Carrusel / Heredades / No. 214

Cerrado por inventario
 

José Emilio Pacheco.
Inventario. Antología.
Ediciones Era/Dirección de Literatura UNAM/El Colegio Nacional.
México, 2017, 3 tomos.




Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto de dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace medio siglo en editar una revista poética
que iba a llamarse Anonimato.
Anonimato publicaría poemas, no firmas;
estaría hecha de textos y no de autores.
Y yo quisiera como el poeta español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.

JEP, “Una defensa del anonimato”




José Emilio Pacheco es un autor conocido por la mayoría de los mexicanos. Casi todos lo ubican por su obra narrativa o por su poesía; pocos, a excepción de las generaciones que crecieron durante los años setenta y que leían los suplementos culturales de la época, conocen al José Emilio periodista. Gracias a la Antología del modernismo —ese maravilloso texto, prologado por él y editado por la unam, en que explica qué es el modernismo, cuál es su origen en Europa y después en México, quiénes son nuestros autores y por qué hay que leer a Manuel Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, José Juan Tablada, Salvador Díaz Mirón y Ramón López Velarde— fue que surgió mi interés por conocer la obra menos difundida de este autor.

Comencé a buscar más textos ensayísticos suyos hasta que llegué a los “Inventarios”. Me obsesioné tanto con cada uno de ellos, que, antes de que Ediciones Era publicara su selección, yo ya había recorrido casi todas las hemerotecas de la Ciudad de México recolectando las columnas publicadas en el periódico Excélsior y una que otra de las aparecidas en la revista Proceso. Reunir esos escritos no fue una tarea menor; pasé meses entre periódicos viejos, con guantes y cubrebocas, intentando capturar la imagen más legible, batallando con el polvo y el tiempo, rescatando del olvido al José Emilio Pacheco del Diorama. Cada vez que lograba completar un año de “Inventarios”, sentía que liberaba de la oscuridad y el encierro lecturas que merecían ser conocidas por todos.

Tuve la oportunidad de platicarle al maestro René Nájera Corvera, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam —quien imparte el taller de ensayo, uno de los más importantes de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas— sobre mi proyecto de reunir la obra periodística de mi ya autor favorito; él, tan generoso como suele ser, decidió regalarme su colección de Proceso, la cual conservaba en una bodega parecida a la que rentaba Walter White en la popular serie Breaking Bad, donde este villano protagonista guardaba su fortuna. Sacamos el tesoro, también verde como los dólares de White, porque el profesor René tenía empastadas sus revistas en ese mismo color. Eran kilos y kilos de felicidad que cargábamos para salvar de las tinieblas.

En 2017, Era lanzó a la venta tres enormes tomos con una selección de los “Inventarios”, textos que el autor nunca quiso ver reunidos en vida, aunque se sabe que varias personas cercanas a él le sugirieron con insistencia que los publicara porque su valor era extraordinario. No sabemos las razones precisas por las que Pacheco no accedió a esta petición, la mayoría de quienes hacen referencia a esta negativa plantean que se debió a la imposibilidad de revisar y corregir las columnas escritas durante más de cuatro décadas y a la modestia por la que era conocido. Yo creo que el maestro René Nájera tenía razón: José Emilio Pacheco sabía que su obra narrativa y poética corría el peligro de competir con la grandeza de la periodística.

En la columna “Inventario”, jep hacía crítica literaria, reseñaba libros, hablaba de autores consagrados y presentaba a otros no tan conocidos, hacía traducción y discurría sobre temas culturales, políticos y sociales; cada domingo daba cuenta de los sucesos literarios del momento. Dentro de la miscelánea de textos, los que más he disfrutado son las reseñas literarias porque me impresiona el poder que tienen para convencer al lector de que precisamente ese libro o autor es lo mejor que le puede pasar; así me acercó a las obras de Aldous Huxley, W. H. Auden, Alice Munro, Truman Capote y Carl Sanbur, y me interesé en las biografías de Hannah Arendt, Ezra Pound y Adolfo León Ossorio, por mencionar algunos.

La mirada de José Emilio Pacheco jamás se limitó a reseñar un libro sólo porque éste le gustó o porque el autor estuviera en boga, su lectura siempre fue más allá. Si bien la mayoría de las veces la selección del tema coincidía con el aniversario de una publicación, el nacimiento o la muerte de un escritor, o con algún hecho literario actual, Pacheco revelaba ser un especialista en la materia. Para hablar de cualquier temática ya había leído todas las revistas europeas y estadounidenses más importantes de la época; si se trataba de una obra, ya conocía las ediciones existentes en todo el mundo y dominaba el contexto histórico y social que la rodeaba. Además era un obsesivo del dato curioso y el detalle.

