Caos / No. 222

Armisticio (fragmento)
 


1968, EL INICIO
PRIMERA DE 4 PARTES


Personajes
LORENZO RODRÍGUEZ: Padre de Bastien. Marido de Sara
BASTIEN BREMOND: Hijo de Lorenzo y Sara
SARA OLEA: Madre de Bastien. Esposa de Lorenzo




RODRÍGUEZ: Ella estaba entre la multitud.
OLEA: Él junto al asta bandera gritando que lo único que querían era REVOLUCIÓN —así, en mayúscula y con todas sus letras—.
R: Ella levanta el brazo y repite la frase en señal de acuerdo.
O: Pudo haber volteado a cualquier otro lado y sin embargo...
R: Sin saber bien qué buscaba, me encontré con Sara.
BASTIEN: César Tirado y Roberto Escudero se levantan. El último tironea a Rodríguez, quien entiende, igual que el resto del contingente, que hay que empezar a moverse.
O: Tu abuelo baja del entarimado y se mezcla entre la gente.

B: Rodríguez y Olea ya se andaban buscando. "Desde hace varias vidas", dice Sara cada vez que cuenta la historia.
O: El contingente avanza por la Plaza de la Constitución y nosotros quedamos estacionados en el centro del mundo. ¡Nuestro mundo!
R: Todo, durante los sesenta, fue culpa de la minifalda.

O: Ya nos dejaron atrás.
R: Quizá hemos quedado al frente de otro contingente, uno nuevo, diferente. Propio.

B: Era verdad. Sara y Rodríguez no volvieron a unirse a ese grupo. Ni a ningún otro. Al menos no esa tarde. El 2 de octubre de 1968, estando juntos, se convertían en familia.

O: Fuimos a su casa/
R: Debimos de pasar por esa misma calle cientos de veces aquella última primavera, cada uno por su lado y a horas diferentes.
O: Esa tarde la recorrimos juntos por primera vez.
R: Y después, una infinita cantidad de veces más, durante el tiempo que estuvimos juntos.
O: Nadie llevó la cuenta.
R: Sara era joven, hermosa, con toda la vida por delante, pero con el futuro oscuro.

O: ¿Estás seguro de que es aquí y no allá afuera donde prefieres estar?
R: Van a estar bien. Ya saben lo que tienen que saber. Eres tú quien debe pensarlo. No te espera nada grande conmigo.

O: Me miró melancólico, esperando a que saliera por la puerta después de haberlo escuchado, pero a mí no me importó la sentencia de un futuro incierto y desastrado. De cualquier forma, estando con él o allá afuera lo único que podía esperar era caos.
R: La noche se hizo corta, nos consumimos junto con ella. Al despertar teníamos dos noticias, ambas irremediables. La primera era que nos queríamos.
O: La segunda llegó por todas partes, como proyectil que se fragmenta mientras viaja.
R: La ciudad había amanecido con un incuantificable saldo rojo en las calles.

R: Tenemos que irnos. Un par de meses. En lo que las cosas se calman. Ten, cuida esto.
O: ¿Una caja de zapatos?
R: Es todo lo que tengo. Te lo dije anoche. No tengo nada más que ofrecerte. Puedes pensarlo de nuevo y elegir quedarte.

B: Él tenía un sedán en el que Sara subía y bajaba sin cuestionar nada. Sonreía nomás.
O: Manejaba hasta que al auto se le terminaba la gasolina o ambos necesitábamos un lugar más cómodo que los asientos para descansar.

R: No podemos volver. Me están buscando.
O: ¿Y a ti por qué?
R: Estuve mucho tiempo con esa gente. Nos están buscando a todos.
O: Tú no hiciste nada/
R: Hice más de lo que debía.
O: No estabas ahí esa noche/
R: Eso no lo saben, ni les importa. En cuanto me encuentren/
O: Estabas conmigo, yo soy tu testigo, puedes decirles eso.
R: Estás enamorada...
O: ¡Eso qué importa!
R: ¡Y embarazada del prófugo acusado! ¡¿Por qué no habrías de mentir para tratar de salvarme?!
O: No mentiría.
R: ¡ELLOS NO LO SABEN!

