Carrusel / No. 219

La herencia de Miguel León-Portilla




30%Murió Miguel León-Portilla (1926-2019), figura emblemática del país. La importancia de su trabajo radica en haber logrado que tanto los académicos como el gran público consideraran los estudios indígenas con un interés antes desconocido para la historiografía mexicana. El doctor León-Portilla se concentró en el vasto universo náhuatl, pero no dejó de expresar interés por el resto de las poblaciones indígenas. Además, impulsó y dio respaldo a varias generaciones de estudiosos para mantener “la antorcha encendida”, como solía decir, refiriéndose a la transmisión del conocimiento y, habría que añadir, al entusiasmo para generarlo.

La obra de Miguel León-Portilla se desarrolló dentro de tres materias principales: la filosofía, la historia y la lingüística. Si se piensa con detenimiento, eran instrumentos para llegar a un mismo objetivo: conocer a profundidad el pensamiento indígena náhuatl, aprehenderlo. Decía al respecto: “Cada lengua es como una atalaya. A partir de ella se contempla el mundo. Para conocer la mente humana el mejor camino es estudiar lenguas”. Ésa fue una de sus grandes metas, subir a una torre para comprender la vida e impulsar la construcción de más torres. Por ello, no debe sorprender que la poesía, amalgama del espíritu y el pensamiento humanos, haya sido parte sustancial de su obra e intereses. Y es que fue justo en esta expresión estética en la que don Miguel pudo observar las primeras manifestaciones filosóficas de los pueblos nahuas, que dudaban y se preguntaban “sobre el origen, ser y destino del universo y del hombre”, y pensaban que la verdad se podía encontrar a través del arte y sus metáforas.

Por otra parte, es notable que las personas que lo conocieron resalten, invariablemente, a la par de sus numerosas obras y aportaciones académicas, las cualidades humanas que lo caracterizaban. Se le atribuye haber sido accesible, afable y con buen sentido del humor, una persona sencilla y de gran generosidad, además de un apasionado del estudio. Esto, entre otras virtudes, lo hizo un profesor eminente y muy querido. Palabras al respecto hay muchas, por ejemplo, las del investigador Patrick Johansson: “Estuve durante 40 años al lado de mi maestro quien, además de contribuir a mi formación como historiador, definió el rumbo de mi existencia”. O las del arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, quien lo observaba como un “investigador profundo, escritor prolífico, maestro excepcional, buen amigo y excelente persona”.

De esta manera, es posible decir que Miguel León-Portilla fue ante todo un maestro. Acaso sus años de estudio en la Compañía de Jesús ayudaron a su desenvoltura en la enseñanza; él mismo reconocía que con los jesuitas aprendió “lo que es la puntualidad, la formalidad y el estudio”, pero sin duda don Miguel también diría que sus más grandes deudas descansaban en lo que sus mentores Manuel Gamio y Ángel María Garibay le transmitieron y enseñaron. Del primero aprendería su amor por el pasado y el presente indígena, tan importante uno como el otro; del segundo, su papel como nahuatlato; de ambos, la generosidad intelectual y humana, la disciplina y el trabajo duro.

30%Así pues, además de este conjunto de virtudes y de haber tenido el privilegio de ser discípulo de grandes expertos de la historiografía, la antropología y la arqueología mexicanas, León-Portilla poseía un privilegio mayor: una irrevocable vocación por la enseñanza. Esta última, hazaña nada sencilla cuando se hace bien, la llevaba a cabo de diferentes maneras. Primero, a través de conversaciones, clases, videos y conferencias en salones y auditorios que siempre se llenaban; después, de forma escrita, con sus libros, capítulos y artículos que han sido apreciados como verdaderas aportaciones al conocimiento mesoamericano; asimismo, como editor e impulsor del trabajo de colegas y amigos, a quienes animaba al estudio histórico y lingüístico, y a la publicación de sus trabajos.

Además de todo lo anterior, el doctor León-Portilla ayudó a la conformación de instituciones con grandes objetivos, como la Casa de los Escritores en Lenguas Indígenas. Sus acciones de tantas décadas condujeron a que el conocimiento se mantuviera en movimiento constante, para llegar así a públicos nacionales y extranjeros. El conjunto de sus actividades se ha convertido en ejemplo e inspiración para dar un lugar universal a los estudios del mundo indígena, largamente menospreciados y desatendidos. Así, el incansable don Miguel fue capaz de transmitir sus ideas a toda clase de públicos a través de distintos medios, de manera didáctica y eficaz a lo largo de los años.

Sin duda, es justo que se le haya conocido como un tlamatini, como se denominaba a aquellos sabios nahuas reconocidos por su pueblo debido a su profunda capacidad retórica y sabiduría. Tampoco sería extraño llamarle tlapixquitzintli, como aquellos “conservadores” y propagadores de la sabiduría nahua, por la atención que dedicó a generar y hacer accesible el conocimiento al mayor número posible de personas.

30%El trabajo de Miguel León-Portilla no estuvo exento de críticas, como sucede con frecuencia con los autores que ejecutan una obra de gran alcance. Algunos auto-res le objetaron que no puede existir una filosofía náhuatl. También es conocida la polémica de 1992, en el marco del quinto centenario del descubrimiento de América, entre León-Portilla y Edmundo O’Gorman, quien negó la denominación “encuentro de dos mundos” propuesta por el primero. Otros detractores lo han acusado de formar parte de una doctrina nacionalista romantizada. Lo cierto es que el autor de Visión de los vencidos en todo momento buscó entender aquello largamente menospreciado por la cultura hegemónica y luchó siempre por conceder al conocimiento del mundo indígena el lugar que merece en la historia universal.

Las generaciones que vengan ya están en deuda con el legado de León-Portilla, con sus estudios y con su obra, que sigue vigente, pues nunca lo abandonó el entusiasmo por escribir. Hasta sus últimos días fue un ejemplo de dedicación y disciplina para sus alumnos y sus colegas historiadores universitarios, quienes verán como propio su legado y lo transformarán en nuevos retos y paradigmas. No será, sin embargo, una herencia que pertenezca exclusivamente a especialistas, sino un llamado general para entender y apreciar la diversidad de culturas que nos rodea, para escuchar y aprender los idiomas originarios, mundos de enorme riqueza que por siglos han permanecido marginados. La obra de don Miguel León-Portilla nos ha emplazado a conocer y estudiar el universo indígena, desentrañarlo y hacerlo perdurar en beneficio de nuestra identidad, de la comprensión de nosotros mismos.