Concurso 50 / No. 218

La guerra y el hombre, de Octave Mirbeau
Traducción Literaria: Segundo premio



Al señor Puvis de Chavannes



Como un hombre mate a otro hombre para tomar su monedero, se le detiene, se le aprisiona, se le condena a muerte y muere de manera ignominiosa, maldecido por la multitud y con la cabeza decapitada en la horrible plataforma. Como un pueblo masacre otro pueblo para robarle sus campos, sus casas, sus riquezas y sus costumbres, se le aclama, los pueblos echan las campanas al vuelo para recibirlo cuando regresa cubierto de sangre y botín, los poetas le cantan en versos embriagados y los músicos le hacen fiesta; hay cortejos de hombres con banderas y fanfarria, cortejos de mujeres jóvenes con ramas de oro y manojos de flores que lo acompañan y lo saludan como si acabara de realizar el trabajo de la vida y el trabajo del amor. A aquellos que más han matado, que más han saqueado y que más han incendiado, se les conceden rimbombantes títulos y gloriosos honores que deben perpetuar sus nombres a través de los años. Se dice ahora y a futuro: "Honrarás a este héroe, pues él solo ha amasado más cadáveres que mil asesinos"; y mientras que el cuerpo del obscuro homicida se pudre decapitado en las tumbas infames, la imagen del que ha matado a 30000 hombres se erige venerada en medio de las plazas públicas, o bien, descansa al abrigo de las catedrales y sobre las tumbas de mármol bendito que guardan los santos y los ángeles. Todo lo que le pertenecía se ha vuelto reliquias sagradas, y se abarrotan los museos de gente al igual que en un peregrinaje para admirar su espada, su arsenal de armas, su cota de malla y el penacho de su casco con el pesar de no poder ver las salpicaduras de la sangre de las matanzas de antaño.

—Pero no quiero matar —dices—, no quiero destruir nada que tenga vida.

¡¿Cómo?! ¿No quieres matar, miserable? ¡Entonces, la ley vendrá a arrancarte de tu hogar, te meterá en un cuartel y te enseñará cómo hay que matar, incendiar y saquear! Y si te resistes a la cruenta labor, te clavará al poste con una docena de balas en el vientre o te dejará pudrirte como carroña en los silos africanos.

La Guerra es una ciega bruta. Se dice: "La ciencia de La Guerra". Esto no es cierto, pues si bien tiene sus escuelas, sus ministerios y sus hombres ilustres, La Guerra no es una ciencia: es un azar. La mayor parte del tiempo la victoria no depende ni del coraje de los soldados ni del genio de los generales, depende de un hombre, de una compañía militar y de un regimiento que grita "¡Adelante!", al igual que la derrota no depende sino de un regimiento, de una compañía y de un solo hombre que, sin razón, habrá gritado "¡Sálvese quien pueda!". ¿En qué se tornan los planes de los estrategas y las combinaciones de los Estados Mayores ante esta fuerza más fuerte que el cañón, más imprevista que el secreto de las tácticas enemigas? ¿En el sobrecogimiento de una muchedumbre, su inestabilidad, su nerviosismo, su entusiasmo súbito o en pánico? La mayoría de las batallas han sido ganadas gracias a errores fortuitos y órdenes no ejecutadas; antes bien, han sido perdidas por una terquedad en la ejecución de planes admirables e infalibles.

Ni el heroísmo ni el genio se encuentran en el fragor de los campos, están en la vida ordinaria. No es nada difícil hacerse horadar el pecho en medio de las balas que llueven y los obuses que estallan. Es difícil vivir bueno y justo en medio del odio, de las injusticias, de las tentaciones, de la desigualdad y de las estupideces humanas. ¡Ay! ¡Cómo un empleadillo que lucha sin falta, a todas horas, para procurar a su familia el escaso alimento de cada día me parece más grande que el más glorioso de los capitanes que no cuenta más las batallas ganadas! ¡Y cómo prefiero contemplar a un campesino que, con el dorso curvado y las manos callosas, empuja el arado en el surco de la tierra nutriz, que ver desfilar a los generales en traje deslumbrante y con el pecho cubierto de cruces! Pues el primero simboliza todos los sacrificios ignotos y todas las virtudes obscuras de la vida fecunda, mientras que los otros no me recuerdan más que las tristezas estériles y los lutos inútiles con los cuales han sembrado la tierra de las patrias vencidas.

