Carrusel / Bajo cubierta / No. 222

Anudar la carne, expandir la sensación


El giro corporal ha sido la médula de la Sociedad de Carne y Hueso. Los procesos inmersivos les han traído una experimentación muy fina en la que su relación con Eros se plantea desde otra parte. ¿Qué tan entrenadx estás para sentir? A lo largo de cuatro años de experimentación lograron desarrollar una propuesta, en flujo constante, que pone en el filo de la carne la multiplicidad de las sensaciones. El encierro orilló su propuesta a otro lugar y dio paso a Erohome. DIY No-Shibari, que sucederá en medio del confinamiento y con mucha distancia entre los asistentes que se preguntan qué esperar. Entrevisté a Aura Arreola, artista escénica, directora, gestora e investigadora fundadora de El Festín, para platicar sobre lo que significa esta propuesta audaz en medio de un ambiente caótico que parece ser ya cotidiano.

La Sociedad de Carne y Hueso tiene como una de sus principales propuestas el retornar al cuerpo. ¿Desde cuándo y por qué consideran ustedes que nos fuimos del cuerpo? ¿Qué proponen con la idea de retornar?

—Éramos conscientes de que ya había pensadores y pensadoras que escribían sobre esta necesidad de regreso al cuerpo, no es algo que inventáramos. Creo que se veía venir justamente porque la virtualidad y el mundo digital estaban distanciándonos, y es esa distancia la que ocasiona afectaciones. Afortunadamente, en la Sociedad… pudimos aplicar esta visión de volver al cuerpo desde hace unos años hasta que nos alcanzó la contingencia. La cuestión es que estamos en un momento en el que tenemos la oportunidad de mirar al cuerpo y tener una relación más cercana con el nuestro, de escucha más sensible porque estamos en una cotidianidad extraña, nueva. Me parece que ahí hay una oportunidad de reconocimiento de nosotros mismos con nuestro cuerpo y que gracias a ella podemos generar una relación distinta con los otros cuerpos y con lo otro, transformarla.

¿Cuál consideras que es la potencia de la sensación para reformular las relaciones con el propio cuerpo, los otros cuerpos y lo otro?

—Para mí fue importante, desde que estudiaba Butoh, el énfasis que hacían muchos maestros en las sensaciones. Ellos, muy en contra de la emoción, apelaban a una respuesta contra la manera en que Occidente la utiliza en el teatro y en la construcción del drama. A mí me pareció una puerta muy interesante para comenzar a indagar sobre el cuerpo desde un lugar en el que, definitivamente, no está la razón. La sensación nos lleva mucho al presente, a un presente inmediato, y está íntimamente ligada a la percepción. Poder tener una experiencia sensorial y transformarla en movimiento o en relación con lo otro es otra gran puerta de entrada como proceso cognitivo. Sentir el presente te permite entrenar una percepción más aguda, propicia una relación con el instante, pues la percepción se nutre de las imágenes corporales que remiten a sensaciones experimentadas con cualquier estímulo cotidiano.

En mis talleres a veces hago un experimento muy divertido: les digo a los participantes que se pregunten cuántas sensaciones al mismo tiempo realmente pueden sentir; porque todo el tiempo tenemos estímulos de todo tipo: olemos, vemos, sentimos la piel. Entonces la cuestión es saber qué tanto podemos entrenar la percepción consciente de más estímulos al mismo tiempo.

A propósito de la búsqueda de retomar la sensación para traernos a un momento presente, a la inmediatez, y sabiendo que su propuesta es pionera en las experiencias inmersivas, ¿a qué se refieren con lo inmersivo y qué antecedentes hay detrás?

—La inmersividad como forma de arte ya es conocida y ha sido explorada desde Londres, sobre todo en el teatro. A mí me llegó la inquietud a partir de la pieza Sleep No More de la compañía Punchdrunk. Después estudié específicamente a Josephine Machon, que empezó a recabar información sobre arte inmersivo y a ampliar la diversidad de propuestas que surgieron bajo este nuevo, digamos, “género”, que no es en sí un género porque se expandió con la esencia misma de la interdisciplina. Esto empezó con el immersive theater, pero después se amplió hasta llegar al immersive art para acoger todas las propuestas que comenzaron a surgir.

