Corporalidades / No. 215

El Nene del oficio


You think you are a man, but you are only a boy
You think you are a man, you are only a toy
Divine


—Cuando mi ex me dejó tuve que compartir el cuarto, y mi amiga, que me sabe todo y nunca me ha juzgado, me contó un día que le dolía muchísimo la espalda. Le di un masaje. Me dijo: "güey, eres muy bueno", y les contó a sus amistades que yo cobraba 150 por masaje. Hice un anuncio en Internet, solamente para masajes de relajación, pero un día llegó alguien que me preguntó: "oye, ¿no quieres ganar más?", y ya fue masaje con final feliz. Me independicé y entonces puse otro anuncio: "Varón joven de 23 años, estudiante, ofrece sus servicios de masaje de relajación, masaje erótico, con opción de final feliz, todo varía dentro del costo, o si lo único que deseas es pasar un buen rato llámame". Entonces llegó un primer hombre y ya solito me empecé a meter, a meter y a meter.

Conocí a Joaquín —nombre clave: El Nene— cuando hice un sondeo el día de la marcha contra la homofobia en las calles de Xalapa. Dio la casualidad de que era conocido de mi amigo Iván, quien me sugirió que lo entrevistara porque se trataba de un antiguo prostituto. Era mayo de 2015. En esa época, yo colaboraba en un portal de noticias que tenía una sección titulada "Periodismo joven", donde me permitían emocionarme y contar "historias de vida". Le propuse a Joaquín una entrevista y sin miramientos contestó que sí, sólo que jamás aceptaría que le sacara fotos. Las palabras de El Nene dieron pie a que yo iniciara una recopilación de testimonios sobre chicos que en algún momento se hubieran dedicado, o se dedicaran todavía, a la prostitución masculina. Tiré de un hilo negro del que aparecieron muchas rutas empolvadas cuya dirección nunca estuve seguro de poder seguir.

La recolección de datos me llevó a elaborar un diario de campo que logró ver la luz, a mediados de 2017, en una revista de investigación humanística. Por su parte, la entrevista con El Nene, en julio de 2015, fue sometida a la tijera y al amarillismo del medio que, junto con la polémica descarriada de los lectores que pregonaban: "¿y este putito qué quiere?, ¿que la gente lo compadezca o qué?", presionaron para que el enlace electrónico se perdiera. Meses más tarde, el portal fue clausurado por motivos económicos que no vienen al caso; todo el contenido fue suprimido y la dislocada entrevista desapareció de la web.

Lo que sigue ahora es el texto crudo —ampliado, por supuesto— que a mí me habría gustado compartir.


1. Mayo de 2015

—Soy bueno dando masajes, así inicié. Una vieja amiga me dijo que era una excelente forma de generar ingresos y, como en ese tiempo era universitario, mi carrera a veces demandaba materiales costosos. Así que entré al negocio de la relajación por mera necesidad económica.

Acordamos reunirnos, El Nene y yo, en el departamento que él renta en la colonia Centro de la ciudad de Xalapa, capital de Veracruz. El Nene ha dejado la prostitución desde hace casi dos años y ahora, con 27 años y egresado de la universidad, acepta contar su aventura en el oficio más viejo del mundo.

—Honestamente, este negocio es muy mal visto en nuestra sociedad hipócrita tragasantos cagadiablos, pero el sexo es algo que todos practican, aunque no todos tienen la disposición de estar ligando o les da hueva. Simplemente dicen: "quiero saciar el instinto animal, venirme y ya".

El Nene está sentado frente a su laptop, meciéndose en la silla giratoria y acomodándose la gorra sin prestar atención a la otra portátil que lo graba.

—Es sumamente rentable, ¿sabes? Incluso a los que cobraban muy poco les iba bien y a mí me iba muuuy bien, tenía una cartera de clientes enooorme, incluso clientes que no, no se pueden mencionar. No es tanto por su privacidad, sino por seguridad mía. Aquí, como es capital, había mucha gente de Gobierno. Dejémoslo en eso. Opté por mantener un anonimato. "No necesito tu nombre: nada más quiero un nickname, un apodo para referirme a ti, y un número para que te pueda ubicar" —El Nene los llamaba "El Doctor", "El Arqui", "Lic. Rocha" o "El del Mustang".

