Reinvenciones / No. 223

Entropía

Desde que se sentaron no había pasado gran cosa: un señor vendía globos por ahí, unas palomas perseguían migajas en la esquina de enfrente, un niño —con su mamá y su hermano detrás— lloraba junto a la fuente mientras se sobaba la rodilla. Le tocaba mover a Julio. ¿Mover? Más bien quitar, deshacer. Los jugadores normales movían las piezas, pero ellos en realidad caminaban de espaldas, en reversa. Al quitar las piezas del tablero retrocedían a la jugada que había dado lugar a la anterior, revivían piezas de la caja, las devolvían al tablero y volvían a añadir el resto de las piezas para formar la posición inicial. Las posibilidades eran inmensas. ¿Serían más que si se jugaba de frente? Jugaban antientrópicamente. El caballo de Julio pudo haber sido tomado por la dama de Mario o su alfil, o por ninguno de ellos, sino por alguna otra de las piezas muertas que Mario tenía alineadas junto a su brazo. Quizá ninguna lo comió y, tras varias jugadas dentro del tablero, llegó a la posición actual. Era cuestión de Julio decidir eso.

¿Decidir sobre un juego ya jugado? Ésa era la magia del juego.

Julio movió su caballo hacia c3 y, tras poner la dama de Mario en d5, le cedió el turno. Mario decidió que su dama no se había comido a ninguna de las piezas de Julio, sino que venía de f5, donde habría encarcelado a la dama de Julio junto con el alfil que, pensaba Mario, debió de haber estado en b6. El juego no consistía tanto en crear como en descifrar. Se necesitaba el intelecto de un detective, no de un inventor.

En tanto se movían las piezas hacia su posición original, mientras transcurría el juego moldeado por los dedos de Julio y Mario descifrando los pasos que, sin saberlo, ellos mismos habían trazado, los árboles recuperaban su verde y el aire se veía más claro. Peón un escaque hacia atrás. Las mujeres dejaban de usar falda y ahora se las veía felices, con pelo corto y pintado, caminando con pantalones acampanados y lentes gigantescos. Rey en jaque. Los coches y los semáforos se tornaban borrosos. Las manos se volvían fuertes, los músculos recuperaban su consistencia, y al poner mucha atención se podía ver que las arrugas de la mano de Julio se camuflaban en un baile difuminado por el denso aire. Torre por alfil en g6. Julio abrazaba a Mario en la sala del hospital y después moría su madre. El primer cuadro de Mario se vendía y después huía de la casa para luego encontrarla quemada, se mudaba a Francia y regresaba a su casa, donde recogía un ramo de rosas de la tumba de Mariana para, dos meses después, despedirla con un beso en la banqueta de su casa. Laura y Mariana se tomaban una copa de champagne en casa de Mario en Año Nuevo. La risa de la madre de Mario se oía a la distancia, el padre de Julio lo llamaba para el desayuno y los amigos jugaban futbol en la cancha del parque que separaba sus casas. Julio se encontraba con Laura por primera vez y, peón por alfil en a5, jugaba el primer juego de ajedrez con un desconocido llamado Mario en el patio de su escuela, un lunes por la tarde, en lo que su mamá iba por él.

Sin darse cuenta, Julio y Mario llegan a la posición inicial. Ahora sólo son un par de niños desconocidos, sentados en un parque remoto. Julio le da la mano a Mario y hace la primera jugada: peón a e4.