Como Machon lo define (y me gusta mucho su forma de hacerlo), el arte inmersivo es, tal cual, tirarse un clavado a una alberca. Cuando lo haces cambia toda tu realidad, tanto que no puedes ni respirar, estás totalmente envuelto por ese medio, y al salir de ahí ya fuiste transformado por esa experiencia. A mí me parece muy ilustrativo este ejemplo para explicar la idea de la inmersión, que tiene que ver con multisensorialidad. Es algo que ya había experimentado antes con el Butoh. Me preguntaba por qué resonaba tanto con el immersive art, si había un vínculo con el Butoh, o si éste había sido una influencia que hubiera permitido emerger la idea de la inmersividad, de la creación de atmósferas y la relación con lo sensorial.

En el Butoh encontré muchos apuntes sobre la sinestesia, muchos ejercicios sobre imágenes sensoriales como ver con los ojos o lamer con la mirada; hacían este tipo de desfases, juegos sinestésicos imaginativos. Esto y la posibilidad de explorar desde una atmósfera multisensorial me parecían fascinantes. La estimulación multisensorial es una parte importante de aquello a lo que apela el arte inmersivo. Desafortunadamente, a mi parecer, con el tiempo se comenzó a llamar inmersivo sólo a la realidad virtual y la tecnología, sobre todo aquí en México. En Inglaterra hay una tradición fuerte de teatro y arte inmersivo: es algo que la gente y los espectadores de teatro, danza y arte ya conocen. Pero aquí no llegó un boom o una variedad de propuestas. Yo defiendo que la inmersividad apunta a un presente, a una presencia, a un encuentro en el que, como dice Josephine Machon, se trata de hacer sentido y sentir haciendo: la relación crucial entre making sense y sense making, cómo podemos ir de la sensación al significado y del significado a la sensación. Esto es fundamental en mi experiencia, me ha atrapado más que cualquier otra como espectadora.

Durante sus años de investigación performática y siendo una práctica tabú en varios niveles, ¿cómo lograron integrar DIY No-Shibari a una experiencia inmersiva?

—La parte del Do it yourself es el inicio de una investigación abierta. Lo último que estábamos haciendo con El Festín antes del encierro era Erosessions, cuya parte central era el performance participativo de Shibari. Esto había formado parte del proyecto desde el inicio, pero de una manera más escénica. Poco a poco mutó hasta que en septiembre del año pasado decidí, como diría Marina Abramović, hacerlo participativo. Mi propuesta fue un crossover entre dos performances de Abramvoić: aquel que sucedió en el MOMA, en el que ella se sentaba en una silla, y otro más que sucedió en los setenta: había una mesa con diferentes objetos, incluida un arma.

En el caso de El Festín puse una cuerda y otros objetos que usaba para que quienes participaban decidieran qué querían que yo hiciera. Como era la primera vez, yo no sabía qué iba a pasar. Había además un performer para lubricar la participación por si hacía falta, pero no fue necesario; el dispositivo de Abramović funciona muy bien. Esa vez el performance acabó porque un participante del público tomó el cuchillo que yo utilizo para otra escena y lo enterró en la mesa. Yo estaba demasiado sensible por todo lo que estaba conectando con la gente de una manera súper amorosa, y de repente irrumpió la violencia, y además, por parte de un hombre. Después de esa ocasión sólo puse las cuerdas, sin cuchillo; fue un buen aprendizaje que posteriormente detonó una reflexión conjunta sobre las manera de ejercer la violencia patriarcal de manera simbólica.

Comento esto para decir que lo último que hacíamos en El Festín era contacto profundo con la gente y comunicación no verbal a partir del tacto: la información se obtenía al tocarnos. Lo que yo percibí en esa exploración fue que, aunque el dispositivo del Shibari está etiquetado con el sadomasoquismo, lo que yo sentía que me pedían era amor. Ahí empezamos a articular una diferencia muy clara para separarnos del cliché del sadomasoquismo y de las relaciones de poder que no nos interesan en El Festín ni en nuestra aproximación al Eros.

