Carrusel / Entre voces / No. 217

El regreso de la nave de los locos

 

La locura, simplificada como comportamientos anómalos y contrarios a los hegemónicos, ha tenido espacios de reclusión, pero no de expresión, de toma de decisiones o de participación en la producción de conocimiento. Por eso, Fernando Martín Velazco escritor y promotor cultural— encontró tan fascinante la figura de las embarcaciones flamencas tripuladas por locos que navegaron durante el siglo XVI. En un texto publicado en el número 49 de Punto en Línea, “Breve historiografía de La nave de los locos en América”, relata la historia de estas “naves de los locos” (Stultifera Navis en latín) a partir de distintas fuentes, y analiza la posibilidad de que estos locos, organizados en una embarcación, sobrevivieran al océano y llegaran a América a la par que conquistadores y colonizadores europeos.

Para Velazco, las naves de los locos —más que manicomios flotantes— eran sociedades complejas y simbólicas que tenían perspectivas y objetivos heterodoxos. Esta posibilidad de organización se convirtió en la base de su plataforma de investigación artística, científica y humanística: 
Stultifera Navis Institutom, que desde las prácticas multidisciplinarias genera experiencias culturales y simbólicas en torno a temas como la memoria plasmada en espacios públicos, la historia ecológica o las migraciones en México.

Actualmente establecida en Guerrero Negro, Baja California —cuyas lagunas son un destino migratorio de las ballenas grises—, esta plataforma cultural recibe el apoyo del programa Arte, Ciencia y Tecnología 2018, convocado por el Centro Nacional de las Artes (CENART), el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para desarrollar productos culturales y conocimientos resultado de la multidisciplina.




¿Cuál es el objetivo de fundar una plataforma de investigación y creación inspirada en las naves de los locos?

—Lo que buscaba era explorar qué sucedería si esos locos que salieron al mar regresaran del país de los sueños al que supuestamente llegaban y tomaran los espacios de producción simbólica y los espacios públicos. Planteamos Stultifera Navis como una plataforma para investigar a partir de la expedición. El trabajo parte de dos premisas: la primera es ofrecer una metodología alterna a los procesos hegemónicos de laboratización que han permeado en las ciencias y las artes. Ante el laboratorio proponemos la expedición como forma de descubrir y entender nuestro entorno en términos generales. La segunda premisa es plantear un esquema de trabajo que parta de las ideas de la periferia y la frontera en términos extremos. La última frontera en estos tiempos es un espacio que definimos a partir de la escasez de lo humano y lo ajeno a ello.

¿Cómo comenzó tu plataforma y qué temas abordó?

—Nuestro primer “ciclo de exploración”, que es como llamamos a nuestros proyectos, ya lleva cuatro años de trabajo y se llama (F)antologías. Inició en colaboración con el Teatro para el Fin del Mundo. Lo que queríamos era indagar sobre la figura del fantasma, presente en todas las culturas, como un proceso social. Hicimos una metodología a partir de varios autores, como Shakespeare y Didi-Huberman. Con ello problematizamos al fantasma en términos sociales dentro de un contexto de riesgo del patrimonio. Por ejemplo: los edificios del centro de Tampico, en donde, entre otras cosas, reactivamos durante un par de días El Heraldo de Tampico, un diario abandonado hace décadas.

Después hicimos Kamarones, Jugoslavia. Con él quisimos explorar dos proyectos fallidos de nación: Yugoslavia y el México posrevolucionario, así que viajamos a Serbia, Croacia, Bosnia y Montenegro para recoger imágenes y testimonios de la influencia del mariachi y el cine mexicano entre la gente. Partiendo de la idea de que la fascinación por estos productos culturales que idealizan a México es uno de los pocos nexos que quedan entre estos pueblos, imaginamos la existencia de Kamarones: un territorio en donde sobrevivieran estas dos ideas de nación.

Luego quisimos entender la identidad mexicana desde el movimiento, por lo que realizamos el ciclo Ohtlatocaliztli, que en náhuatl significa “sembrar camino”. En éste, el muralista y creador de códices Eustolio “Tolo” Pardo y yo peregrinamos abandonando el Valle de México.

Y en 2017 realizamos la primera expedición de nuestro proyecto más vistoso: Los juegos del Leviatán.

A propósito de su ciclo de exploración Ohtlatocaliztli: ¿por qué es importante explorar la historia de las migraciones de los pueblos originarios del continente?

—Este ciclo de exploración da seguimiento a una idea radical: el abandono de la Ciudad de México por razones como, y a riesgo de sonar apocalíptico, que a la ciudad le quedan pocos años de abasto de agua y que la calidad del aire empeora. Esto nos hace ver que es un lugar al borde del colapso y que las grandes urbes mesoamericanas (Tula, Teotihuacán y las ciudades mayas) también fueron abandonadas por colapso, supervivencia y posiblemente el sentimiento de abandono por parte de los dioses.

La idea es reflexionar qué pasaría ante la posibilidad de tener a 20 millones de chilangos migrando por el continente, y cuáles serían los efectos de esto. También buscamos entender la identidad mexicana como una en movimiento. Por eso, “Tolo” —que además es hablante de náhuatl— y yo hicimos un viaje de abandono del Valle de México siguiendo una ruta que pasó por pueblos hablantes de lenguas uto-aztecas. Registramos el viaje en internet, y “Tolo” dejó pequeños murales en cada una de nuestras escalas.



¿Qué observaron sobre las culturas originarias durante su viaje?

