Concurso 50 / No. 218

Los estrechos caminos
Crónica: Segundo premio






1.

Mediante señales un hombre joven les indica que se detengan y se orillen en la carretera. Ésta es la quinta vez que los paran, pero ahora se trata de las autodefensas. La camioneta va a vuelta de rueda, por la ventana se puede observar cómo se extiende sobre el camino una hilera de llantas deterioradas y cortadas en tiras para formar así topes; en los costados de la vía, y con cierto esfuerzo imaginativo, se distinguen algunas estructuras que funcionan como casas de campaña.

Mientras siguen las indicaciones, un grupo de muchachos con los rostros tapados con paliacates blancos se acerca y apunta con sus cuernos de chivo a la camioneta. Quieren evitar cualquier escape de posibles sospechosos.

La corpulencia de uno de los maestros se impone por escasos segundos ante los jóvenes, quienes trastabillan un poco al dirigirse a la camioneta con sus grandes armas; no obstante, a tráves de un diálogo de miradas y señas retoman su autoridad en el sitio y continúan con su cometido. Desde hace tiempo se les ha sustraído la condolencia, pues parece que perciben inmediatamente —como si fuera un instinto— la tenuidad y el desasosiego en la mirada de los docentes. Su adiestramiento ha sido eficaz.

Después de un extenso interrogatorio los dejan ir. Son profesores, se dirigen a una comunidad situada en la sierra, dicen entre ellos. Mientras avanzan, un hombre que está sentado en una silla les grita:

—¡Tengan cuidado con los pinches narcos, son unos cabrones y se los pueden chingar!

Aceleran y después de unos minutos se puede ver un letrero: Bienvenidos a Coalcomán “Tierra de Bellas Mujeres y Hombres Ilustres”. El ambiente es hostil y el calor abrumador, así que la felicidad de estar cerca del destino les dura poco. Falta subir la sierra: dos horas de camino los aguardan.

Barranca Seca es un ejido que alberga aproximadamente 250 personas. La mayoría no tiene los estudios básicos, y otros más son analfabetas. No existe un camino trazado para llegar a la comunidad, ha sido la misma gente quien ha intentado crear uno. Tarea fallida, pues en épocas de lluvia todo se encharca y el lodo hace imposible transitar. El camino es angosto y peligroso, un mal control de la camioneta podría costar la vida a los maestros. En cada curva se puede observar un despeñadero. De manera que el viaje, además de ser cansado, se vuelve difícil. El colguije de una rana que está en el retrovisor se mueve de un lado a otro, confirmando lo estropeado del camino.

Finalmente han llegado. A diferencia de Coalcomán, Barranca Seca —la comunidad ejidal— tiene un clima fresco y en las noches frío. Es verano, pero la lluvia no ha tocado aún el suelo de esta gente.

Mientras avanzan rumbo a la cabaña que tendrán asignada como su hogar, un grupo de niños y jóvenes corre al lado del vehículo: risas, saludos y emoción alegran a los profesores. Ellos saludan y devuelven la sonrisa. Las muestras de afecto no son en vano: el último profesor que tuvieron los jóvenes fue hace cinco meses, sólo se presentó tres días a clases y después fue enterrado en el recuerdo.

Cuando se le pregunta a la gente del lugar cómo llegó a establecerse en esta parte lejana y de difícil acceso, algunos —la mayoría— responden que no saben, que desde que tienen memoria aquí les tocó vivir; otros responden que se debe al aserradero:

—Acá hay chamba, y pese a todo no nos complicamos la vida como en una ciudad.

Sin embargo, una hipótesis sugiere que más allá de tratarse de una mera casualidad su origen tiene que ver con la causalidad. Desde la Colonia hasta la Independencia, la región de Coalcomán fue un centro acerero importante debido a la minería. Barranca Seca es maderera e igual que otras comunidades aledañas, como San José de la Montaña y Varaloso, fue un sitio establecido de explotación de madera para alimentar las minas, que con el tiempo pasó a ser explotado por ricos talamontes e incluso por extranjeros. Posteriormente, con Cárdenas, estas comunidades se convirtieron en ejidos cuya explotación de madera es ahora para beneficio de la comunidad.

2.

Del otro lado de la comunidad, a espaldas de la escuela secundaria, hay un camino que lleva a un vasto territorio de pinos. Si se camina hacia mano derecha se llegará al aserradero después de unos minutos, y si se sigue más allá el caminante entrará en trance frente a un bosque de belleza única.

