Carrusel / Heredades / No. 218

Si no hay poesía, que haya madrazos

Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas 
Ángel Ortuño
Universidad de Guanajuato
México, 2018, 96 pp.



30%La caza del coyote en pos del correcaminos de caricatura, meteoritos pensantes que caen hacia nuestra atmósfera, títulos que ya son parte del poema —a veces como alocuciones breves o como versículos—. Consignas para este episodio en la historia de la poesía que es el Antropoceno. Cosas que no son poemas, las nombra Ángel Ortuño. ¿Será sólo por el talante cómico y antisolemne de este casi centenar de artefactos (pues Ortuño no se está haciendo el chistoso ni usa la risa para someter como otros guasones) que su autor deba ampararse bajo la rúbrica de la no-poesía? Como para qué, si hay instantes de belleza, de introspección, elementos decorativos, fábulas y hasta algunas lecciones por aprender. Basten para ejemplificar algunos de los títulos de los no-poemas, semejantes a los remates de un chiste sólo que puestos a la cabeza: "La decisión consciente de tratar a alguien más como un objeto inanimado", "¡Cómo que se murió, si me debía!", "Rusas desesperadas buscan mexicanos", "Sí, amiguita, amiguito: publicar te convierte en poeta", "¿Podemos, señor Ángel, esperar su pago en el transcurso del día de mañana?".

Si a algo tienen que acercarse estos poemas es a una lírica de la poesía como espacio lúdico. Quizá porque a lo largo de Gas lacrimógeno se olisquea y se pone en cueros a la poesía: "¿Me va a decir ahora —dijo mi acusadora— / que se cree el cuento aquel de que el autor/ y el yo lírico son como los átomos/ antes de la era atómica?" ("El mágico mundo del color"). O también: "Una langosta sabrosa/ como un sol./ Un payaso triste/ como un sol./ Un sol arriba de los dos sin nada/ a qué parecerse" ("Una democracia radiante como un sol").

Hay enseñanzas sobre esa entidad decepcionante que es la poesía, su institución y su majestad, contra su afán por remover entrañas y provocar lloros y loas; todo ello puesto en ridículo sólo para darle brillo a una de sus mejores armas: la revelación al unir lo que estaba separado.

Este procedimiento va de la mano de una cornucopia de elementos, por así llamar a sus temas, propios de nuestra era digital, posmoderna, pospoética, de amor líquido, de hipermediaciones o cualquier otro término desechable para hablar del presente. Como fuere, Ortuño hace surgir una plétora de objetos para las naturalezas muertas de esta época: glitches, licenciaturas en escritura creativa, el merodeo por el apocalipsis, viajes y sucesos con extraterrestres, chicks with dicks, las mascotas de las cajas de cereal, perros muertos cubiertos de cal, ciudades que tienen el privilegio de ser arrasadas por Godzilla, las pésimas traducciones de los títulos de las películas al español, el "se ha producido un error" de tantas aplicaciones atragantadas, teorías de la conspiración y de reptilianos, cámaras infrarrojas y drones, las entregas a domicilio con urgencia prime. En vez de una invitación a la poesía, una invitación para repartir likes en Facebook con sus advertencias de imágenes que podrían contener "una persona de pie o sentada, vestida con ropa interior" ("Personas que quizá conozcas").

Ese inventario de nuestro tiempo es, a pesar de todo, el síntoma de una confianza escéptica hacia los poderes del lenguaje: "Con las palabras puedes decir que faltan/ 15 kilómetros/ para llegar a un sitio./ También puedes gritar ojalá/ que te mueras/ despacito./ O escribir/ me hackearon/ ja ja ja ja.// Yo quiero que tú vivas para siempre" ("Triunfe en la vida"). O por poner otro ejemplo: "Yo me alegro, gordito,/ que no seas/ lo que pienso./ Namasté." ("Me invitaron a decir que me gusta un estudio de yoga").

Pero siempre esa confianza hace contrapeso al misticismo que quiere que las palabras impresas sobre el blanco de la página tengan algo de eclesiástico:

La palabra
misterio
proviene de un verbo griego que significa
cerrar
la boca.

("Poesía mística")

El hilo conductor es una burla constante a la poesía, a sus usuarios (nunca mejor dicho como ahora, en este tiempo de sesiones abiertas y cerradas), a sus lectores y a quienes tienen fe en ella, como se le tiene a la lógica de la economía capitalista o a la Iglesia: "Este poema/ está lleno de referencias sutiles que sólo son/ obvias/ para la gente maleducada que cree/ estarse luciendo/ al cantarlas como si fueran cartas de lotería" ("Tenga mucho cuidado"). Una burla también a aquellos que no le han quitado el polvo a esa vieja efigie: "La/ belleza/ de/ la/ poesía/ muestra/ cansancio, líneas/ de expresión, arruguitas/ en su sonrisa de cougar" ("Pésimos generales dirigiendo a soldados novatos con tácticas del siglo XIX frente a armamento del siglo XXI").

Aunque la burla apunte a la poesía como una musa demacrada, el tiro por la culata se lo llevan sus autores —pues siempre se habla de un ellos masculino ("El plomo sí nos agrada para referirnos al poeta, por supuesto")—, el poeta pordiosero que confunde el círculo amarillo del sol con una mancha de orina, aquel que nadie conoce y cuyos arreglos métricos son los pensamientos de otros, ese ser que apenas si puede comprar cigarros y pagar el internet desde donde ve un mundo que, sin esa diosa de cutis exfoliado, luce pagano nuevamente.

Y sin embargo, la poesía se mueve y diosito todavía anda por ahí, aunque más relajado, sin la presión de tener que crear mundos, preocupación que le ha trasladado a sus hijos poetas. Un dios que tampoco necesita solucionar nuestras necesidades de significado ya que tenemos a Google o a la mano invisible del mercado o al ministro de turno: "Pero solo diosito hacía milagros.// Y perdió la costumbre" ("No tengo miedo").

Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas es un libro que, con todos los vacíos y horrores que circunda, nos da un mensaje positivo, una simulación de esperanza: no tengáis miedo ni de la poesía, ni de jugar con ella, ni de su abandono, ni de que no tenga nada que decirnos. Es más, no tengáis miedo de las cosas que no son poemas aunque se les parezcan.

¿Acaso la mejor respuesta a ese miedo son las risas, el nihilismo y la cobardía de no tomarse nada en serio? Como suele pasar, al final sólo quedan los instantes, asuntos recordados de manera imperfecta pero sucinta. Si eso no importa, entonces no sé qué más pueda ofrecernos este juego colorido y yermo de desolación.