Carrusel / Entre voces / No. 238
La enfermedad, una extraña forma de comunicación: una entrevista con David Anuar

Me gustaría que nos compartieras las inquietudes que se concretan en este libro como unidad. ¿Cómo crees que se han actualizado?
El libro nació entre 2013 y 2014, cuando comencé a escribir el apartado “Oncología del caos” (una serie de poemas sobre el cáncer y la muerte de un ser cercano). Sobre la pulsión profunda que podría haber detrás de él, yo diría que es la comunicación con la enfermedad. Para mí, la enfermedad siempre ha sido una extraña forma de comunicación entre mis familiares, particularmente con mi madre. Entonces, era una manera de poder hablar de mi familia, de sus dolores, de mis propios dolores y también de los de amigos cercanos. Es un libro sobre las huellas del dolor, sobre la vida (muchas veces el dolor nos recuerda que estamos vivos).
Durante mi estadía en la Fundación para las Letras Mexicanas no nos pedían que tuviéramos un proyecto, pero yo quería aprovechar el tiempo que iba a tener durante la beca y salir con libros. Me pregunté sobre qué otras enfermedades podía escribir y comencé a investigar sobre la migraña: empecé indagando en mis propios recuerdos y experiencias. Y así fue como empezaron a surgir cada uno de los apartados del libro.
Encuentro que hay muchas voces con las que dialogas. Hay una referencia de Sergio Loo en el epígrafe. También hay un eco de Francisco Hernández en uno de los apartados. ¿Cómo te nutres de otras voces al momento de pensar un libro?
Yo creo que un libro nunca es una isla, en todo caso, es un archipiélago de conexiones que siempre nos enlazan con una o con múltiples tradiciones, y con muchos escritores. Sin duda, Francisco Hernández fue muy importante para la escritura de este poemario y también para muchos de mis libros (es un poeta que admiro, que leo mucho). Particularmente, en el último apartado de Alguien hunde mi cabeza, “El demonio de Horton”, aparece algo en lo que Francisco se especializa: el dramatis personae. Hernández fue muy importante para mí, también Francisco Hinojosa, y como tú bien dices, Sergio Loo: Operación al cuerpo enfermo fue un libro importante. Aunque quizá no se note, Isabel Zapata también se encuentra un poco ahí. Walt Whitman está, particularmente en el apartado “Cotidiano cero”. Ésas son algunas de las influencias que podría enunciar. Seguramente habrá muchas otras. Y quizá haya cosas que yo no puse ahí y que algún lector perspicaz encuentre. Al final, la literatura es una caja de resonancias, un juego cocreador.
Veo en el apartado “Oncología del caos” una reflexión que tiene que ver con la posibilidad de enunciar la enfermedad, algo que, más que en términos maniqueístas, de victorias o de fracasos, tiene que ver con sostener la pluma en ese intento. ¿Cómo concibes estas exploraciones sobre decir el dolor, los dolores de los tuyos?
Yo creo que decir el dolor es una de las tareas más importantes del ser humano, así como decir el amor o la soledad. Pero particularmente el dolor: qué difícil es ponerle nombre en ocasiones. También muchas veces uno siente que la palabra dolor es demasiado corta para expresar todas las formas que adquiere: cada cuerpo lo experimenta de una manera distinta. Parte de mi intención al abordar este libro es eso: decir que de alguna forma las enfermedades también nos comunican, nos pueden comunicar como familias y como individuos. Lo importante es comenzar a hacer ese fraseo.

