Concurso 50 / No. 218

Migritud (fragmento), de Shailja Patel
Traducción Literaria: Primer premio






Parte 1: Nairobi, Kenia
1972-1989


Raat thodi ne vesh jaja.
La noche es corta y nuestros vestidos cambian.

Proverbio guyaratí


1. ADI AMIN

En 1972, Idi Amin, dictador militar de Uganda, expulsó del país a toda la población asiática.

Nací y crecí en Kenia. El país que colinda con Uganda.

Tercera generación de africanos orientales asiáticos.

Raat thodi ne vesh jaja, el proverbio con el que crecí. La noche es corta y nuestros vestidos cambian.

Significado: no eches raíces. No te pongas tan cómodo. Para el amanecer, puede que estemos en marcha, obligados a reinventarnos para sobrevivir. Invierte sólo en lo que podamos llevar con nosotros. Pasaportes. Educación. Joyas.

En tiempos antiguos, dice mi madre, no había bancos, así que se invertía en joyas. Los ahorros de las familias eran los ornamentos de oro, los costosos saris de las mujeres. Era lo más seguro y, mira, las mantuvo a salvo. Las mujeres eran respetadas, porque vestían y resguardaban la riqueza familiar.

Crecí con historias sobre los últimos trenes que salían de Uganda. Cargados de asiáticos traumatizados quienes habían sido despojados de todo lo que poseían. Los mayores susurraban: Les quitaron a las mujeres incluso los anillos de boda, los aretes. Rebuscaron en sus cabellos.

Imagen que obsesionó mi infancia: un hombre en la plataforma ferroviaria de Nairobi sujetando a su hijo pequeño y llorando. Gritó, con la boca muy abierta. Los soldados habían subido al tren a las afueras de Kampala, habían arrastrado a su mujer mientras él miraba. Demasiado aterrorizado por tener al niño en su regazo como para resistir. El vagón se llenó de gente muda, paralizada. Lloró porque ya no quedaba nada por lo que contener las lágrimas. Sin dignidad. Sin hombría. Sin esperanza.

Sus joyas no la protegieron.

Documentos secretos, desclasificados en 2001, muestran que Reino Unido, Israel y Estados Unidos instigaron y respaldaron el golpe militar de Idi Amin, el cual derrocó al gobierno democráticamente electo de Uganda. Lo que siguió fueron ocho años de terror que devastaron al país y dejaron cientos de miles de muertos. Los documentos del Ministerio Británico de Relaciones Exteriores describen a Idi Amin como un hombre con el que podemos hacer negocios.


2. LAS JOYAS
[La voz de Madre]

En el 72, cuando Amin sacó a los asiáticos de Uganda, cuando Shailja aún caminaba pa-pa-pugli, Naree y yo viajamos en invierno a Inglaterra con todas las joyas valiosas de mi ajuar para ponerlas a salvo en Midland Bank para las hijas.

Llevamos a través de aduana y migración las joyas escondidas en nuestros abrigos. Gracias a dios no nos detuvieron en ningún aeropuerto. En el aeropuerto de Nairobi, simplemente nos las habrían quitado. En Heathrow, nos habrían hecho pagar impuestos.

Hacía tanto frío, no podrías imaginártelo. Fuimos a todos lados en autobús y metro, llevando con nosotros las joyas. Su padre puso algunas en su bolsillo interior. Yo guardé el resto en mi bolsa y la ponía enfrente de mí, así, para que nadie me la arrebatara.

No descansamos ni un segundo hasta que estuvimos en la bóveda del banco. Colocamos la joyería en la caja fuerte, y enlisté todo. Revisé la lista dos veces. Pusimos la llave, la que ellos resguardan ahí, en un sobre, lo sellaron y nos hicieron firmar encima del sello, a ambos, para que nadie más pudiera abrirlo. Entonces sentimos que nos habían quitado un peso de encima y que podíamos respirar. Estábamos muy aliviados. Su padre dijo:

Aaaah. Vayamos a tomar una taza de té caliente.

