8° Concurso de Crítica Cinematográfica Fósforo / No. 211

El cine será colectivo o no será: La telenovela errante de Raúl Ruiz


Categoría Posgrado


La telenovela errante
Dirección: Raúl Ruiz y Valeria Sarmiento
Chile, 1990-2017

La telenovela errante nos llevó a encontrar otras pelícuLas
de Ruiz sin terminar… y bueno, por lo pronto se nos vienen
dos filmes más que se construirán con dirección de la cineasta
Valeria Sarmiento y con la producción de Poetastros.
¡Esto no termina nunca, amigos!
CHAMILLA RODRÍGUEZ


El 11 de marzo de 1990 termina la dictadura de Pinochet. Raúl Ruiz, en un exilio de dos décadas en Francia, regresa a su país de origen para filmar La telenovela errante. En el clima de una democracia a medias recuperada, con las huellas del daño en la población y la sensibilidad artística encendida, el cineasta chileno junta a un grupo de estudiantes para ensayar sus ideas acerca de cómo las cadenas televisivas son cómplices de una perspectiva que recorta las cabezas de sus consumidores al entregar un relato digerido por la estructura melodramática y un escaso abanico de recursos audiovisuales que, ligados a una temática fútil, abanderan la comodidad y quitan vitalidad a una voluntad crítica.

La telenovela errante expresa una reflexión colectiva, una carta abierta que invita a reírnos del qué dirán y del cómo nos miran. Ruiz filma la película en la última década del siglo XX, un siglo convulso, lleno de violencia e impunidad, en una Latinoamérica que padeció el terror de las dictaduras cívico-militares. Sin embargo, el registro cultural enraizado en una realidad histórica, política y económica posee una riqueza sin igual que podemos reconocer en la filmografía de Raúl Ruiz, así como en las películas de los cineastas chilenos Miguel Littín, Helvio Soto o Patricio Guzmán. En síntesis, una generación de cineastas comprometidos para denunciar las estructuras de poder icónico.

La telenovela errante está dividida en siete capítulos que hacen alusión a los días de la semana. El ritmo depurado muestra temas acerca de la posición política, la ley de divorcio, los grupos terroristas, las crisis económicas, la sociedad dispersa, las sensaciones represivas y más; situaciones claramente trazadas en una forma telenovelera e inverosímil. La película se desglosa en una clasificación del tiempo dirigida hacia nuestras actividades modernas. Los días festivos que siempre regresan, como cada uno de los días de la semana, para robarle al tiempo-actual el lugar que merece en nuestra memoria colectiva.

Cuando Walter Benjamin escribe sus Tesis de filosofía de la historia denuncia aquellos modos de historiar que adicionan hechos a un conglomerado de efectos, para invitarnos o, peor aún, para obligarnos a pensar la historia como una actividad que enumera sucesos, los forma en una fila interminable, lineal por definición, pero que no alcanza a proveer al hombre para situarlo en el continuum de la historia, es decir, en el tiempo constructivo que pertenece a las ideas y las detiene para cristalizarlas en la fuerza vital que nos habita. El tiempo de la semana es homogéneo y vacío. Y frente a ese tiempo homogéneo y vacío tenemos otro: el tiempo-actual que ayuda a construir y a potencializar nuestras fuerzas.

La telenovela errante juega con la premisa de Walter Benjamin sin ningún consuelo: se sabe inmersa en el relato que aglutina hechos como causas, sin tiempo para pensar en aquello que le da a la imagen su potencia creativa y espiritual. Ruiz contrarresta ese relato, critica el melodrama con el lenguaje del melodrama. Un género habituado al plano fijo, a paneos lentos y cortes secos, que domestica las posibilidades visuales y evita los detalles que enaltecen la cotidianidad, rica en perspectivas y transparente en sus enfermedades o virtudes.

Una reunión de figuras retóricas confabula la representación social de Chile de los años noventa. El modo sarcástico del relato hace presente al espectador, entre chistes, paradojas, los fervores comunistas, los estados de ánimo y la sospecha de comunicación entre personas eternamente conectadas por puentes imaginarios: las palabras. Por supuesto, el protagonista principal de una telenovela está presente: el amor, al mismo tiempo que el villano: una dictadura salvaje, infiel protagónico de los capítulos de la película, un fantasma que recorre la ironía de las escenas.

La memoria estética tiende a configurar sus propios manifiestos en el aire histórico de las casualidades. La casualidad que nos compete es aquella que hizo visible la película de Ruiz, veintisiete años después de ser filmada. Una serie de eventos: en 2015 un seguidor de Ruiz anunció la existencia de un making of de la película en una cinta Hi8; la fotógrafa Leonora Calderó Hoffmann compartió la existencia de trescientas imágenes del rodaje, y finalmente, después de la muerte de Ruiz, su esposa encontró en el departamento de París el guión de La telenovela errante con notas a mano del cineasta. En otro extremo del mundo, en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, Estados Unidos, había negativos en 16 mm del trabajo realizado por Ruiz. Gracias a un apoyo económico y a la voluntad de un puñado de personas, los archivos dispersos en tres países se reunieron en las manos de Valeria Sarmiento para producir lo que ahora conocemos como La telenovela erran te. Sin duda, el mérito audiovisual es de Ruiz, pero en este caso, la película existe gracias a una labor incansable de Valeria Sarmiento para llevar a la realización el montaje final de la película. Al menos dos nombres más merecen ser enunciados en esa labor: Chamila Rodríguez, actriz, y Galut Alarcón, montajista.

Hoy sabemos que Raúl Ruiz filmó más de cien películas y que tenía un conocimiento teórico del cine. En su obra inabarcable de un imaginario latinoamericano, Ruiz logra sintetizar su experiencia en hipótesis visuales, maestro de la sospecha sin titubeos. No es aventurado decir que la película de Ruiz tiene un ingrediente político disuelto en una forma estética, y que además configura la sensibilidad del director para reflexionar a través de imágenes y sonidos sobre cómo vemos el mundo y cómo nos lo contamos.

Concluyo: la historia política y cultural de Chile se puede reconocer en la crítica de las formas de transmitir mensajes a un público amplio, quizá demasiado pasivo, pero nunca destinado a desaparecer. Ruiz se cuelga del cable que sostiene el aparato melodramático y lo lleva a un sitio crítico, para sacudir al espectador de televisión, pero también para interpelar al consumidor de imágenes cinematográficas. La película es ejemplar para recordar cómo el cine es un acto artístico colectivo y, en este caso, un eco comprometido con la voz de un tiempo-actual en Latinoamérica.



Carlos Rgó (Ciudad de México, 1984). Estudiante de maestría en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Ha colaborado para el área editorial en el Festival Internacional de Cine UNAM y para diferentes medios digitales como F.I.L.M.E Magazine, Butaca Ancha y Correspondencias.