La contingencia canceló la posibilidad de compartir espacios. ¿Cómo encauzaron su propuesta hacia otra alternativa?

—La Sociedad de Carne y Hueso siempre ha tenido como origen la idea del encuentro, de la intimidad y de la presencia. Por eso ahora ha sido un momento muy importante para repensar cómo podemos volver o, más bien, cómo se transforma desde la situación que vivimos. Definitivamente seguimos teniendo esta experiencia corporal cotidiana, pero el aislamiento es una condición que no imaginábamos. Cuando llegó la pandemia fue un gran shock. Ante eso la pregunta fue: ¿cómo voy a acercarme otra vez? Y creo que la respuesta no fue lo más evidente: hacer un streaming del performance. Supimos que tendríamos que investigar todas las posibilidades más allá del streaming, que era lo más inmediato. Queríamos empezar proponiendo algo para vivir el encierro a través del parámetro de nuestros propios cuerpos, para saber cómo se estaba transformando y cómo resistiremos a ello, cómo hackear la biovigilancia y el control digital sobre los cuerpos. Y aunque claramente hay un sesgo de control y vigilancia no sólo me concentro en ello, pues el aspecto del cuidado de nosotras mismas me parece fundamental para poder contrarrestar esa sensación y lograr una transformación en el cuerpo. Así que elegimos hacer algo que la gente ya nos había pedido anteriormente: querían aprender a hacer ellos mismos el Shibari e involucrarse con él, extender lo participativo.

Así volvimos al inicio, y coincidió con una invitación de la revista Coolhunter a proponer algo diferente en medio de la proliferación de clases de yoga o ejercicio fitness. No había mucha gente de danza con herramientas distintas para llegar a otros estados corporales-mentales. Finalmente, Iraís Bermejo y yo hicimos un streaming desde mi casa. Regresamos a la sala donde surgió El Festín, volvimos al ambiente íntimo donde cinco chicas hicieron su primera exploración sobre el erotismo. La primera vez que se presentó el proyecto fue en casa de mi tío, no quería nada institucional porque no sabía qué esperar. Había una potencia muy fuerte en la relación con nuestro espacio íntimo. Pensé que si nosotras dos, las sobrevivientes de este proyecto, no sabemos lo que decimos y comunicamos, o incluso cuándo volveremos a encontrarnos, tenemos que aprender a hacerlo por nuestra cuenta: tú misma debes saber cómo replantear tus relaciones para no generar dependencia, que no deja nada más que frustración y nostalgia. Decidimos darle herramientas a la gente para repensar sus propias relaciones desde un Eros que no pase por una relación de poder o una binaria: activa-pasiva. Eso es lo que queremos probar en este nuevo momento de la investigación de El Festín.

En este primer momento de reconfiguración, después de asimilar el caos, ¿cómo es que en lo personal y desde la intimidad como cocreadoras pueden plantear y proponer una experiencia íntima, a través de un medio digital, a otra persona?

—Creo que ése es el meollo de la experimentación. Hemos propuesto tres partes. La primera es un performance en el que se quiere transportar lo performático a lo audiovisual; ahí la cámara ya es parte de ello, no se limita a hacer el registro, pues acompaña el gesto y el movimiento; provoca una re-mediación del suceso hacia lo audiovisual. En la segunda parte habrá una especie de tutorial en el que comparto mi acercamiento al Shibari y cómo se distingue de la acepción tradicional. Por último, proponemos una improvisación colectiva: la parte en la que menos control tendremos, pues depende de los participantes. Queremos experimentar el potencial de la intimidad de cada recuadro en la pantalla: ahí no sólo estás tú presentándote como quieres ser visto, hay un cachito de ti que aparece más allá de lo que quieres mostrar.