Fuimos a un restaurante. Naree y yo y mi hermano Vinod, y tomamos el té. Nos lo sirvieron frío. Ya sabes, los ingleses le ponen leche fría a su té. Pero por esta ocasión no nos importó. No puedes imaginarte cuán asustados nos sentimos cuando llegaron los trenes de Uganda con los asiáticos llorando, rogando por leche para sus hijos. Fueron expulsados literalmente sin nada.

De camino a casa, mientras esperábamos en la plataforma del ferrocarril, comencé a llorar. Mis joyas se habían ido. Jamás las volvería a usar. Incluso las piezas más pequeñas, las que me encantaba ponerles a ustedes, niños; todos decían qué bonitos se ven. Todas bajo llave en esa oscura bóveda.

Anoté los detalles de cada juego. Juego de oro pesado: collar, aretes, cuatro brazaletes, anillo con una inserción de diamantes. Juego verde: collar, aretes, pulsera, nathni. En guyaratí, para que las dhorias y karias no pudieran leerlo. Escribí la lista dos veces. Puse una en la caja fuerte y la otra la guardé yo. Llevaba la lista en mi bolso conmigo a todos los sitios a los que fui en Reino Unido, nunca solté mi bolso ni por un segundo. Procuré enseñarles esto a mis hijas: nunca pierdas tu bolso de vista.

[La voz de Shailja, exasperada]: Mamá, no seas tan paranoica. ¡Estamos en una casa! Nadie te va a robar tu bolso.

¡Ja! Qué saben ellos. La gente puede ser ruin y malvada. Mis hijas nunca han conocido la verdadera adversidad; creen que todo puede reemplazarse. No saben cómo cuidar las cosas.

Cada vez que viajé a Reino Unido —era mi destino hacer siempre viajes en invierno, aunque odiara viajar en esa temporada— fui a revisar la caja de seguridad. En el 77, cuando mi padre estaba enfermo en Londres, me llevé a las tres hijas conmigo. ¿Te imaginas hacer un viaje de Kenia a Inglaterra con tres niñas? Shruti tenía nueve. Se quedó en casa de mis padres en Londres con Sneha, quien apenas tenía tres. Shailja me acompañó a todos lados. Cada vez que acudí al banco, saqué mi lista de mi bolso y revisé cada pieza. Incluso si es un banco, debes estar al pendiente. Y añadí nuevas: las joyas de mi madre que recibí cuando murió.

Cuando enviamos a Shruti a Reino Unido, le dije:

Primero y antes que nada, asegúrate de que tu tío haya pagado la cuota anual de la caja fuerte.


3. LECCIÓN DE HISTORIA

Menos de 20 años antes de que yo naciera, había un gulag en mi país. No lo supe hasta 2006.

Ésta es la historia que aprendí en la escuela (de tercer a quinto grado, Escuela Primaria Hospital Hill, Nairobi):

El primer hombre y la primera mujer fueron Gikuyu y Mumbi. Procrearon a los nueve clanes de Kikuyu. El Mugwe fue el líder que abrió las aguas, mucho antes que Moisés, y guió a su gente hacia la libertad. Koitalel arap Samoei predijo la llegada del hombre blanco y el ferrocarril (una larga serpiente escupiendo fuego). Dirigió a la gente Nandi en contra de los primeros invasores británicos. Waiyaki wa Hinga, el más importante de los jefes, acudió desarmado a una reunión supuestamente amistosa con el oficial británico Purkiss… ¡Lo asesinaron!

Garabateábamos “Purkiss-Cara de puerco” en los márgenes de nuestros libros de texto. Nos encendíamos con la honesta indignación de los nueve años.

Cantábamos sobre el levantamiento de Maji Maji en Tanzania al ritmo de “Rivers of Babylon” de Boney M.:

Por los ríos de Rufiji
hasta la meseta de Mahenge.
Hey hey ¡ganaremos
cuando echemos a los alemanes!
¡Maji Maji!
¡Esparce maíz, mijo y agua!
¡Protégenos de las armas alemanas!
¡Estamos luchando por la independencia
de nuestras hijas e hijos!
¡Maji Maji!

