Bestias / No. 220

Dos poemas humanos



I. Bisontes

Porque la razón nos dio la inigualable habilidad de ser tramposos, vencimos a los bisontes. De su antiquísima felicidad, corrompida por el imperio humano, sólo quedó un dibujo plasmado por la mano de un niño en una cueva de Altamira. Ningún otro pudo pintarla, pues jóvenes, adultos y ancianos estaban infinitamente ocupados en la continua tarea de extinguir [como ahora], una a una, las diferentes vidas del mundo.


II. Tigre

Se sabe la bestia por el sitio enrejado que ocupa del mundo; sabe que en las noches iluminadas, entre risas y aplausos frenéticos, le corresponde saltar el fuego humano. Su ser fue diseñado para causar el miedo. El miedo existe para ser apagado con el fugaz látigo que entre rayas deja otras más delgadas, más profundas. En el reflejo del agua se sabe la bestia porque eso le dice su afilada sonrisa y su cuerpo de infame y enorme cerdo. Si supiera que quien posee el látigo lleva, bajo ese disfraz de imagen y semejanza a dios, el alma de la más implacable bestia, sabría que el destino lleva mucho tiempo errado. Sin embargo, qué se puede hacer: el destino es el hijo más manipulado del hombre.