En estos días me ha pasado que al entrar a un taller me da mucha curiosidad saber dónde están esas 140 personas conectadas, dónde entrenan. Parece que nuestras reglas de socialización son obsoletas; y creo que bajo el influjo de Eros y desde un ambiente relajado y consensuado, es interesante permitirnos tener curiosidad sobre los espacios íntimos. Aparecen sin querer los bien conocidos voyeurismo y exhibicionismo. Para esa última parte nos mudaremos de Vimeo a Zoom, la cámara prendida o apagada será una decisión de cada participante; esto alude a los recorridos espaciales que solemos hacer cuando trabajamos en físico. Ahí nos podremos ver y mostrar como queramos, usando las herramientas del amarre o no. Queremos ver qué sucede, curiosear, provocar la improvisación colectiva. Una de las preguntas que más me inquieta es saber cómo se está transformando la intimidad.

No sabemos qué esperar, pero creo que podemos aprovechar esta oportunidad de ir en contra del encierro. Tenemos la opción de centrarnos en lo que estamos perdiendo, eso de lo que ahora carecemos, pero también en las oportunidades que abren estas herramientas. Sabemos que no van a suplantar la presencia de los cuerpos, pero algo encontraremos en el uso distinto de lo que tenemos a la mano.

Por último: ¿no es paradójico ofrecer una experiencia de Shibari en una situación de encierro, inmersos en un entorno y contexto caóticos como el actual, en el que parece que estamos atados de manos? Es decir, ¿para qué atarnos si ya nos sentimos así?

—Creo que ante la inquietud de encontrar otras relaciones sexoafectivas y eróticas entre nosotros, el sadomasoquismo es un gran pretexto para replantear la relación de poder y sumisión que nos aleja del Eros, pues el poder va en su contra. Consiste justamente en ir hacia el otro, y la posesión mata al Eros. Me parece que cuando se amarra un cuerpo y se lo inmoviliza por completo, éste se vuelve infértil; en cambio, generar sólo una restricción es más interesante, pues desde ahí se puede generar otra libertad, una nueva. Es una metáfora de la improvisación: cuando se tienen todas las posibilidades abiertas es fácil perderse, pero una consigna específica lo vuelve todo más sencillo: ir de arriba a abajo y ya, ahí tienes que encontrar tu danza. Se parece a eso. El Shibari es un pretexto para reflexionar sobre la posibilidad de movimiento dentro de esta restricción. En ese sentido, es una metáfora de nuestro presente. En este espacio en el que estás confinado, ¿cuántas posibilidades hay?

Para mí eso es lo importante. En el Shibari, la precisión en la técnica y en la estética son centrales; desde mi perspectiva es muy relevante, pero está al mismo nivel que el performance mismo, se inserta en la danza de seducción. El nudo que voy a mostrar lo haré en mi propio cuerpo, pues para mí es vital que una misma tenga la sensación primero, para que después se tengan la sensibilidad y la empatía para saber qué es lo que está sintiendo el otro. El límite, entonces, es jugar con la posibilidad de movimiento y la restricción autoimpuesta, y justo así es la vida. Ya no necesitamos que nos esclavicen: nosotras nos explotamos y nos autodirigimos. Creo que como práctica puede ser muy reveladora, de autoconocimiento, con un material simple. Podemos saber cómo restringimos nuestro propio cuerpo y dónde está la libertad en esa restricción, qué posibilidades hay. Creo que el cuerpo siempre supera las limitaciones más inmediatas. Como en la danza Butoh: cuando transgredes los límites físicos que crees que tienes, hay algo que se amplía.

Hay una contradicción en la idea de “nueva normalidad”: nada nuevo es ya normal. De una contradicción se sigue cualquier cosa, así que recurrir a las restricciones del Shibari para hacer frente a la situación que nos tiene atados es una puerta para experimentar eso: cualquier cosa. Ahora que nuestra realidad está puesta en jaque, la propuesta es seductora: replantear las relaciones eróticas que tenemos con nuestro cuerpo y nuestras sensaciones, explotar ese exceso de realidad que el caos aún no alcanza. Simplemente habrá que estar dispuestxs a sumergirnos en el viaje, buscar sentir y sentir diferente. Tal vez en esa aproximación nos encontraremos con una “nueva normalidad” en nuestras relaciones eróticas. Atar las manos o las piernas para ser libres de sentir diferente. Arrojarse a los brazos de Eros con otra libertad.




Fotografías: Sandra Blow.