No. 146/POESÍA DE COLOMBIA

 

 Juan Carlos Acevedo
(Manizales, Caldas, 1973)

 


Poética

 

La poesía como un deslumbramiento

Hace años, cuando era lector de malos versos, pensaba que la poesía era una especie de magia, un tru­co con el cual un hombre sorprendía a otro a través de la palabra. Con los años y la lectura de ver­sos mejores llegué a pensar que la poesía era una suerte de alquimia, según la cual un hombre convertía una palabra desgastada y llena de he­rrumbre en una bella palabra revestida de un nuevo significado. Ahora, cuando los años se sumaron a mi esta­tu­ra y me enfrento solo y desprotegido a un libro de poe­mas, y leo unas líneas como por ejemplo: “Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos” / “Irías a ser muda que Dios te dio esos ojos” —líneas escritas por Vicente Huidobro—, he descubierto que la poe­sía (más que magia y alquimia) es un acto de deslumbramiento bajo el cual el hombre está sub­or­di­nado al redescubrimiento del mundo. Y deslumbrarse ante el mundo cotidiano es resucitar en las ho­ras de la noche y de la niebla. Tal vez por eso la poesía —en palabras de María Mercedes Ca­rran­za— “ayuda a vivir”.




 

Los amigos arden en las manos


Los amigos de otros
viven en barrios con jardines, juegan billar, beben cerveza,
viajan con putas entre sus piernas y la borrachera,
huelen a Calvin Klein y fuman Marlboro.
En sus cocinas hay suficiente leche
y en las mañanas no harán falta naranjas
(hermosos soles en la nevera) para la resaca.

Los amigos de otros,
desean el perro que ladra en sus terrazas
y el domingo viajan a sus fincas
con la máscara recién lavada
para ver transcurrir la vida entre la piscina
y el recuerdo de la niña que rompieron el viernes anterior.

Mis amigos en cambio,
viajan en la cola de una sirena entre arrabales y la Vía Láctea,
llevan impregnado  el olor a cigarrillos baratos,
a café en la plaza de Bolívar
y nunca tienen una moneda para el teléfono público.
En sus casas una madre, inclinada en la cocina,
hace de una vela y una cruz su propio altar
donde eleva oraciones por nosotros.
Ellos tienen un yo le presto,
                        yo le gasto,
                        yo lo invito,
porque el dinero es agua en sus bolsillos.
Mis amigos creen que no lo sé,
pero cada amanecer recogen mis fragmentos de sueños, llanto y poesía…
y me arman antes que pueda decirles gracias.




Salmo para después de la guerra

 

Tal vez la poesía, […]
puede ser la prueba irrefutable,
o cabeza de un prontuario definitivo
de que Dios existió alguna vez.

Héctor Rojas Herazo

 

Señor,
ahora somos frágiles…
los años de la derrota (aunque hayan quedado en el olvido)
habitan entre nosotros. Por eso hoy el poema es bálsamo
Señor de los remendados,
ya no podemos elevar oraciones:
conjuros para ahuyentar enemigos y pestes,
tal vez un Poema que sirva de diálogo
para diluir tantos miedos acunados en viejas plegarias.
Señor,
como tus llagas,
las nuestras son huellas de fe en medio de la ola de siniestros.
También hemos caído y nos hemos levantado
para espantar los pájaros de la angustia
que anidan en nuestras lágrimas.
Señor de los fragmentados,
redime con tu sabia mudez a tus hombres y mujeres,
herederos ambos del miedo,
para que la fragilidad se desvanezca y
retornen a nuestra voz y nuestros sueños
y nuestras casas las Bienaventuranzas.

     

Así sea.




Oración en los trigales



Como adentrarse en un desierto de harina para luego saciar la sed bajo la leche blanca de una cabra, este anciano hunde sus manos sobre la masa blanda. Su oficio lo realiza desde el altar de los trigales, bendice el amanecer y eleva oraciones antes de que la luz del sol acaricie el campo de centeno.

En su taller crecen los sueños de las gentes simples y por unas monedas borran amargas horas de sus rostros.

Señor de los Molinos, tú que ahuyentas el hambre de nuestros hogares con el más sencillo de los alimentos y nada pides a cambio, bendigo tu oficio de hacedor de esperanzas, bendigo tu taller blanco, despensa para el hambre del tercer mundo, y escribo esta oración para tus días sin descanso.




