Cicatrices / No. 238

No me preguntes cómo me hice esta cicatriz


 
Cada corte sobre mi piel es un camino, un riachuelo de rubíes. Una senda que va hacia ninguna parte, un río que no desemboca en ninguna cascada. Cada corte es una fantasía de movimiento, la ilusión de estar yendo del punto a hacia el punto b. Así he llenado este cuerpo de extravíos hasta quedarme con algo que ya no es como era antes. Soy una explosión silenciosa de lágrimas rosas y naranjas salpicándolo todo aquí, bajo la regadera. Sentada sobre este suelo resbaladizo, con el agua tibia recorriendo mi nuca y mi espalda, no pierdo detalle de mis brazos ni de la sangre que brota de ellos. Los coágulos comienzan a formarse lentamente en la punta de mis dedos y hoy, para mí, esto resulta una derrota. Aprieto sobre las heridas, pero ya no brota más sangre.

Todo parece estar en calma debajo del agua aunque por momentos me tiemble la quijada. Tengo la certeza de que nadie vendrá a detenerme. Estoy sola llamando a la muerte y me siento más triste que temerosa. No me importa ahora el olor ferroso que sube con el vapor del agua, me atrae más un olor que, de golpe, me recuerda al té de canela. Me viene entonces el recuerdo de mí misma cuando era niña y las tazas de té dulce con canela que tomaba en las mañanas. Había mucha luz en la casa de mi infancia y una pequeña ventana en la cocina que, si me subía cuidadosamente sobre un banco, me permitía mirar a lo lejos un terreno baldío que se llenaba de girasoles y renacuajos en temporada de lluvia.

Aquí, en este cuarto de baño, también entra la luz en estos momentos. Quizá sea el lugar más luminoso de la casa, ¿por eso vine aquí? Tengo una planta de lavanda en la esquina de la regadera, pero me doy cuenta de que se ha muerto y no sé desde cuándo. Me invade una culpa terrible porque recuerdo a la mujer que me la vendió diciéndome “cuídala mucho”, pero yo… antes de intentar matarme a mí, la dejé morir a ella. No hay belleza en este escenario y si así lo he creído es porque me engaño. Todo en él es doloroso, deprimente. Hasta esta luz de la media tarde me duele. Ya no soy yo, soy un monstruo que se quiere lejos. Soy otra, hasta para mí, irreconocible. En este instante, mirar por una ventana es pensar en lanzarme por ella, perdí los girasoles en mi horizonte.

Espero, llevo una hora debajo del agua, vestida. Hay sangre por todas partes y, es cierto, me aterra lo que veo, pero luego me viene una punzada de dolor profunda que es más fuerte y que emerge desde un no-lugar de mi cuerpo. El dolor emocional está dentro y sólo pienso que necesito sacarlo antes de que me deje ciega, antes de que me asfixie, antes de que me haga volver el estómago, antes de que lo destruya todo, todo. Entonces corto con fuerza para hacer nacer un nuevo riachuelo que me lleve a mí y a este dolor del punto a al punto b. De adentro hacia fuera.