"Había quienes siempre me hablaban desde una caseta telefónica. Y siempre era en un motel con cuyo dueño me llegué a llevar muy bien. El Motel Mediterráneo, siempre querían ir ahí los clientes. El encargado me decía: "¿otra vez la de siempre, mijo?", y yo me moría de la risa. Me di muchos lujos, tantos que ahora me cuesta tener que ajustar mi economía.

El Nene tuvo una infancia plena. Fue el primogénito de la familia, el primer nieto. Un niño consentido al que todos en casa le decían El Nene. Querido y mimado por todos los parientes hasta que cumplió los 15 años, su abuela falleció y dejó de sentirse vivo, dejó de emocionarse por las cosas. Empezó a distanciarse. A ser un adolescente rebelde. A querer irse lejos, vivir en otro lado. Por fortuna consiguió estudiar fuera y gozar de las libertades que estar solo representa, y a partir de ahí, como suele suceder en las familias, empezaron los conflictos con la dinastía paterna, las tías chismosas. El dinero no siempre caía completo en sus manos.

—Mis materias me exigían demasiados materiales. Era sólo para completar el gasto, no padecer. Luego me seguí ahí por el hecho del dinero fácil. Te va bien, ¿sabes?, y te sube el ego que te digan: "güey, es que eres mi fantasía". Me decían: "es que tú eres delgado, guapo, varonil". Tenía que actuar varonil, aunque mi personalidad en sí no lo es. No creo en eso de ser varonil o femenino: somos personas, tan cambiantes como el clima de Xalapa —El Nene destapa un refresco de lata—. Lo más curioso es cuando empiezas a encontrarte a tantas amistades que trabajan de lo mismo y no lo sabías. Somos varios. Llegó hasta el punto en que dijimos: "vamos a trabajar juntos, en grupito". O sea, no juntos con un solo cliente, sino "hagamos un anuncio general de agencia, y éstas son las opciones que tienen". Lo hacíamos en una página que se llama o se llamaba Top Score. Todo era independiente, nos juntábamos por desmadre. Incluso íbamos al antro juntos, nos gustaba estar en bola. Nos decíamos "colega". Hasta tres o cuatro tenían novio, y sus parejas no sabían nada. Nunca hablábamos de eso. Era algo muy aparte de nuestra vida.

"Luego la comunidad gay, chismosa y envidiosa, empezó a difamarnos. Se encargaron de decir: "¡ese güey trabaja de eso, no te le acerques, ha de estar bien enfermo!", sin saber las medidas de higiene que tomábamos. Íbamos a hacernos las pruebas del vih en bolita. Gracias a Dios nunca nos contagiamos de algo grave: sólo infecciones como la clamidia y eso, que se quitan estúpidamente fácil. Nunca me pasó nada ni les pasó nada a los chavos con los que trabajé. Pero te digo: lo peor era el chisme. Fue horrible. La gente decía que yo era alguien que no merecía amor por lo que hacía. Me criticaban por cobrar, cuando hay güeyes más putos que yo que ni cobran, ni siquiera salen ganando, solamente se queman a lo pendejo, por putería.

"Yo siempre me bañaba antes y después de cada servicio. Era frustrante en ocasiones, hasta cierto pun-to creo que sí arruiné mi sexualidad haciendo eso. Ahora sí que, por atenderlos, por avaricia, llegaba a hacer hasta cinco o seis servicios por día, y no me podía venir, porque si me venía ya no podía ir con los demás.

No importaba si eran gordos, viejos o feos. El Nene no veía lo malo. Físicamente lo disfrutaba, desde el cuerpo.

—Pero emocionalmente nunca estuve ahí. Hasta la fecha me escriben: "Qué onda, ¿quieres coger?". "No". "Ay, güey, es un rato". "¡Sí, güey, para ti es un puto rato! Un pinche rato de decir ¡a huevo, ya me cogí a este güey! Pero ¿y yo?, ¿yo qué pedo?". Entendí: si va a ser así, entonces les voy a cobrar, voy a sacar ganancia. Al final dejé el negocio porque creí encontrar a alguien que se había fijado en mí y a mí me interesaba. Es muy difícil que a mí me interese alguien. De hecho, en los años que llevo viviendo aquí sólo he tenido al novio con el que viví cuando recién llegué, un chavo con el que trabajé en el PRD, y el chavo con el que ahorita ando. Ver a un cliente era dejarle un pedazo de mí a alguien al que no le importo ni madres, ni sabe cómo me llamo. Pues no.