B: Quizá sean las hormonas, o tal vez Sara empieza a entender que se equivocó. No sabe qué hacer con su existencia ni con la del niño que viene en camino. Ay, Rodríguez, ¿qué hiciste? Mira en qué lugar viniste a meterte… y con ella.

R: Yo no quería que nada de lo que pasó sucediera.
B: Tampoco te importó demasiado. Te habrías quedado hasta el final de otro modo.
R: Nadie quería escucharme.
B: Tampoco quieren oírte ahora. Aunque se mueren de curiosidad por saber a quién traicionaste primero.
R: No voy a volver. No puedo. Júrame que no vas a decirles en dónde estoy.
B: Yo te encontré sin andarte buscando. Qué te hace pensar que ellos no lo van a lograr.

O: No puedo recordar cuántas veces me dijo: "Ya, ya mañana nos vamos de este lugar".
B: Sabías que te mentía, ¿por qué decidiste quedarte?
O: Pensaba en Mateo.

R: Con su llegada, Sara acariciaba de cerca la expectativa de un mundo mejor, pero con sólo siete meses de vida, él decidió que éste no era el lugar en el que quería estar.

B: Culpable, hecho mierda y con el recuerdo permanente de su primer hijo muriendo entre sus manos, Rodríguez volvió a subir todo al sedán, metió el cuerpo de Mateo a una hielera y, junto con Sara, regresó, pese a todo, al Distrito Federal.

O: Mi madre nos recibió con todos los años del mundo encima. Había dedicado cuerpo y alma a buscarme durante los últimos 17 meses de su vida. Yo era todo lo que le quedaba.

R: En el recorrido que suponía aquella búsqueda, Aurora tropezó con Bastien Bremond.
O: O quizá, aquel exiliado político francés, convertido en docente de idiomas y aliado a una pequeña célula de la resistencia, la encontró a ella.
R: Como haya sido, fue él quien nos ayudó.
O: Primero a que Mateo ocupara un lugar en el registro público y, por tanto, en el mundo. Más tarde habría que ocuparse de los gastos funerarios correspondientes.
R: Y un poco después, habría que deshacerse de mí. De El Caifán Rodríguez no quedó nada.
O: Salvo el recuerdo. El mío.
R: "¿Sabes, camarada?", dijo Bremond. "Los tiempos difíciles aún no se acaban".
O: Nunca supimos si hablaba en general o sólo de nosotros.
R: Deberías guardar energías para más tarde, quizá haga falta.
O: Bastien recuperó el cuarto en el que habíamos pasado sólo una noche, la primera.
R: Mi suegra, insistente en ayudarnos, aunque más con el afán de mantener vigilada a Sara, nos llevaba comida todos los días.
O: A principios de 1970 supimos que, aún cuando nos esforzáramos, la vida nunca volvería a ser la misma. La rutina nos aplastaba y nosotros no teníamos cómo evitarlo.
R: Sara se iba todas las mañanas a trabajar y regresaba... cuando regresaba, por la tarde, con una bolsa de pan y el periódico para mí bajo el brazo.

O: ¿Has visto a la hija del vecino? Cada vez la veo más grande y linda/
R: Ni se te ocurra. ¿Cómo pueden quedarte ganas después de lo que pasó?
O: Yo no digo que ahora, pero me gustaría/
R: ¿Y con qué vamos a pagar ropa, comida, medicinas? Apenas podemos con nosotros. Ya no lo pienses.

O: Pero era tarde. Que él lo notara era cuestión de tiempo.
R: Vivíamos de la caridad de mi suegra, de lo que de vez en vez nos alcanzaba Bremond y de la miseria que ganaba Sara como costurera en la fábrica textil. ¿Futuro? ¿Cuál?
O: Recuerdo la expresión de desconcierto en su rostro.
R: Ella sonreía ante nuestra desgracia. No pude evitarlo.
O: El cuerpo recuerda el ardor de una bofetada con más certeza que el roce de una caricia. Regresó semanas después, con ropa para el bebé. Disculpas y flores para mí.

R: Vendí el sedán. Y vendería mi alma por ti y por quien venga en camino.
B: Si hay algo que reconocerle al viejo, es que siempre fue un cabrón con palabra.