Reinvenciones / No. 223

No contarás tus fracasos


Se sentía entusiasmado. Lo intentó por primera vez. Estaba poniendo todo su empeño. Una segunda vez. Se esforzaba como nunca antes. Tercera. No sabía bien de dónde había sacado la idea, quería creerse el primero en intentarlo. Y otra. La verdad es que no lo sabía. De nuevo. Desconocía el tiempo que iba a tomarle. Una más. Sin duda confiaba en su capacidad. Falló otra vez. De lograrlo, lo invadiría el orgullo. Repitió. Su existencia de pronto se redujo a este proyecto. Otra más. Ya no importaba ninguna otra cosa, sólo conseguirlo. Volvió a fallar. Le estaba tomando más tiempo de lo esperado. Otro intento. Su paciencia se puso a prueba. Aquí iba de nuevo. No estaba dispuesto a declinar, era demasiado pronto. Siguió. “¿Qué pensarían los demás?”. Trató de nueva cuenta. Comenzaba a cuestionar su método. Repetía los pasos. “¿Puedo mejorar?”. Lo hizo otra vez. Estudiaba con cuidado cada intento. Fue minucioso en este último. “¿Cuál era el error que estaba repitiendo?” Probó una vez más. No se detenía, estudiaba y practicaba sobre la marcha. Como en esta ocasión. Quizás el problema era suyo. Otro fracaso. Quizá la tarea lo superaba. “Una última vez”. Demasiadas dudas, lo que necesitaba era certeza. Retomó la marcha con la certeza de su poder. Sintió entusiasmo y volvió a intentarlo. Aunque era posible que su soberbia lo hubiera dominado. El intento más reciente había sido el peor, pero trató una vez más. El silencio le sugirió pedir ayuda y, de un grito, espantó esa idea. Revisó con cuidado este nuevo fracaso. No, era una prueba. Y volvió a intentar. Un desafío que debía superar sin la ayuda de nadie más. Regresó a los fracasos. Sin embargo, a cada intento se hacía más infeliz. Cometió otro terrible. Sus fracasos eran cada vez peores. Esa última tentativa lo demostró. “¡Qué vergüenza!”. Se sintió superado. Para su suerte, nadie más lo sabía. Eso no evitó que volviera a fallar. Hasta ahora nadie más sabía de sus intenciones. Tuvo más indulgencia con su fallo más reciente. Si nadie conocía sus errores, creerían que había tenido éxito desde su primer intento. Registró una nueva decepción. Aquella fantasía le regresó el entusiasmo. No lo hirió tanto como para volver a fallar.

Por primera vez tomó aire y cerró los ojos un momento. Repitió, fracasó. Exhaló. Para el trigésimo sexto intento quiso variar un poco, así que exclamó, con la esperanza de que esta vez tendría éxito: “¡Hágase la luz!”