Carrusel / Bajo cubierta / No. 214

Triste fin de Policarpo Quaresma, novela de Lima Barreto
 

Lima Barreto.
Triste fin de Policarpo Quaresma.
Traducción y notas de Suleimi Bermúdez.
Dirección General de Publicaciones-Secretaría de Cultura.
México, 2017, 272 pp.




Existe una gran diversidad de resabios coloniales que han permanecido en la vida cultural mexicana, algunos muy obvios como la costumbre por el homenaje perpetuo y el vasallaje solemne con el que conviven los artistas hegemónicos y los sectores de los que dependen, o la galantería generalmente dócil con la que el infinito arribismo y las élites reciben la tradición de las metrópolis. Pero más allá de la serie de gestos con los que el campo cultural se siente distinguido, existe un vestigio descomunal que no es evidente, pero que está fundado históricamente en el mismo proceso. Me refiero al muro de Tordesillas que bloquea un conocimiento más amplio de Brasil.

El Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, fue el acuerdo con el que la monarquía española y el reino de Portugal trazaron una línea imaginaria en el océano Atlántico con el fin de dividir tierras ignotas y proteger sus rutas comerciales, y que a la postre repercutió en una bizarra división territorial. Ese tratado instauró un muro invisible que me hace especular sobre por qué Brasil está tan caricaturizado en el imaginario mexicano, y apenas se vislumbran fútbol, samba y favelas como lo representativo. Da la impresión de que para muchos Brasil queda más lejos que la India.

Pero no hay vuelta atrás, las letras brasileñas están para quedarse en México, como se ha mostrado con una gran variedad de traducciones delibros brasileños en los años recientes. Ése es el caso de la primera edición mexicana de Triste fin de Policarpo Quaresma (2017). Originalmente la no-vela se publicó en 1911 a modo de folletín, y parece ser que fue escrita en apenas dos meses y medio. El autor, Lima Barreto, mulato, hijo de un tipógrafo y de una maestra, dejó un testimonio en el que rememora el día en que, siendo niño, lo sorprendió el estallido de alegría por las celebraciones del decreto de abolición de la esclavitud en 1888. Pero el testimonio también habla de cómo los sueños que vislumbró menguaron hasta que el poco cambio en la sociedad desembocó en un pesimismo que “va matando aspiraciones, eliminando urgencias, trayendo desaliento, y sólo nos deja en el alma esa nostalgia del pasado, a veces compuesta por acontecimientos fútiles, pero que siempre es bueno recordar”.

Lima Barreto, como escritor, fue rechazado para ingresar a la Academia de Letras Brasileñas. Ser mulato y además defensor de los “bárbaros bolcheviques” desde el periodismo no facilitó una buena relación con un campo cultural poco propenso al reconocimiento de actores no provenientes de las élites. Denunció a la oligarquía militar que había reprimido a los estudiantes, por lo que fue hostigado y excluido del trabajo burocrático con el que se mantenía. Escribió muchas crónicas para periódicos, pero dejó de colaborar en algunos en protesta, como sucedió con el diario abc que publicó artículos contra la raza negra. Si su obra no tuvo una buena recepción general, tampoco estuvo exenta de reconocimientos inmediatos; Oliveira Viana llamó a su novela Dom Quixote nacional, y después de morir se convirtió en un escritor popular, como hace notar Jorge Amado al relatar que una vez se encontró un pequeño equipo de fútbol llamado Lima Barreto.