Así nos enteramos de cómo fue la recepción que tuvo la novela The Hobbit, de J. R. R. Tolkien, en los setenta y cuál fue la lectura de Pacheco sobre una obra que ahora es muy conocida tras su adaptación al cine en 2012. “The war of the rings”, como se titula este “Inventario”, con fecha del 7 de octubre de 1973, comienza con la descripción de las credenciales de Tolkien: “filólogo, profesor de Oxford, especialista en lenguas y mitologías noruega, teutónica y céltica”; después nos habla de sus obras publicadas: The Lord of the Rings: The Fellowship of the Rings, The Two Towers, The Return of the King, y del antecedente de éstas, The Hobbit. Nos cuenta sobre la dificultad de conseguir los libros del autor en México: “En 1964 apareció en Argentina traducido por Teresa Sánchez Cuevas. La misma empresa anunció la publicación de La Confraternidad del anillo, Las dos torres y El regreso del Rey, pero en México y en Buenos Aires buscamos estos últimos libros y nadie supo decirnos si llegaron a aparecer”. Más adelante nos recomienda una versión rústica de The Hobbit editada en Londres por Allen & Unwin y agrega: “Durante la década anterior a The Lord of the Rings vendió cerca de un millón de ejemplares en los Estados Unidos, fue el libro predilecto de los estudiantes norteamericanos que antes se habían apasionado por The Catcher in the Rye (Salinger) y Lord of the Flies”. En tres párrafos sintéticos narra la historia del hobbit, al que traduce como el Hobito, y cierra citando las opiniones de estudiantes, intelectuales y artistas que confiesan su admiración por Tolkien. El reseñista hace una gran labor, pues no sólo nos anima a descubrir una gran historia, sino que nos siembra la curiosidad por conocer los éxitos literarios de aquella década, a la par que nos presenta de forma sustentada la crítica que mereció la obra, en su mayoría positiva. No conforme con eso, también nos regala un estudio de mercado de los libros del autor en el mundo.

En “De Lautaro a Salvador Allende”, publicado tras la muerte de Salvador Allende, Pacheco hace un recuento de la historia de Chile, desde cómo los mapuches o araucanos frenaron la expansión del imperio incaico, pasando por la heroica resistencia dirigida por Lautaro ante los españoles, su proceso de independencia, la Guerra del Pacífico, la invasión del Imperio Británico y el imperialismo estadounidense, hasta la aparición de la primera república socialista de América y el triunfo de Allende en las elecciones. José Emilio Pacheco logra resumir, con una mirada crítica y bien documentada, siglos de historia del pueblo chileno: habla de su economía, política, sociedad y cultura, dando santo y seña de los personajes y líderes que lucharon por una nación libre. Pero hay algo en particular que me sorprende de esta columna, fechada el 15 de septiembre de 1973, cuatro días después del golpe de Estado: el autor afirma, de manera contundente, que a Salvador Allende lo mató quien después sería un dictador y tirano, y declara abiertamente su postura política y apoyo al pueblo derrocado:

En 1970 Salvador Allende triunfó en las elecciones y quiso liberar a Chile de su dependencia del imperialismo y de su atraso socioeconómico mediante la construcción de una sociedad socialista, implantada gradualmente por la vía de la legalidad constitucional y sin derramamiento de sangre. Cercado y boicoteado, tuvo el apoyo de las masas obreras y campesinas y de grandes sectores de las clases medias. No armó a sus partidarios en milicias defensivas para evitar enfrentamientos que pudieran desatar la guerra civil, y porque confiaba en la lealtad incesantemente proclamada del ejército. Dentro y fuera de Chile se tramó sin descanso su destrucción. Se le imputaron todos los problemas causados por sus antecesores y sus enemigos: inflación enloquecedora, agitación, descenso de la producción industrial. La itt y la cia, como los inversionistas ingleses en tiempos de Balmaceda, se unieron a sus aliados naturales chilenos y lograron al fin que —en un acto de ignominia que supera la traición huertista de 1913— una fracción mayoritaria de las fuerzas armadas derrocara y asesinara a Allende el trágico martes 11 de septiembre. Al enviar estas líneas a la imprenta todo indica que lo único logrado por el vil asesino Pinocho Pinochet fue desatar la guerra civil que Allende dio su vida por impedir. El pueblo chileno se levanta en armas contra los traidores. No se establecerá el eje Washington-Brasilia- Santiago. Los fascistas no pasarán.

Dice Juan Villoro en La vida que se escribe. El periodismo cultural de José Emilio Pacheco, un libro de la colección Opúsculos editado por El Colegio Nacional, que jep se postuló como una voz que podría parecer contradictoria: “fue un proselitista discreto. Sin exhibirse a sí mismo, exhibía sus convicciones; se borraba como autor para fortalecerse como narrador”. Pienso que en este “Inventario” no fue nada discreto; recordemos que hasta después de la salida de Julio Scherer de Excélsior, nuestro autor no firmaba sus textos porque tenía el objetivo de crear una literatura colectiva; pero, al mismo tiempo, ese supuesto anonimato le permitía alzar la voz y ser combativo a través de su columna, en nombre de esa colectividad anhelada. Sería interesante estudiar ese proselitismo mencionado por Villoro antes y después de revelarse como el autor de “Inventario”. “De Lautaro a Salvador Allende”, en particular, me parece valiente y solidario, pero a la vez arriesgado, ya que en ese tiempo México era gobernado por el presidente Luis Echeverría Álvarez, uno de los responsables de la matanza del movimiento estudiantil de 1968, quien durante su mandato controló los medios de comunicación del país y censuró el periodismo crítico; no olvidemos que el golpe al Excélsior fue orquestado por él.