Maji Maji. Allí los africanos fueron a la batalla contra el ejército alemán armados con lanzas, arcos y flechas. Creían que un mágico brebaje de maíz, mijo y agua los protegería de las balas. Fueron masacrados.

Cantábamos sobre Shaka el rey Zulu al ritmo de “My Favorite Things”:

Shaka el Zulu, fue un gran líder
Luchó con sus impis con escudos de dos metros
Puñales cortos usaban sus hombres para pelear
Así fue que su ejército ganó todas sus fuerzas

Ésta es la historia que no aprendimos:

De 1952 a 1960, la gente de Kenia montó una feroz lucha de guerrillas, el levantamiento Mau Mau, para reclamar sus tierras y libertad a los británicos. Éstos encarcelaron, torturaron y asesinaron a aproximadamente 25 000 kenianos. Hombres, mujeres y niños. Más de un millón de kenianos fueron retenidos por más de ocho años en campos de concentración: aldeas rodeadas de alambre de púas donde el trabajo forzado, la hambruna y la muerte eran rutina.

Ésta es la historia que leímos en la escuela:

El discurso del presidente Jomo Kenyatta, diez meses después de la independencia de Kenia:

Que éste sea el día en el cual todos nos comprometimos a borrar de nuestras mentes todos los odios y dificultades de estos años que ahora pertenecen a la historia. Acordemos que no hablaremos del pasado. En cambio, unámonos, en todas nuestras acciones y declaraciones, preocupados por la reconstrucción de nuestro país y la vitalidad del futuro de Kenia.

Ésta es la historia que no leímos:

Testimonios orales de mujeres que sobrevivieron a los campos:

Los oficiales blancos no tenían vergüenza. Violaban mujeres a la vista de todos. Las colgaban del cabello. Las metían en sacos, las empapaban de queroseno y les prendían fuego.

Nos quemaban con colillas de cigarros. Nos obligaban a caminar sobre las brasas. Echaban pimienta de cayena y agua en nuestras vaginas. Gasolina y agua en nuestras vaginas. Nos introducían a la fuerza una botella empujándola con sus botas.

Te forzaban a trabajar incluso si tus hijos estaban enfermos. Si tenías un niño enfermo, lo amarrabas a tu espalda mientras trabajabas. Los guardias te golpeaban si parabas para atenderlo. Al final, tomabas a tu hijo para revisarlo y descubrías que estaba muerto. Empezabas a gritar de conmoción y angustia. Los guardias entonces ordenaban a las demás ir y ayudarte a enterrarlo.

Cada mañana cuando las barracas se abrían, los guardias preguntaban:

¿Cuántos niños han muerto?

Los ataban en paquetes de seis bebés. A cada una de nosotras nos ordenaban tomar un paquete y enterrarlo junto al resto de los cuerpos en las tumbas.

En abril de 1956, el Sunday Post realizó una entrevista a Katherine Warren-Gash, la oficial a cargo del campo de mujeres Kamiti. Dijo:

¡La confesión y la “rehabilitación” de mujeres en el campo ha probado ser mejor que un curso de tratamiento de belleza! Las mujeres llegan siendo hoscas, amargadas, desagradables, simplemente feas. Pero después de la confesión y la rehabilitación, muchas de ellas se vuelven de verdad bonitas.

Aprendimos en la escuela que habíamos logrado la independencia de manera pacífica.

Sin derramamiento de sangre.

¡Éramos el modelo que el resto de África debía admirar! Una nación feliz y multirracial donde blancos, asiáticos y africanos vivían en armonía.

En la guerra de independencia de Kenia, murieron menos de 100 blancos y más de 25 000 africanos. La mitad de los africanos que murieron eran niños menores de diez años.

60 000 pobladores blancos vivían en Kenia al momento de la independencia en 1963. Al nuevo gobierno keniano se le obligó a endeudarse por 12.5 millones de libras con su antiguo amo colonial, el gobierno británico. Para comprar de vuelta las tierras robadas de los colonos que desearan marcharse.