Mirada / No. 214

La casa de los espejos



Supongamos que escribo algo,
cualquier cosa,
        tal vez breve, al aventón, sólo un esbozo,
        tal vez vasta, con esmero, versión final de incontables borradores,
        lo que sea,
sobre los espejos.

Y como no me gusta escribir sobre los espejos,
        porque cuando intento hacerlo inevitablemente me observo a mí mismo,
        luego siento una mirada que desconozco,
        ésta y aquélla,
        la mía y la suya,
después de varios intentos
        me desespero,
        aviento el papel,
        me emborracho.

No escribo;
        me reclamo no poder escribir sobre los espejos.

Cuestiono el motivo,
        me resulta absurdo;
        me veo en uno,
        me incomodo…
        paso buen rato en silencio.

Finalmente escribo cualquier cosa,
        esto.

Leo,
        termino,
        me río de mí mismo.

Dejo de reír:
        me siento solo y observado.