apoyó incondicionalmente a Gertrudis y que en el presente ayuda a Jazmín a restaurar la vivienda. La relación que tienen las dos mujeres con Oralia es un soporte frente a lo que viven. Con esto la trama avanza y se descubre poco a poco, entre los cientos de objetos olvidados, la belleza que perdió esa casa por el abandono.

Hay dos aspectos sumamente relevantes en la novela: en primer lugar, las descripciones que proporciona Jazmín, el eje para encontrar las pistas del pasado de la casa; por otro lado está la construcción de personajes sólidos: lo que realmente resalta de ellos son esos pequeños detalles que los caracterizan y los vuelven entrañables, personajes que sirven para empatizar con el mundo real. Son relevantes por las dimensiones que toman, por el factor de identificación ya sea con sus acciones o con su manera de ser. Quizá parezca que la novela finaliza de una manera abrupta porque se interrumpe esa construcción continua de personajes tan considerada y precisa.

Restauración es difícil de leer por las fibras tan delicadas que toca. Una metáfora que puede describirla es el famoso iceberg de Hemingway, pues lo que hace Ave Barrera no es sólo mostrar la punta de éste, sino llevarnos a las profundidades para conocer lo que en verdad sucede. La historia no narra lo que apenas se ve, sino que se sumerge en lo que nadie más podría ver en situaciones como éstas. No muestra a sus protagonistas femeninas como seres totalmente buenos ni malos, las presenta como seres humanos dispuestos a conocer lo prohibido y a cuestionar su entorno. Todo lo que se relata en la novela busca cuestionar, debatir y reflexionar lo que se conoce sobre las relaciones y las formas en que se encarna el abuso y el poder en ellas, sobre lo atroz que puede ser la vida para una mujer. Al final, la restauración, como dice Jazmín, “es una labor de escucha” y pareciera que la protagonista lo dice para sí, porque paso a paso se acerca lentamente a reparar el daño que sufrió y a reconocer que una casa puede tener grietas escondidas que nadie más podrá ver.