—Nos dimos cuenta de que muchas culturas que ahora consideramos en peligro tienen una gran capacidad de supervivencia, que anula muchas prenociones. Parece que mucha gente cree que el mundo surgió en el siglo XX y no entiende cómo sobrevivir sin los avances tecnológicos modernos; pero al ver culturas como la del pueblo hopi, que conocimos al terminar la peregrinación en el sur de Estados Unidos, nos cuestionamos quiénes están mejor preparados para sobrevivir un colapso y hacer perdurar su cultura. Son pueblos que llevan miles de años de tradición oral que no le pide nada a la escrita en Occidente.

¿De qué trata el ciclo de exploración Los juegos del Leviatán?

—Este proyecto surge como un gesto muy sencillo. En el siglo XIX las ballenas grises fueron casi eliminadas de la Tierra, y la mayor masacre documentada de ballenas se da justamente en las lagunas de Baja California. Ahora vemos esos animales y los imaginamos amables, que cantan y hablan chistoso como en las caricaturas; pero al repasar la literatura y la historia de la relación entre humanos y ballenas, notamos que han sido gigantes incomprendidas.

Nuestro apego sentimental hacia ellas es reciente: fue a raíz de las primeras grabaciones de su canto, obtenidas en los sesenta, que ganaron popularidad entre el público. Además, en los últimos 20 o 30 años los biólogos marinos se han replanteado la idea de entender el comportamiento de los mamíferos marinos, en especial de las ballenas, y han identificado patrones lingüísticos como nombres y canciones.

Lo anterior nos permite hablar de cultura en estos mamíferos, entendiéndola como prácticas perpetuadas únicamente a través del lenguaje. De alguna forma, esto posibilita una mimesis, la oportunidad de identificarnos con ellos. Me pregunté: si nosotros disfrutamos del canto de las ballenas, ¿qué opinarán ellas de nuestros cantos y poesía? ¿Qué es lo opuesto a una matanza? Para mí, un poema.

¿Cómo ha sido el contacto con estos animales a través de un acto simbólico?

—En años recientes las ballenas se han acostumbrado a los humanos, sobre todo a pescadores y turistas. Por eso, en la primera expedición nos preguntamos cómo reaccionarían ante nosotros si les cantáramos y les leyéramos poesía. Al ser un ejercicio simbólico no planeábamos tener un efecto específico en las ballenas. La sorpresa fue cuando en la primera expedición las ballenas se nos acercaron con curiosidad. Al año siguiente se repitió esta conducta, y entonces decidimos quedarnos aquí para trabajar bajo una metodología surgida de la expedición y la creación simbólica dirigida a la naturaleza para observar las respuestas, como ha sucedido con las ballenas.

Producir elementos simbólicos y enviarlos hacia la naturaleza no es nuevo, pero la modernidad lo ha negado con la idea de la lucha del hombre contra la naturaleza. Sin embargo, si uno vuelve al Renacimiento, encuentra los cantos pastoriles y se da cuenta de que el contacto con la naturaleza también es una práctica poética. Por otro lado, con este proyecto también incidimos en el reciente campo de los estudios del comportamiento de los cetáceos, en el que no nos podemos insertar como agentes de investigación científica institucional, pero sí como generadores de experiencias exploratorias.

¿De qué forma influyó Los juegos del Leviatán en los trabajos posteriores de Stultifera…?

—A partir de este proyecto nos replanteamos Stultifera Navis porque nos hizo entender la generación de productos culturales en un sentido más amplio gracias a todos los materiales y colaboraciones que han resultado de las expediciones. También nos mostró que hablar de la periferia no sólo se refiere a la geografía en un esquema de poder político, sino que también involucra al lenguaje, incluso en el sentido de cómo plantarse ante una otredad radical.

¿Cómo ha sido la vinculación de los conocimientos que resultan de las exploraciones con otras disciplinas?

—La posibilidad que he encontrado con Stultifera… es la de contactar gente de ámbitos muy distintos. Un poco de lo que tratamos de alcanzar es esta idea de la locura colectiva reclamando el espacio público y los espacios del saber. Es gente que se ha sumado a nuestra idea de darle legitimidad a lo posible. Sabemos deducir soluciones, pero no imaginar cómo ejecutarlas. Nuestro conocimiento avanzó más que nuestra imaginación y, en ese sentido, enloquecer es reclamar la imaginación como un territorio de la realidad.

¿Qué sigue para Stultifera Navis Institutom?

—Actualmente estamos establecidos entre la Reserva de la Biósfera de El Vizcaíno y El Valle de los Cirios. Queremos hacer un programa de residencias porque hemos visto que artistas y especialistas en ciencias exactas, ciencias sociales y humanidades se han interesado en trabajar aquí. Además, estamos trabajando en un proyecto llamado Navis Aeria —en el que, a través de la fotografía, capturamos paisajes formados por el viento y el mar—, en las primeras fases de un proyecto inspirado en la mujer convertida en sal del mito bíblico y en la cuarta expedición de Los juegos del Leviatán. Queremos desarrollar talleres de expediciones y de rescate ecológico y arqueológico. Nos ha ayudado tener el apoyo del programa Arte, Ciencia y Tecnología 2018, así como el diálogo con el Centro de Ciencias de la Complejidad (C3) de la UNAM. Estamos trabajando con lo que tenemos porque, como se puede ver, éste no es un proyecto sencillo de explicar a patrocinadores. En este mundo sigue habiendo reyes, pero ya no tienen legitimidad para financiar expediciones locas.