Para este momento de la conversación, El Nene ha dejado de prestarle atención a su computadora y se ha puesto de frente hacia donde estoy yo. Cruza las piernas en posición de mariposa. Se acomoda la gorra y sonríe mientras mira la pared. Dejo de escucharlo y lo observo, visceralmente. Examino los rasgos de su cara: tiene unas ojeras protuberantes, un par de espinillas, unas líneas de expresión muy definidas y otras ocultas por una barba de días. Se ve pálido, agotado, como alguien que ha pasado toda la semana trabajando y al que por fin le llega su viernes. Luce feliz. Supongo que está haciendo el recuento mental de su historia. Lo traigo de vuelta con una pregunta: "¿en tu cartera de clientes hubo alguno que pudiera darte comodidades más arriba del dinero?".

—Sí, principalmente de Gobierno. Hubo uno que venía todos los fines de semana, venía por negocios desde Morelia, Michoacán. Te daba un extra: si cobrabas 1000 pesos la hora, él te daba 1300, 1400, porque tenía las posibilidades, tanto él como otros tantos de aquí de Veracruz y de Puebla. Pero no era que te dijeran: "deja esto y te consigo trabajo acá", no, era de: "vente a vivir conmigo y te pago todo, pero eres sólo mío". Era muy tétrico estar con ellos. Te decían: "te vas a quedar conmigo, ¡nada más conmigo!, y ¡nadie te va a tocar!". Era enfermizo. Hubo clientes muy buenos que tuve que dejar por miedo de que me fueran a secuestrar. Te digo que no eran personas buenas, Luis, todo lo hacían bajo el agua. Y nunca quise arriesgarme, por eso mismo no pedía datos ni información. Había unos que me enseñaban fotos de sus esposas, de sus hijos, y eso me hacía sentir muy mal.

Los clientes estándar tenían un perfil de oficinista. 35 años en promedio, a veces un poco más. Eran delgados, no hacían ejercicio, lucían introvertidos y eran limpios, sanos, tenían que comprobarlo.

—Lo más cagado era que la gran mayoría tenía bigote, el antifaz del macho mexicano. Si tienes bigote no pueden gustarte los hombres, ¿verdad? Eran más jóvenes que adultos mayores. Aunque en la cama se comportaban como niños pequeños, porque yo era el que dominaba. Como no indagaba en sus vidas, nunca lo entendí. Yo, en lo personal, no pagaría por sexo, no a esa edad. Tengo mis teorías. Muchos son esclavos de su trabajo, no tienen tiempo para conocer, les da flojera o miedo. Hubo uno que, de haberlo conocido en otras circunstancias, hasta me habría gustado salir con él, porque sólo quería hablar con alguien, no quería sexo. Y pagó por ello. Lo vi siete veces y nunca cogimos. Eran puros abrazos y pláticas. Claro que también había varios de "oye, arréglate, péinate y báñate, te vas conmigo a un evento". Iba yo a fiestas en Ánimas [una de las colonias de clase alta de la ciudad] a tomar. Me pagaban por eso, ¿te imaginas? Ahora lo entiendo, lo veo de este modo: de verdad hay mucha gente sola.

"El perfil de los clientes "poderosos": bien bañados sin que yo se los dijera; perfumes caros, olían muy rico; siempre venían muy preparados: condones texturizados, inhalantes, geles y esas cosas; tomaban ron o whisky. Empezábamos el trato en sus minibares. Otros me decían: "ahorita no hay nadie en mi casa, todos se fueron al puerto". Qué triste tener la necesidad de comprar algo para cinco minutos y, después, sentirte vacío y comprar otra cosa. También estaban los de "no quiero hablar, no digas nada, no quiero escuchar nada, nomás métemela". Ah, qué chido. Estaban tan vacíos que ni sabían cómo conectar. Con que les dijeras "pendejos", los desmoronabas.

Sorprendentemente, nunca existió un cliente que lo ofendiera.