Un venado deambula entre las hierbas. Da pasos saltando un poco y de vez en cuando se para a beber agua del pequeño arroyo que divide el camino. Suena un disparo y el venado cae en seco. Sus ojos no se cierran, y su mirada queda perdida entre los pinos y un par de botas que se acercan a él caminando.

Al día siguiente, los maestros son invitados a desayunar a una de las casas de la comunidad. El señor Bernal les ha mandado el recado de que los espera temprano, pues la carne de venado se oscurece y sabe mejor si se come fresca.

En la casa de don Bernal se desayuna a las ocho de la mañana. Su hogar está hecho de madera que él mismo taló; el espacio es modesto y acogedor. La señora Lupita les da la bienvenida, y como una persona que está a punto de demostrar sus habilidades, acerca platos con carne de venado, salsa de molcajete, tortillas hechas a mano y un plato de flor de quiote guisado con jitomate, cebolla y chile verde. El quiote sabe raro y su textura parece bagazo de caña. En tiempos difíciles es una opción alimentaria. Se toma del maguey y se corta. No se da cerca de la comunidad, pero el hambre es intensa y en ocasiones se toman medidas necesarias para tener el bocado del día.

—Qué bien nos cayó este venadito. De no haber sido porque ayer salí del aserradero y lo vi, hoy nos habría tocado comer frijoles y quiote —dice don Bernal con una sonrisa en el rostro mientras espera la respuesta de los invitados.

Dentro de unas horas Barranca Seca tendrá fiesta, pero antes se juegan partidos de voleibol. Jóvenes, hombres que vienen del aserradero y amas de casa se organizan para los juegos. Tienen una condición física excelente.

La mayoría son delgados y de complexión atlética. Los profesores se integran al juego. Se crea una atmósfera bélica en la cancha: se juega a todo. El balón es golpeado y gira por los aires. La técnica es imprescindible: dos toques y el remate, mientras más duro mejor. Todos juegan con gran habilidad. Corren, reciben y golpean el balón. Hay risas y burlas ante quienes “la riegan”. Se juegan dos sets de 21 puntos cada uno, en caso de empatar se juega un tercero de 15 puntos. Es el último juego y el remate decisivo de una muchacha lo concluye. Todos gritan, están sudados, se dan la mano. Algunos se quedan platicando mientras beben cerveza, otros se despiden, hay que arreglarse para la fiesta y el baile de esta noche.

A lo lejos un joven se acerca con paso apresurado ha-cia la tienda que está enfrente de la cancha. Las miradas inquisidoras de los presentes le devoran el cuerpo, y mediante un brusco movimiento un hombre armado lo aborda antes de su llegada al destino. El imberbe queda estupefacto ante la imponente arma. Un maestro levanta la mano y con pantomima explica que es su familiar. El hombre sonríe, le da una palmada al muchacho en la espalda: ya no le es ajeno, puede bajar la guardia.

3.

La fiesta tiene su significado. José Arturo Fernández García es estudiante del Tecnológico de Colima. Hace unos días fue su graduación, es el primero de su familia y de la comunidad en obtener un título universitario. La familia está orgullosa y lo celebra con una fiesta en grande.

Enfrente de la cabaña de los maestros se ve caminar a tres muchachos, entre sus manos llevan unas Uzis, sonríen y saludan mientras caminan rápidamente. A pesar de ser altos y fornidos, sus rostros delatan inocencia y ternura. Antes eran estudiantes del telebachillerato, pero desde hace cinco meses el director renunció debido a que “sólo había 23 alumnos en la institución”. Desde entonces el lugar permanece cerrado, todo el material audiovisual fue robado.

Orientados por los maestros de la telesecundaria, alumnos y padres de familia, en un intento por solucionar el problema, gestionaron ante la Dirección de Telebachillerato la reapertura del recinto mediante la asignación de otros docentes. La respuesta ante la demanda fue negativa: “se prescinde que los alumnos acudan a la cabecera municipal, debido a que la estadística aclara que faltan siete alumnos y por normativa son necesarios para la reapertura de la institución”, se lee en las últimas líneas del oficio.

Hasta ahora no han enviado más maestros, ya nadie ha protestado. No son indiferentes ante la situación, pero ya no hacen mucho.

Poco a poco comienzan a llegar camionetas del año, son pick-ups en su mayoría. El convite tiene lugar en la cancha de baloncesto, porque en Barranca Seca no hay plaza cívica, como tampoco hay edil. El último encargado del orden fue don Pancho, asesinado hace poco por jugarles chueco a los narcos.

En cuestión de minutos el lugar está repleto de gente. La música estalla mientras se sirve pozole en los platos desechables. La cerveza se vende: 18 pesos la ampolleta.

