Carrusel / Bajo cubierta / No. 222

La culpa de ser madre


Brenda Navarro.
Casas vacías.
Sexto Piso.
México, 2019, 164 pp.


Casas vacías, de Brenda Navarro, lleva a los lectores a un ambiente doloroso a partir de la desaparición de un niño autista de tres años para hablar de la maternidad no planeada e impuesta por la sociedad. La novela fue publicada originalmente en formato digital en 2018 por Kaja Negra y se mudó en 2019 a Sexto Piso, donde se reeditó.

En la narración hay una voz que habla sobre la desaparición de su hijo Daniel en un parque y otra que habla del robo de Leonel en el mismo lugar. La primera voz es de una madre por accidente y la segunda de una por necesidad. Ambas son mujeres estafadas por la maternidad a partir de esos momentos. ¿Acaso se deja de ser madre cuando se pierde a un hijo? ¿Se puede ser madre de uno robado? Ellas cuidan a alguien por impulso, por complacer a los demás, por accidente; y, pese a que desean ser madres ideales, la realidad se opone para que no lo sean. Se encuentran vacías sin sentir la felicidad prometida por la maternidad: “Nunca quise ser madre, ser madre es el peor capricho que una mujer pueda tener”, dice una de las protagonistas.

La madre de Leonel vive violencia doméstica a diario, guarda con dolor un aborto espontáneo por el que la revictimizaron y enfrenta la noticia de que es hija de una violación. Ella no se ve como habría querido, no pensaba vivir todo eso. “Yo quería educar a una niña que fuera distinta a mí, a mi madre, a la madre de Rafael, a mis primas. Una mujercita distinta que no se dejara de nadie pero que fuera amorosa”. Si ella no podía ser libre de su pasado ni borrar sus moretones, tal vez podría criar a una niña que necesitara de ella incondicionalmente, que encontrara amor y la oportunidad de crear un camino sin la violencia que ella vivió.

La madre de Daniel no planeó ser madre. “Hay quienes nacemos para no ser buenas madres y, a nosotras, Dios debió esterilizarnos desde antes de nacer”. Ella vive con la culpa de haber aceptado un embarazo sin pensar que sería para siempre, y de haber perdido a su hijo por mensajearse con su amante. Se da cuenta de que alberga la vida y la muerte de éste: “Luego no fui madre y ése fue el problema. El problema es que seguí viva por mucho tiempo”. Lleva consigo a su hijo que desapareció guardado en una carpeta del ministerio público y la indiferencia de su esposo y su amante ante el dolor de ya no tener a su hijo. Las protagonistas sin nombre no se acercan ni un poco al mito de la maternidad. Viven con el sentimiento de que no quisieron ser madres, de que preferían cuidarse ellas mismas y no a un hijo, de que habría sido mejor criar un niño sin autismo y poder enfrentar y dejar a sus parejas. La decisión de ser madre no les trajo una sonrisa eterna, sino un constante arrepentimiento y un vacío insoportable.

El papel de los hombres es bastante significativo en la maternidad de cada protagonista. La madre de Daniel sabe que “todos los hombres juntos son más ruidosos y estruendosos que todas las mujeres y sus lágrimas”, y la de Leonel, que debe ser fuerte para protegerse y enfrentar la violencia de su esposo. Estos hombres no empatizan con las mujeres en sus problemas con la maternidad, sólo las critican y les piden que olviden su duelo sin tomar en cuenta que el hijo era de ambos.

Los monólogos femeninos de ambas historias evidencian que el único lugar donde pueden decir de qué se arrepienten es en su pensamiento. Ahí hablan de su dolor, de su tristeza, de su enojo y de su nostalgia. Los lectores somos testigos de dos madres que no fueron madres, que al no encontrar la maternidad las inundó un vacío sin esperanza.