La novela narra las andanzas de Policarpo Quaresma, un monótono burócrata que durante 30 años llega a su casa a la misma hora para preferir el vicio del que se desprenderían todos sus periplos: leer libros sobre Brasil, libros de todos los géneros que exaltaran la grandeza del país. Adicto a conocer las virtudes de su tierra principalmente a través de los libros de historia, se fue radicalizando al grado de imponer que en su casa sólo se consumieran productos brasileños. La exageración gradual de su “brasileñismo” lo llevó a convencerse de que Brasil era la tierra más fértil del mundo, y de que faltaba poco tiempo para que fuera una potencia superior a Inglaterra. Su firme convicción de reivindicar lo brasileño hizo que redactara algunos documentos de su trabajo en tupi, lengua de los aborígenes. El tema trascendió a la prensa y Policarpo Quaresma se convirtió en una burla frecuente en los periódicos. El resto de la novela trata las pugnas de su convicción chauvinista contra una realidad adversa.

Lo cómico en la novela generalmente surge de las hipérboles con las que el personaje quiere llevar a cabo sus empresas, pero las tragedias se detonan cuando ese individuo lleva sus ideas a convivir fuera de su ámbito. La sociedad retratada es la élite militar que vive cómodamente de rememorar las glorias de la guerra con la que invadieron Paraguay, o comerciantes que se han enriquecido y hacen todo por adornar su vida al estilo de aristócratas europeos. Pero también muestra el ambiente rural que Policarpo había idealizado a través de sus lecturas, encontrándose con la sorpresa de que no es tan fácil cultivar, de que él es el extranjero en el campo en el que el “buen salvaje” no es tan buen patriota, y de que en la exhuberancia de su país también hay mucha miseria. El narrador no finge neutralidad, participa haciendo sorna de los vicios de una sociedad demasiado preocupada por el ascenso social, o la distinción, y que está dispuesta a fingir y guardar todas las composturas que le que-pan con tal de integrarse. Las mujeres de esa sociedad son constantemente ironizadas porque su único fin en la vida es no cometer el crimen de no casarse.

La novela pone en cuestión los usos del conocimiento que se dieron con el positivismo y es una burla a ciertos residuos del romanticismo con el que se construyó la idea de patria en Brasil. Las afrentas que Policarpo Quaresma hace contra los extranjerismos, paradójicamente, están motivadas por muchos de los mitos con los que se construyó el anticolonialismo europeo. La invención de la idea del “buen salvaje”, que es mucho más francesa que portuguesa, y la idealización mítica de la tierra paradisíaca serán algunos de los filtros con los que Policarpo mire y sienta al Brasil. Los alcances que tienen ciertos usos de la cultura libresca son parodiados: en pleno intercambio de cañonazos Policarpo se pone a estudiar cuestiones matemáticas para mejorar la artillería, cuando el soldado raso las emprende por pura práctica; o en el campo, cuando compra instrumentos para estudiar el clima su incompatibilidad con la realidad hace —por ejemplo— que el balde del pluviómetro termine como bebedero en el gallinero. La teoría cultivada en una torre lejos de la praxis será desdeñada por una realidad que tiene sus propios códigos, reitera Barreto en escenas donde un quijote melancólico, pero infranqueable en su moral, queda absorto porque los trópicos no son tan edénicos.

Los suburbios en la novela son azarosos, irregulares, llenos de incertidumbres y curas milagrosas, mientras que la ciudad parece muy cuadriculada y obsesionada por implantar un orden imposible. Ya Machado de Assis en El alienista había satirizado el conocimiento que quieren emplear los que llegan de fuera ante una realidad que desconocen.

Policarpo pagó caro no sumarse a la camarilla de injusticias que se desataron durante la guerra. Una metáfora, de las múltiples que despliega esta novela, es que la corrupción —como sistema de relaciones con los que se fundan los Estados nacionales y las lumpen burguesías latinoamericanas— no se puede transformar con rebeldías personales de carácter moral. Lima Barreto denunció algunos usos de la literatura, pero también creía que era una de las formas superiores de comunicación de la humanidad. No se equivocó al dejarnos esta poderosa novela llena de metáforas de una realidad proteica, en la que la pasión, la carcajada y la desesperación de ver una situación aciaga se funden para advertirnos de lo complicado que será todo, y de lo necesario que es salir a enfrentarlo.