—Eran normales, como cualquier choto que entra a Hornet, Grindr, Manhunt, algo muy casual. Nunca hubo alguien agresivo ni nada, pero tenían cada fetiche… Pies, pezones, testículos, axilas, chupar mucho, "quiero que me la metas y a la vez un dildo". Era importante que fuera velludo, por eso me buscaban. Les gustaba la lluvia dorada, que los orinara, y había a quienes les gustaba beberla. Yo me tenía que preparar tres horas antes. Atascarme de agua para que la orina fuera más clara, luego volver a llenarme, retener y cumplir la fantasía. Uno se vistió todito de cuero y lo penetré en esas camas suspendidas, ¿las conoces? Ah, y el más extremo fue uno que quería experimentar con heces fecales. Me dijo: "te doy lo que quieras, pero hazlo". Yo no podía, me daba asco. Me llegó a ofrecer hasta 3500 por hora, pero no quise. No es algo tan sencillo. Tienes que tener huevos para hacerlo. Neta, literal me dijo: "quiero que defeques en mi pecho y yo me lo embarro mientras me penetras". ¿Tú crees que se me iba a parar? Yo soy puerco, muy puerco, pero no estoy loco. De por sí ese asunto siempre me da asco.

El sexo, el coito anal, y esto no es novedoso, es también una especie de juego de poder para reafirmar el pundonor viril, más allá del simple deseo carnal. Esa cavidad del cuerpo representa uno de los tesoros oscuros de la masculinidad. Se trata de la forma sexual de someter al hombre, de poseerlo en una combinación de placer y de dolor. La soberanía viril, que en todos los relatos de El Nene mostraba sus flaquezas y desacatos, está en todos los asuntos que incumben a la postura y la apariencia del varón. El Nene recuerda, entre risas y gestos de repulsión, las fábulas sucias de sus clientes.


2. Septiembre de 2015

El Nene duró tres años y dos meses en el negocio. No afectó mucho su desempeño en la escuela, aunque en ocasiones se salía de clases porque algunos señores tenían un horario rígido. Todavía se reúne con un par de viejos colegas que continúan siendo sus amigos. Como sigo frecuentándolo, a principios de septiembre me presenta a José —nombre clave: El Bobby—, otro ex escort, más joven y desinhibido. Un chico con quien a veces El Nene pasa el día fumando marihuana y comiendo cacahuates. Las respuestas de José siempre vienen cargadas de humor y desencanto.

—¿Qué es lo más cabrón que has hecho? —le pregunto.

—¡Orgía! Pero había un primo. De hecho, por todos mis primos pasé. Hasta con mi medio hermano, creo. Si todos eran bien mayates…

La palabra mayate proviene del náhuatl mayatl, que designa a un escarabajo de muchos colores. En el lenguaje popular, suele aplicarse a los hombres que, sin ser propiamente gays, mantienen relaciones sexuales con otros hombres a cambio de dinero, favores, o por simple placer. Aunque el uso carece de explicación, puede inferirse que es por la naturaleza terrenal del insecto al reposar sobre el estiércol. Podría decirse que el mayate es quien toca el excremento en el coito.

—Es que este puto sí está bien loco —dice El Nene.

—¿Loco por qué? Me hicieron muchas jaladas de chiquito. ¿Por qué no voy a hacérselas yo ahora que puedo?

La historia de El Bobby es distinta. A diferencia de El Nene, quien creció en un pueblo neblinoso cercano a Xalapa y dentro de una familia común y cariñosa, El Bobby se crió en el puerto. Su familia vivía en la zona norte de la ciudad, en una colonia donde las calles nunca terminaron de pavimentarse.

—Mi abuelo era dueño de una casona de citas. Era una vecindad de puras prostitutas mujeres. Muy conocida. Mi hermana y yo cuidábamos a los hijos de las señoras que venían a trabajar de fuera, pero yo neta no sabía qué era ese lugar hasta que cumplí los 13.

Al tugurio lo separaban de su casa 30 metros de un patio en el que se amontonaban árboles infectados de parásitos y esculturas de fierro viejo. Desde su ventana, El Bobby alcanzaba a ver los focos de los cuartos y algunas sombras que no sugerían más que movimiento.

—Un día me entró curiosidad. Ya me lo imaginaba, pero quería verlo. Cuando nos dejaban a los niños, no nos decían gran cosa. Fui a ver y que me encuentro a un maestro, loquillo. El muy cabrón me invitó a pasar así de huevos. Y ahí empecé, ya tú sabrás. La curiosidad hizo a la puta.

