Movimiento / No. 217

La casa de antes


El que era mi cuarto mudó el color de sus paredes
como un camaleón, como quien busca
esconder su fragilidad en otros tintes
hacerse invisible ante los ojos.

Mi antigua ropa se probó otros cuerpos
hasta dejar solo al armario.

(Supongo
que una ausencia siempre precede a otra.)

A la casa le comenzaba a quedar grande la casa.
Las paredes tuvieron que aprender
a volver a estar solas,
sin regaños ni risas,
y las sillas de la mesa tuvieron que aprender
a estar juntas de nuevo
a perdonarse.

La cama se cansó de esperarme donde siempre
y se cambió de habitación.
Ese mismo día
aparecieron una caminadora, unas pesas
y un aparato para el abdomen
y a mí me tocó dormir en el cuarto de visitas.
Porque de un día para otro
en eso me convertí para esta casa:
un visitante
al que alguna vez miraba a diario.