¿Cómo meterse al mundo del dolor y cómo hablarlo? Yo creo que precisamente la poesía te da esa oportunidad, ya sea al enunciarlo desde un yo muy parecido a tu yo autoral, o desde un yo más lejano, uno testimonial. También creo que hay dolores inimaginables. No dimensiono qué habrá sentido algún día esa persona a quien está dedicado “Oncología del caos” cuando se estaba muriendo de cáncer. No me puedo acercar a sentirlo. Más bien, mi aproximación está en la familia; en cómo la familia maneja su propio dolor, porque una enfermedad no sólo causa dolor en quien la sufre, sino también en quienes están a su alrededor.
En este libro trato de ponerle palabras a esos múltiples dolores: el migrañoso que canta a su propia migraña, el niño que se queja del bullying que le hacen por tener un freno de caballo, el adolescente que se quiebra una pierna en un partido de futbol, la congoja familiar que se siente por la muerte de un ser querido a causa del cáncer. Ésos son los distintos tonos del dolor.
En esas texturas tonales encuentro muchas variaciones. Pienso que, más allá de un registro que evoque martirio, hay ironía, algo de sarcasmo. Hay una cosa que dice Tania Ganitsky: “Para poder decir ‘miedo’ o ‘mío’, primero tengo que imaginarlos jugando”. A propósito de esto, ¿cómo concebías el miedo, especialmente en relación con los espacios del dolor?
Me di cuenta de que las variaciones tonales pueden ser un descanso en el libro; que puede haber poemas más amables, más divertidos (ironizar un poco sobre la enfermedad, por ejemplo). Además, la enfermedad es un tema muy solemne dentro de la poesía mexicana. Yo creo que el libro no se salva de lo solemne y de esa tradición que pesa mucho. Pero algo habré logrado alejándome un poco de eso, ¿no?, particularmente en donde entran las voces de los niños o los adolescentes. También hay otro tono de esperanza en “Cotidiano cero”. Hay algunos poemas que rompen con esa opresión.
Algunos textos son un descanso, otros son como un cuchillo directo a la cabeza, como “El demonio de Horton”. Ahí hay una parte que traté de escribir desde la perspectiva de la migraña. Es un poema raro. Lo hago desde el migrañoso que intenta ponerse en los ojos de la bestia; la manera en la que el enfermo se relaciona con esta enfermedad:
La bestia
como nosotros
también cierra sus párpados
y sueña
con el aullido
de fundar una casa
repleta de hijuelos
que zascandiles
desatan
y desquician
la cisura
de los hombres
Hay algo muy visual en el poemario: la cabeza situada en el pasto (creo que hay mucho verde en él por esto mismo) y la evocación a pinturas (el cuadro de Giorgio de Chirico en “La canción de amor”, por nombrar alguno). ¿Cómo trabajas tu escritura alrededor de imágenes poéticas o hallazgos visuales?
Yo creo que es uno de los corazones del poema: la imagen poética y la emoción. Son los dos pilares en los que se funda todo poema. Pero hay otra cosa: ¿cómo lo vas a sostener a lo largo de todo un libro? No fue algo que yo hubiera meditado tanto. En las etapas finales de la edición me di cuenta de que había una recurrencia muy fuerte en la cabeza, en las enfermedades de la cabeza. De alguna forma el libro tiene una circularidad porque el primer poema abre con la cabeza y el último cierra con ella. Pero también fue algo que hice en el tejido final. Yo creo que hay mucho de intuición.
Además de muchas resonancias mitológicas, hay alusiones a la Biblia a través del Libro de Daniel, con el poema “Nabucodonosor”, y a espacios situados en Babilonia. ¿Hacia dónde van estas búsquedas?
Bueno, para mí la Biblia siempre ha sido una lectura muy importante. Hay varias referencias a lo largo de mi libro, por ejemplo, está Caronte, o el propio Dante. Me gusta mucho recurrir a este guiño, pero que no siempre quede tan patente. Trato de ser muy discreto con esas referencias.

Para los migrañosos y, en general, para toda persona que padezca una enfermedad crónica es muy importante tener diarios porque así pueden llevar un registro de qué cosas hacen y cómo afectan su estado vital. Entonces, a partir de eso, se me ocurrió configurarlo así: el diario de un migrañoso que tiene varias crisis. Hay poemas donde se registran los ataques en la oficina, donde el yo está intentando buscar medicinas, donde intenta de todo y nada funciona.
Y sobre lo telúrico, creo que la migraña es eso: un demonio que te jala la cabeza hacia el suelo. ¡Qué cosa más telúrica que eso! Es algo descomunal, como una explosión imposible de detener.
¿Y sobre el título de tu poemario? Me gusta pensar que casi siempre viene como una pregunta final.
Fue un título muy difícil de encontrar. Originalmente el libro se llamaba Estado de combate (algo así), pero no me convencía del todo porque en la poesía mexicana hay un libro que se llama Estado de sitio de Óscar Oliva. Además, recurría al lugar común acerca de tener una enfermedad como tener una guerra (una metáfora que inventaron en la antigua Grecia). Entonces no me convencía. Cuando estaba en la Fundación le pedí a Astrid López Méndez —editora de Antílope— que leyera el libro. Ella me sugirió ponerle de título “Alguien hunde mi cabeza en la grama” (un verso del poema “Nabucodonosor”). Pero tampoco terminaba de convencerme. Luego, por alguna razón, le quité “en la grama”. Entonces creí que daba el sentido emocional del libro, no el sentido temático, y que eso lo volvía enigmático. Así llegué a él.