Sexto Concurso de Crítica Cinematográfica Fósforo / No. 197

La lobotomía de Ariadna

Premio categoría Posgrado


Rastreador de estatuas 
Dirección: Jerónimo Rodríguez
Chile, 2015

No es gratuito que la primera secuencia de Monos como Becky (1999), de Joaquín Jordá, transcurra en un laberinto. En él un historiador y un médico debaten sobre las posibilidades de la mente humana: sus recovecos, desvaríos, memorias, conexiones y desconexiones; y sobre cómo es que en un nivel cultural se determina si algunas de estas conexiones neuronales son o no “aceptables”. Es decir, cómo determinar si alguien está loco o está cuerdo. No es coincidencia que quienes dialogan sean justamente un historiador y un médico. Ambos son los arquetipos de sujetos dedicados al estudio de la memoria y de la salud.

En Rastreador de estatuas, Jerónimo Rodríguez retoma esa misma secuencia para plantear la estructura narrativa de la película que, más que apegarse a la forma convencional de un guión cinematográfico, nos remite a una deriva situacionista donde los individuos realizan caminatas (generalmente en las urbes) guiados por un impulso afectivo, sin un objetivo específico, para descubrir los espacios de una manera distinta. En la película de Rodríguez, la secuencia de la charla en el laberinto se presenta proyectada sobre una computadora, mientras escuchamos, de una voz en off, el planteamiento del filme. Jorge, personaje principal y alter ego del director, después de ver Monos como Becky y de escuchar hablar del médico portugués Egas Moniz, inventor de la lobotomía, recuerda una conversación que de niño tuvo con su padre en su país natal: Chile. Desde el exilio, Jorge inicia una búsqueda física y afectiva del monumento del galeno, la cual lo llevará a distintas ciudades, momentos, materiales y recuerdos que lo constituyen, en un presente discontinuo, como sujeto. En esta cinta, la realidad y la ficción constantemente se entremezclan y confunden.

La película se construye fundamentalmente como un palimpsesto, un documento escrito sobre uno anterior que ha sido borrado parcialmente. Con cámara en mano, el realizador nos lleva a través de su búsqueda por un sinfín de “no lugares”. Sitios donde los sujetos han olvidado, en la mayoría de los casos, los significados de muchas cosas. Estos laberintos de la memoria nos conducen a parajes inusitados. Lo mismo podemos estar en la ciudad de Nueva York que en Santiago de Chile o en Lisboa. Mediante las imágenes captadas por la cámara del director tenemos acceso a momentos y espacios desde la seguridad de sabernos espectadores, fantasmas. Una mirada omnisciente que es testigo de la búsqueda.

Walter Benjamin hablaba de algo que denominó “inconsciente óptico”. Se refiere a todas esas cosas que técnicamente los aparatos pueden captar pero que el ojo humano no puede percibir de manera consciente. Esto mismo sucede en la película. Al documentar las fachadas de los edificios santiagueños, la lluvia de Nueva York o los grafitis de los monumentos, algo sucede en el espectador. Es un diálogo entre las imágenes, el observador y las memorias que éstas detonan. En las imágenes hay sujetos ausentes. El grafitero que estuvo ahí y dejó una huella pero ahora ya no está; los recuerdos que cada uno de nosotros hemos construido.

Los monumentos, como la memoria, se desgastan. Los laberintos, en distintas culturas, simbólicamente representan una búsqueda. Al principio mencionaba que no era gratuito que la película iniciara con aquella secuencia del filme de Jordá; y no lo es porque justamente Rastreador de estatuas también es un laberinto. Cuando Jorge finalmente encuentra el monumento de Moniz se da cuenta de que hay muchos más. La mayor ironía es que haya sido el médico lusitano el creador de la lobotomía, aquella operación que a partir de una incisión en un lóbulo del cerebro buscaba “curar” a los enfermos mentales. Es una ironía porque esta búsqueda parece casi esquizofrénica. En la película se hace hincapié en que lo importante no es el monumento sino la búsqueda. ¿Cómo salimos de esos laberintos? ¿De nuestros propios laberintos? ¿Cuáles son los hilos de Ariadna que nos guían hacia la grieta de salida? ¿Qué sucede si la encontramos sólo para percatarnos de que es la entrada a un nuevo laberinto?

En la mitología griega, Ariadna ayuda a Teseo, a partir de un hilo, a salir del laberinto del Minotauro. En la actualidad, por momentos, da la sensación de que Ariadna ha olvidado, ha sido lobotomizada. Nadie nos ayuda a salir de este laberinto de la memoria. Parece cada vez más que estamos condenados al olvido.


Joshua Sánchez (Ciudad de México, 1989). Artista escénico e historiador. Cursa la maestría en Historia del Arte con especialidad en Estudios Curatoriales en la unam. Es fundador y colaborador del proyecto escénico Amplio Espectro. Ha escrito en distintas revistas académicas y actualmente desarrolla, junto a un grupo interdisciplinario, una exposición para el Centro Cultural Universitario Tlatelolco titulada La ciudad está allá afuera. Micropolíticas de la urbe, la cual se inaugurará en noviembre de 2016.