Jóvenes escritores zacatecanos / No. 213
 
 
Zacatecas, Zacatecas, 1996






Don de cáliz

La adicción es un vergel triste que se seca y se marchita;
no hay llanto que riegue su abundancia,
no hay placer que sacie sus anhelos
sino las amargas gotas de caricias que arden.
¡Traedle una copa y saciad el reclamo!
No dejéis que muera, no dejéis que sea cercano amigo del polvo
ni amante nunca de áridos cementerios.
Aquel llanto incorregible ha tomado
posesión de cada instante que inventa el desgraciado,
el doloroso contador de leyendas: tiempo longevo y despreciable.
Hoy, en madrugada aciaga, de esas que nunca acaban de nacer,
no hay remedio más pobre y humildemente ruin
que ocultar el vacío fondo de una copa con el néctar de los sabios,
la muerte de los pobres, el don de los dioses,
el miedo de los honrados, la gloria de los miserables,
la salvación de todas las insaciables condiciones.
No temáis a la perdición ni temáis al mal tiempo,
que nunca la naturaleza del hombre ha perdonado a nadie,
todos somos peregrinos del infortunio,
todos sedientos andamos burlando a las verdades
y callando las ofensas que nos hace la absurda realidad.
¡Traed, por amor al venerado Júpiter,
aquel privilegio a esta desahuciada tierra
en la que tantos somos víctimas!
No hay más remedio que darle de beber a la sangre
de aquello que la hace ligera y ardorosa.
Por compasión, mis semejantes en tinieblas,
llenad hasta que desborde y se haga un río
en el impuro suelo que me aguanta los pasos.
No temáis derramar, el suelo también busca el error
para limpiar sus impurezas bebiendo por su agrietado cuerpo.
¡Alzad, pues, vuestras copas hacia los astros!,
y acto seguido, bebed del vino que algún dios,
con ganas de ahogar penas, nos ha regalado.
Alzadlas todos en noble pacto con los demonios
que nos habitan y nos colman de este breve encanto.
¡Preparad cañones!, ¡apuntad!, ¡fuego!
Es verdad, mis semejantes, que la única
y más honrada gloria es la de ese primer trago.
No cesen de encantarse con tal bendición,
por favor, no os avergoncéis.
La piedad, sin reclamo alguno,
ha traído tan grato obsequio a nosotros
quienes hemos sido el refugio de las penas más dolorosas;
unas pocas gotas de olvido se asemejan al milagro que buscamos,
mis siempre tristes semejantes.
La embriaguez está reservada para pocos portadores,
adoradores del alcohólico arrebato.
Desde antiguos tiempos ya los maestros
engendraban tan maravillosas ideas
teniendo amores intensos con el demonio de líquido cuerpo amargo,
dador del don de la sabiduría.
Todos volved a ahogar la copa sin remordimiento,
es de infames despreciar la abundancia ocasional.
Desterrad a la sed por largas horas,
dad entrada al briago razonamiento;
desconoced la inmundicia que les parte el pecho
y les reclama un interno sufrimiento.
Hoy, madrugada serena y tan triste,
imitad a los que riegan sus pechos
con las placenteras aguas de la fortuna,
esos que no conocen los secretos que la penuria nos otorga a nosotros,
por ser fieles seguidores de la aflicción.
¡Sin temor a nada embriagad su sangre!,
que tan luego como la madrugada termine
hemos de recordar qué tan pobres y miserables somos.
Hoy, mis amados semejantes,
recordad y tened bien presentes estos pocos versos modestos
mientras estén prestos a beber hasta la última gota:
Hay quien siente vida óptima,
otros que más óptima la bebida;
copa llena y nada importa,
larga noche y corta vida.






Josafat Guadalupe Gaytán García. Estudiante de la licenciatura en Letras de la Universidad Autónoma de Zacatecas.