Carrusel / Heredades / No. 223

No se vale repetir




Antes que otra cosa, Manuel Felguérez (Valparaíso, 1928-Ciudad de México, 2020) era un gran cuentacuentos. Siempre con una sonrisa, las historias que fluían ágiles en su mente lo convertían en un narrador único. Quizás era su espíritu scout o su sangre ligera, las aventuras que recordaba sonaban lógicas y fáciles, como si toda su vida fuera producto de la suerte y de haber aprovechado la cresta de la ola. Y así fue en realidad.

Pero sería injusto reducir su vida a una cadena de eventos afortunados que lo llevaron a ser uno de los más grandes artistas contemporáneos de México. A su suerte la acompañaban una inteligencia peculiar y una inconformidad por la quietud que le llegaba hasta los huesos. Que su obra se perciba provocativa, al margen de lo establecido y abstracta, coincide con su intuición y honestidad por hacer lo que el arte buscaba ser y aportar en un momento de cambio en la escena artística mundial, los años finales de los sesenta.

Varios de sus proyectos, ésos que —parece— surgieron durante una plática de amigos o como una puntada juvenil, dejan entrever al protagonista de momentos clave para el desarrollo del arte abstracto en el país. Acaso los primeros que vengan a la mente sean sus grandes murales, como Canto al océano (1963), que se instaló en el balneario Deportivo Bahía en la Ciudad de México. Contaba Felguérez que, como no tenía mucho dinero para la producción y le parecía atractiva la idea de hacer grandes murales públicos para que más gente tuviera acceso a su obra, decidió ir a la Merced a recolectar conchas de ostión y abulón para armar la obra de 100 metros de largo. El material pobre le permitía hacer grandes formatos a bajo costo y, a la vez, experimentar con texturas y objetos ajenos al arte tradicional. Similar es el caso del Mural de hierro, hecho con chatarra, fierros y alambres para el vestíbulo del Cine Diana en 1961, que mide casi 30 metros de largo y crea un volumen texturizado a partir de material de desecho, atípico para la estética nacionalista de la época y del arte en general.

Otro capítulo referente de su obra es el proyecto Máquina estética. Alrededor de 1973, cuando las computadoras todavía eran un bicho raro y accesible para muy pocos, Felguérez se aventuró a proponer que la máquina podía ser un agente creativo si un artista como él la alimentara con códigos de formas, colores y diferentes cálculos para generar una obra. El resultado, como es de suponer, fue completamente exitoso, tanto que lo hizo acreedor de la beca Guggenheim y pudo ir a la Universidad de Harvard a desarrollar el proyecto de manera más profunda y con mejores recursos.

Sin embargo, al poco tiempo y tras una gran producción de obras hechas por computadora, Felguérez puso un alto a esta técnica. Así lo recuerda en la entrevista realizada a finales del 2019 por Pilar García, curadora de la exposición Manuel Felguérez. Trayectorias en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo: “Pensé que si seguía en lo mismo, iba a convertirme en un gran técnico en computación, pero a mí lo que me gustaba era ensuciarme las manos y el aguarrás. Sobre todo, la aventura que significa hacer un cuadro o una escultura: empiezas en blanco, sabes dónde empiezas, pero no dónde vas a acabar. Es una aventura; eso me hizo falta con la computadora”.1

Si bien el rechazo al nacionalismo imperaba en su trabajo y en el de varios artistas a finales de los sesenta y principios de los setenta, el impulso experimental y de creación constante fue lo que marcó su quehacer artístico. En varias ocasiones Felguérez repitió que un artista se vuelve su propio artesano si se repite a sí mismo, y que eso no se valía. Con esta premisa dejaba claro que su enemigo era el aburrimiento y el lugar común, y que la solución para ello era una reinvención permanente de sus propias prácticas y límites artísticos.




Seis décadas después, al estar frente a los lienzos que hizo poco antes de morir, se reafirma esta convicción. Manuel Felguérez creía en el concepto de estilo no como una encrucijada o terreno conocido en el cual moverse, sino como una experimentación dialéctica que, aunque se renueva y confronta a sí misma constantemente, nunca se aleja de su esencia primaria. Por eso su trabajo es tan identificable y a la vez tan ajeno. En cuanto reconocemos su mano, formas y composiciones, frente a nuestros ojos se cae esa ilusión de “lo conocido” y nos enfrentamos a la familiar innovación creativa que no deja de sorprender.

En sus últimos años de trabajo, el zacatecano regresó a los grandes formatos. Su técnica cambió también; colocó la tela horizontalmente, y a modo de dripping fue constuyendo la composición plástica. Sus gestos libres y audaces dejaron a un lado al artista de 91 años de edad para darle oportunidad al aventurero de siempre en su exploración abstracta.

A su vez, Felguérez evidencia su gran entendimiento del espacio en esta última época. Algunos de estos lienzos incluyen una pieza escultórica que, más que ajena al lienzo, habita la pintura y le da un volumen distinto al plano del cuadro tradicional.

 



Para él, el discurso se mantiene vigente: el arte debe ser estético y sin ideología ni nacionalismos. Por eso la abstracción satisface su impulso creativo. Ejemplo de ello es su mural Agenda 2030, que México regaló a la ONU para sus oficinas centrales en Nueva York. La tela de más de cinco metros de largo remata el pasillo de banderas que lleva al Salón Plenario de la Asamblea General. Sin duda un lugar privilegiado y a la vez pertinente para recibir una obra como ésta. Agenda 2030 conjunta muchas de las características esenciales de Felguérez: su generosidad, su incansable creatividad, su fascinante entendimiento del espacio y del volumen, y su audacia para entender al arte como alimento espiritual.

Al ver sus últimas obras (exhibidas en la muestra Trayectorias en el MUAC originalmente del 7 diciembre de 2019 al 18 de octubre de 2020) en contraste con el resto aquí mencionado —y con las muchas otras etapas no incluidas— pareciera que la suerte y el trabajo que marcaron su vida y su producción artística eran, en realidad, la anécdota de un plan mayor para dejar un cuerpo de obra redondo. En él, las autorreferencias son inmediatamente reconocibles y al mismo tiempo nos sorprenden una y otra vez por su frescura, por la propuesta incansable e irrepetible de quien perfiló y concretó la abstracción en nuestro país.






1 García, Pilar, “La pulsión de crear: una conversación”, en Manuel Felguérez. Trayectorias, MUAC/UNAM, Ciudad de México, 2019, p. 10-35.