En la parte de arriba de una pequeña colina, hay un grupo de hombres armados. La mayoría son jóvenes y miembros de la comunidad. Observan y se encargan de la tranquilidad del lugar. Si llega la Marina o las autodefensas, están ordenados a disparar.

Hasta hace ocho años, la comunidad no contaba con servicio de alumbrado público. Hoy las luces son imprescindibles. El baile continúa, la familia del joven festejado saluda y brinda con los amigos. De pronto cortan la música, un individuo sale de entre la gente con un micrófono, se disculpa por el silencio, pero anuncia que lo que viene será mejor. Inesperadamente sube al escenario improvisado un hombre joven, alto y delgado, cuya palidez contrasta con la camisa de cuadros que trae. Viste de mezclilla y botas, es apodado El Aguilillo y desde hace años es cantante de narcocorridos. El individuo del micrófono lo presenta como si estuviera anunciando a un luchador en el cuadrilátero. La gente comienza a gritar y aplaudir. Se escuchan peticiones de canciones, las muchachas le mandan besos y El Aguilillo responde con más besos y rosas que avienta hacia el público extasiado.

Arriba los caballeros, los Caballeros Templarios, esto no es como una gripa, Calderón se ha equivocado, si nos tumban cinco o quince hay cincuenta preparados —entona con una sonrisa El Aguilillo y genera euforia entre la gente. El boato distorsiona un poco al cantante, pero se distingue el coreo de la letra por parte del público.

Dos jóvenes se acercan a una de las mesas en donde está una muchacha de tez morena, cabello ondulado y ojos estremecedores, y —con ademanes de extrema reverencia— saludan mientras ponen sobre la mesa una botella de coñac, hielos y refrescos.

—Cortesía de la casa —dicen, y se retiran.

Al poco rato la joven se encuentra platicando con uno de los líderes de los gatilleros; en cuestión de minutos ambos desaparecen sin ser advertidos por los demás.

Después de la medianoche se escuchan balazos. Pero “no es para alarmarse, sólo se les ha subido el alcohol a los gatilleros y están jugando”, dice la gente mientras vuelve al baile.

La noche consume a Barranca Seca, poco a poco el pueblo comienza a retirarse. El Aguilillo se despide, baja del escenario y su grupo de escoltas lo cubre.

Son las cuatro de la mañana y el lugar ha quedado casi vacío. Latas de cerveza, botellas de charanda y mezcal estrelladas en el piso, así como una cantidad escandalosa de platos y vasos desechables, inundan el suelo. Los narcotraficantes continúan bebiendo alcohol. Han relajado la defensa, ya es muy tarde.

4.

Por la mañana uno de los alumnos de la escuela secundaria toca la puerta de la cabaña de los maestros insistentemente. En cuanto abren les da la noticia: su padre les manda decir que deben esconder la camioneta en la que llegaron, pues se ha corrido el rumor de que “los pesados” vienen por la sierra. Si ven la camioneta se las van a quitar. Los maestros emprenden la huida, manejan ha-cia una parte alejada de la comunidad y ocultan el vehículo. Lo estacionan atrás de una casa vieja y lo cubren con mantas y hierba.

A diferencia de ayer, por las calles no pasa nadie, se respira un ambiente tenso, es domingo, pero no un domingo familiar. Se teme que haya un tiroteo. Barranca Seca es zona estratégica tanto para los narcotraficantes como para las autodefensas y los soldados e incluso para la Marina. Si se maneja unas cuantas horas por la sierra se puede llegar a la costa michoacana, a Aquila y Lázaro Cárdenas, sin necesidad de pasar por Coalcomán ni Apatzingán ni los demás municipios pertenecientes a la Tierra Caliente michoacana.

Desde sus casas la comunidad observa varias camionetas que van llegando. Nadie las reconoce, pues no son de aquí.

—No son de los nuestros —dicen con temor.

Los hombres bajan y compran cervezas en la tienda, otros más recorren el lugar a manera de patrullaje con sus armas. Están en espera de algo.

La zozobra ha tomado como rehén a esta comunidad que crece a la par que los árboles, a esta gente que ha comprendido la fertilidad del tiempo, pero que ha sido víctima ya de ese mal endémico, de esa sinrazón de nuestro tiempo.

Mañana comienzan las clases, los muchachos cuentan con alguna libreta usada del año pasado y un lápiz o un lapicero. Se espera que estos hombres se vayan pronto; de lo contario, los profesores tomarán la decisión de suspender el primer día de regreso a clases. Nadie sabe qué pasará.