Voces de Geppetto


Llevas por memoria un bosque entre las manos. Con los ojos cerrados dices: cedro rojo, negro chanul o pino amarillo; basta que tus dedos se posen sobre la madera para nombrarla.

No conoces, no puedes conocer otro lenguaje sino el silente idioma de los árboles donde las raíces son historias sin escribir y las hojas plegarias de aves que cantan en mayo.

Entre el guayacán y el ébano realizas la más humilde de las tareas: convertir la madera en utensilio.

Cada uno leva en las manos su destino y tú amigo heredaste de Geppetto y de José la tarea de tallar la Copa de la Alianza.

Tú, que das forma al candelabro medieval, a la silla celta o a la mesa francesa no olvidas guardar leña para los fogones del tercer mundo.

Hoy escribo para ti Nelson, para tu oficio de carpintero con el cual llenas los rincones de nuestra soledad a cambio del pan de cada día.

Cada uno lleva en las manos su destino, ahora lo sabemos, ahora cuando la memoria nos olvida como a una vieja melodía que en la distancia toca un violinista bajo el viento de enero.




Monólogo del cartero

 

Perderse, en cambio, en una ciudad
como quien se pierde en el bosque,
requiere aprendizaje.
Los rótulos de las calles
deben entonces hablar al que está errado.

Calvino

 

El siglo se abre igual a una carta. Cada ruido almacenado en mis manos me hace saberme vivo. No es fácil guardar un siglo que llegó en el correo del medio día con ojos de niño hambriento.

He aprendido del amor a través de los ojos de las muchachas de enero, también aprendí el desamor en sobres que abren el llanto como exclusas. Sé de misivas escritas en la trinchera.

El correo de la noche me despierta y salgo a recorrer las avenidas, las placas en esquinas oxidadas son mi faro. Cargo sobre mis hombros los secretos del hombre y fumo en silencio, nadie me acompaña.

Conozco de soledades e inviernos por eso guardo el siglo en los bolsillos como quien lleva un pez en cada lágrima.




Pájaros del suburbio

Para Dorian Hoyos Parra
Lectora de esquinas y libros

 

Es madrugada en las alas de abril. Los niños insomnes van a la escuela. Un leve olor a chocolate se mezcla con el olor a colonia barata en que son bañados por sus madres.

Los niños del suburbio limpios algunos, sucios de sueño y hambre otros ascienden calles para ir a clases sin más riqueza que el negro de sus zapatos y el blanco de sus camisas.

Dulces pájaros del suburbio, van rumbo a las aulas silbando esperanzas.

 

 

Manzana IV, (de la serie Manzanas), óleo/tabla, 60 3 40 cm, 2007
Manzana IV, (de la serie Manzanas), óleo/tabla, 60 X 40 cm, 2007

 

 

 

 


Juan Carlos Acevedo. Poeta, ensa­yis­ta y periodista cultural. Director de la re­vis­ta literaria Juegos Florales del Centro de Escritores de Manizales “Roberto Vé­lez Correa”. Colaborador del dominical Pa­pel Salmón del diario La Patria en Ma­nizales. Sus poemas aparecen publicados en algunas de las revistas de poesía más im­portantes del país, y en las antologías de poesía colombiana Nuevas voces para fin de siglo (Editorial Epsilon, 1999), Inven­ta­rio a contraluz (Arango Editores, 2001) y El amplio jardín. Antología de poesía joven de Colombia y Uruguay (Embajada de Colombia en Uruguay/Ministerio de Edu­ca­ción y Cultura del Uruguay, 2005). Ha publicado el cuadernillo poético Palabras en el pur­gatorio (Lyrica Species, 2001) y el libro de poemas Palabras de la tribu (Editorial Manigraf, 2002). Obtuvo el Pre­mio Nacional de Poesía convocado por la Casa de Poesía Silva de Bogotá en el even­to “Descanse en paz la guerra”. Actual­mente es director cultural de la Feria del Libro de Manizales, director del Taller Hé­roes Literarios en Caldas del Programa RENATA (Red Nacional de Talleres de Li­te­ratura del Ministerio de Cultura) y coor­dinador del área de literatura de la Se­cre­taría de Cultura de Caldas.