—¡Pero el baboso no cobraba! —interrumpe su amigo.

—¡Es que me daba pena! Al inicio, como yo estaba más chavito, no decía nada. Después de coger me hablaban bien serio. Unos se iban nomás así y otros sí dejaban billetes, pero de 50 o 100 pesos. Ya después uno agarra la maña. De grande les dije: "no, papá, ahora man-do yo y se hace como yo diga". Pero no te creas que siempre era tan aventado, sí me tocó tratar con batos que daban miedo.

—¿Crees que sí eran peligrosos algunos hombres?

—La neta. Pero eran más peligrosos los chamacos con los que me juntaba.


3. Abril de 2016

La última vez que hablé con El Nene fue una mañana de cruda. Aquella vez me quedé a dormir en casa de mi amigo Iván —el que me animó a entrevistarlo—, que se despertaba a mediodía para desayunar.

—Va a venir —me dijo.

Cuando El Nene llegó, lo saludé cortés y por ocio le pregunté cómo estaba.

—Madreado —nos respondió.

Pensé que se refería a la desvelada, pero nos dijo que se sentía "norteado". Mientras Iván se bañaba volví a preguntarle cómo estaba. La cabeza también me dolía, pero parecía que El Nene tenía muchas intenciones de hablar. Miraba a todos lados como si buscara la respuesta entre las cosas de la habitación.

—Me fui con un güey —balbuceó—. Nos quedamos dormidos en su casa. Me desperté en algún momento de la noche porque empezó a dolerme mucho, me dolía horrible, y vi al bato arriba de mí. Me lo quité de encima. Le di un empujón y le dije que no, que se calmara. Nos volvimos a dormir, pero luego volvió a hacerlo y yo estaba ya muy mal. No tenía fuerzas. Cuando nos despertamos, me bañé.

—¿Qué le dijiste?

—Nada. No le volví a hablar ni lo pienso volver a ver.

Entre murmullos dijo algo que ya olvidé, o que quise olvidar. De todas formas, aunque lo recordara con exactitud, es algo que no voy a escribir. Esa confesión la hizo en un contexto diferente al de la entrevista o las pláticas. Era algo que no le contó ni a El Bobby ni a Iván ni a nadie más. Lo dijo a sabiendas de que yo no llevaba una grabadora encendida. Cuando le pedí permiso para escribir sobre él, consciente de que incluso nuestro último diálogo podría ser leído, aceptó. Dijo que sí a todo, pero creo que no recordaba lo que me había contado. Aunque sentí que había quebrado su confianza al redactar esta conversación, me pareció fundamental recurrir a ello sin artificios, para poder entenderlo mejor. ¿Por qué contaba ciertas cosas? ¿Por qué unas las contaba con entusiasmo y otras las decía en voz baja, pero asegurándose que todos lo oyeran? Quería que yo lo escuchara, quería que lo repitiera, quizá quería que yo lo trascribiera para que él después pudiera leerlo y terminara de comprenderse a sí mismo.


4. Agosto de 2017

Nuestro encuentro final se dio en el cumpleaños de Iván, pero esa noche Joaquín y yo sólo chocamos los vasos un par de veces. Perdí el contacto. Poco a poco dejé de frecuentar ese grupo. Ya no supe nada de El Bobby y mucho menos de El Nene del oficio. Recordé lo último que hablé con él en la entrevista de 2015. Luego de darle un repaso a lo que vivió entre los 21 y los 25 años, El Nene soltó un bostezo de satisfacción. De verdad se veía aliviado.

—¿Ya no te sientes vacío? —le pregunté.

—Me siento despistado. Estoy trabajando en ello, y lo estoy logrando. Ya no me siento el objeto sexual de muchos. Ya no se los permito. Ahorita me siento bien, me siento más rico como persona, me estoy recuperando y gran parte se la debo a mi novio. Todo mi pasado me enseñó mucho. Ves otra perspectiva de la gente: cuando estás muy vulnerable, a veces te abres más con un desconocido. Te digo, todo es experiencia. Mejor decir: "lo hice y me funcionó, o no". ¿Para qué llegar a viejo con una larga lista de cosas que hubiera hecho?