Carrusel / Bajo cubierta / No. 238

Poemas que graban cicatrices


Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo
Jesús Bartolo Bello
Los 400
México, 2022, 114 pp.

Algunos poemas forman cicatrices en nuestra memoria, otros se graban en nuestra carne como una herida transparente. La poesía, dice María Zambrano, dibuja huellas en nuestras entrañas. Jesús Bartolo Bello (Guerrero, 1970) ha escrito libros que pueden trazar esas improntas; desde Las regresiones del mar (1998), No es el viento el que disfrazado viene (2004) o Diente de león (2009) su escritura sacude los terrenos de la experiencia común y se incrusta en nuestro cuerpo a través de imágenes en las que fácilmente podemos (re)conocernos. Su labor poética —intuyo— acontece como un acto de supervivencia, como una muestra de sus propias cicatrices, de su carne.

El título de su libro más reciente, Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo (2022), es en sí mismo un preludio: reúne tres tiempos y configura una lectura donde la introspección y lo social se funden. Me refiero a que la experiencia del pasado —palabras viejas— se pone en juego con la reconstrucción del presente —poema nuevo— que a su vez está destinado a un futuro prescrito —se muere en el cierzo—. Desde el título se compone un espacio donde la ambigüedad y la certeza cohabitan, una comunión que se deshilvana y concreta en cuanto comenzamos la lectura, situándonos en sus ejes temáticos: la ciudad, la violencia, la pérdida y la memoria.

Quizá no haya forma más ligera de acercar al lector a este libro de Bartolo Bello, uno de los poetas más prolíficos y primordiales de Guerrero, que no sea a través de uno de sus epígrafes. Bartolo cita un fragmento de Océano mar, de Alessandro Baricco: “la vida no es lo suficientemente grande como para abarcar todo lo que consigue imaginarse el deseo”, y este epígrafe puede referir a que el poeta sabe que la empresa de su libro es abisal, por ello construye versos de largo aliento que remiten a un sonido acuoso, a una cadencia que transita entre el dolor y el goce de su experiencia de vida, de la cual, dice, “algo saldrá exornado de la penuria de mis pasos”.

El libro se estructura en ocho fragmentos; no es mi intención ahondar en cada uno sino en su unidad, porque Palabras viejas… es un libro que merece atención y reposo, suspensión y vuelta. Lo que ha llamado mi atención es el hilo conductor que genera entre los fragmentos que conforman el poemario: desde El poeta tiene lluvia para escribir su poema, pasando por Alguien jaló el gatillo hasta su cierre en México. Carlos F. Ortiz escribe al respecto que el autor “recrea, desde la poesía épica de Homero, su propio sentido épico, desde el visón de su realidad”, y comparto esta idea en tanto que las alusiones a lo heroico contrastan con el tejido poético del escenario territorial.

Si, como nos dice el poeta, “toda ciudad tiene su Troya en las entrañas” es porque en México, como en otras geografías, “el hombre es su propio desastre y arrumba su vida / al flujo de las ideas y a la marca convulsa de las calles”. Pero estos versos no agotan ni desestiman un territorio, son, en cambio, un mapeo de contrastes entre la vivencia cotidiana en un país que se desgaja y la ternura de quien aún puede intuirse humano:

No soy Cassandra vaticinando la destrucción de Troya, 
sólo un hombre que escribe en su cuarto: esta ciudad es una ruina,
se ha ido carcomiendo desde el corazón de los hombres.
Heme aquí con la lámpara en mi pecho, sacando humo.
Bartolo Bello nos conduce con esa lámpara en su pecho como quien, diría Alejandra Pizarnik, intenta “reparar la herida fundamental, la desgarradura” de la existencia. La unidad de sentido en Palabras viejas… la dicta algo tan concreto como un sentimiento común de pérdida, de desgarre. ¿Qué hemos perdido? Algo, a alguien, quizá a uno mismo, porque habitar en un “país de sangre”, en una “nación hemática pudriéndose junto a la carne de los desaparecidos” también deja su marca en nuestro cuerpo, en nuestra memoria.

Palabras viejas… nos coloca en el lugar desde el cual el poeta se pronuncia: “en medio de todo aquello: pernoctado el corazón por un buitre”, pero también desde un grito con el que denuncia que “toda ciudad respira a sus muertos / y, esa inhalación, se replica en otras ciudades”. Bartolo recrea, a través de un tratamiento poético fino, un modo de acontecer de la violencia que va de las tonalidades lúgubres hacia un sitio de luminosidad:

Si tuviera una tumba, ahí, podría llorar a solas y rezar por tu descanso,
pero sólo tengo este desasosiego que llevo a todos lados como un amuleto
y este llanto y oraciones contenidas; si tuviera una tumba
de todas formas, anduviera por todos lados buscando tu sonrisa.
En la búsqueda de ese aliento último de la sonrisa, a mitad de un paraje incierto que puede ser cualquier ciudad en nuestro México, la labor poética del guerrerense no puede pasar inadvertida. Palabras viejas… es un registro del viaje hacia el centro íntimo de quien escribe; un viaje, por supuesto, inacabado, porque su naturaleza no persigue un fin último, sino que logra llevarnos a sitios distintos tras cada lectura. De este modo, sus poemas se graban en nuestras entrañas, poesía y realidad se funden para hacer eco de la cicatriz de nuestros tiempos violentos, de nuestras pérdidas y de la herida fundamental que nos hace humanos.