“Vidas reales que parecen imaginarias: Adolfo León Ossorio (1895-1981)”, fechado el 27 de agosto de 1981, presenta al regiomontano simpatizante de la causa maderista, sobreviviente a la Decena Trágica, escritor, orador y agitador. Ossorio, entre otras de sus hazañas, se incorporó a las tropas carrancistas y entró con ellas a la capital; recibió una medalla por su valor heroico en el combate de Tepatlaxco, Puebla; frustró el desembarco en Veracruz del huertista Aureliano Blanquet; en 1918 estuvo a punto de quemar El Universal; conspiró contra Obregón y le dedicó versos incendiarios; en Madrid, se presentó a las tertulias de Valle-Inclán y Gómez de la Serna; alquiló un avión en Panamá y bombardeó San José; en 1942 atacó a Luis I. Rodríguez y a Lombardo Toledano porque este último le ganó el puesto como orador elegido para un acto celebrado en memoria de Venustiano Carranza; en Colombia se hizo de una fortuna, al dedicarse a las presentaciones poéticas y ecuestres; escribió algunos libros y fundó el Museo Militar de la Secretaría de la Defensa; estuvo preso varias veces, pero se las arregló para salir libre. José Emilio saca de la prisión del olvido a este personaje inverosímil y nos invita a conocerlo más a través del libro La vida tormentosa y romántica del general Adolfo León Ossorio y Agüero (1962), de Agustín Aragón Leyva.

A diferencia del lenguaje de muchos columnistas (del pasado y actuales), el de los “Inventarios” se caracteriza por su llaneza, objetividad y modestia. Esto seguramente se debe a la nula soberbia del autor y al espíritu de maestro que, de forma involuntaria, asumía: un verdadero maestro es quien hace fácil lo difícil, un verdadero intelectual es capaz de dominar distintos registros léxicos y culturales. Al ser textos periodísticos, iban dirigidos a un amplio público, al cual José Emilio Pacheco siempre se dirigió con respeto y consideración. Comenta Juan Villoro que Chesterton y el autor de “Inventarios” entendían el periodismo como una tarea colectiva y anónima, ambos redactaban “con la sutileza de quien incorpora su voz al coro sin pretender cambiar la melodía, conciben la Historia como un teatro del desastre y profesan un amor mundi que les permite celebrar la naturaleza, ciertas calles, algún atardecer y la literatura”.

Desde mi punto de vista, varias de sus reseñas literarias serían útiles como herramienta de fomento a la lectura para jóvenes de preparatoria. Los profesores de las asignaturas de Lengua y Literatura incluso podrían apoyarse en los “Inventarios” dedicados a Martín Luis Guzmán, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Antonieta Rivas Mercado, Ignacio Manuel Altamirano, Rubén Darío, Rosario Castellanos, Ramón López Velarde, José Joaquín Fernández de Lizardi, Octavio Paz, Efraín Huerta, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Monsiváis, Carlos Pellicer, Horacio Quiroga, Jorge Manrique, Francisco de Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Juan Gelman, entre muchos otros, para dar seguimiento a sus programas educativos.

Pueden hallarse temáticas para todos los gustos e intereses, un simple vistazo al índice de los Inventarios de Era basta para saber que esta obra podría ser nuestro libro de cabecera por un buen tiempo; y digo de cabecera porque por su tamaño es casi imposible que uno lea los textos en otro lugar que no sea una biblioteca o su casa, pues además de que son difíciles de manipular, el costo de los tres tomos es considerable, alrededor de 1500 pesos. Para mí, que soy lectora de calle, resulta una tragedia no poder llevarme un par de “Inventarios” para leer en el metro o en un café. Yo no creo que a jep le hubiera hecho feliz la idea de ver su obra en tomos de 700 páginas, la mayoría de sus libros de poesía y narrativa son libros breves, fáciles de manipular y de adquirir. Si José Emilio hubiese querido, habría publicado mejores diccionarios críticos de literatura mexicana y universal, pero ése nunca fue su objetivo. Él decidió cerrar las puertas al protagonismo para entablar un diálogo en silencio, “un pacto secreto entre dos personas”: autor y lector.

El periodismo cultural de José Emilio Pacheco es una obra que merece mayores encuentros y apropiaciones. Lo que leemos ahí ya es nuestro, nosotros lo inventamos.