¿Para qué el Derecho y para qué la Justicia si La Guerra que gobierna está ahí; La Guerra, negación del Derecho y negación de la Justicia? Hay que tachar estas dos palabras de las lenguas humanas que no las comprenden y arrancar del frontón de las sociedades contemporáneas aquellos emblemas que siempre han mentido.



La Humanidad

No pasarás, maldita canalla. Mira detrás de ti el camino que has recorrido: dondequiera hay noche, desgracia y desolación. Las mieses han sido destruidas, los pueblos incendiados, y en los devastados campos y bosques derribados se pudren pilas de cadáveres sobre las cuales el cuervo se encarniza. Cada paso tuyo está marcado por una fosa en donde duermen para siempre los mejores hijos del hombre; y los granos de arena de las carreteras, las briznas de hierba de las praderas y las hojas de los árboles son menos numerosos que tus víctimas. No pasarás.

La Guerra

Pasaré, vieja chocha, y tus sensiblerías no van a detenerme. Hace falta que toda la tierra se alumbre en mi sol de sangre y que beba, hasta la última gota, el amargo rocío de las lágrimas que hago derramar. Arreciaré contra ella el humeante pecho de mis caballos y la destrozaré bajo las ruedas de mis carruajes. Mientras haya no sólo dos pueblos, sino dos hombres, yo seguiré esgrimiendo mi gladius, soplaré mis trompetas y se matarán los unos a los otros, y mi cuervo se ensebará en las fosas comunes.

La Humanidad

¿Acaso no te cansas de matar siempre, de pisar siempre en el lodo sanguinolento, de andar por entre el lamento y el humo rojo de los cañones? ¿Acaso no puedes, pues, reposar y sonreír? ¿No puedes refrescar por un instante, al aire libre, tus pulmones quemados por la pólvora y tu garganta afectada por los bramidos en los manantiales que cantan bajo las lianas? Mira las tierras que resguardo; son magníficas. La vida hierve en sus arterias, florece en su faz rubicunda de salud; las rodea de prados verdes, de mieses de oro y de pámpanos alegres; y la felicidad y la riqueza se escapan eternamente de las semillas que estallan y brotan. El hombre labra ahí en paz, ahí canta con placidez y se eleva por medio de la oración; todos rezan, aman y trabajan alrededor de él. Suelta tu gladius y coge el arado del que tiran los bueyes, en los buenos surcos, pensativos y resignados. En vez de las fanfarrias de tus trompetas que le sugieren al hombre las embriagueces homicidas, en lugar de los chillidos salvajes que llaman la muerte, escucha durante el día, en la cuesta de las colinas, el sonido de los caramillos, las campanillas de los apriscos y el canturreo de los pastores; escucha, en las grandes planicies que despiertan, la alondra que saluda con sus canciones al trabajo, a la paz y al amor.

La Guerra

¡Tregua a la retórica, vieja tonta! Tu lamento no me interesa en absoluto. Guarda tu cayado, tu piel de borrego y tu virgiliana flauta. Conozco a los hombres y los hombres me conocen. He derribado los tronos y tumbado los altares, y de todos los soberanos caídos y de todos los dioses errantes, sólo yo quedé de pie. Yo soy la divinidad necesaria, implacable, eterna. Yo nací con el mundo y el mundo morirá conmigo.

La Humanidad

Mientes.

La Guerra

¡¿Que miento?! Pues mira a tu alrededor y escucha. ¿Ves a esos hombres encorvados que penan, que pierden el aliento y que mueren aplastados por los mismos trabajos de siempre? ¿Para qué son, pues, esas minas, esas herrerías, esas fábricas y fundiciones burbujeantes si no para mis cañones, mis fusiles y mis obuses? ¿Para quién son esos navíos que recorren los mares y hacen frente a las tempestades; para quién esas praderas en donde mis caballos engordan, esos árboles con los que se tallarán los afustes de mis baterías militares y las camillas de mis ambulancias? ¿Por qué se da oro a los ministros y galones a los generales? ¿Para quién se le arranca de los hogares los brazos jóvenes y los corazones vigorosos? ¿Ves a esos viejos eruditos inclinados sobre cifras, sobre mapas y sobre polvos blancos? ¿Por qué propagan la muerte? Se me levantan más templos que a Dios. Cuenta, pues, los fuertes, los bastiones, los cuarteles, los arsenales y todas esas construcciones aterradoras donde se fabrica el homicidio como baratijas, donde se contornea la destrucción como muebles costosos. Es hacia mí que tienden todos los esfuerzos humanos, es por mí que se apaga el núcleo de todas las patrias. La industria, la ciencia, el arte y la poesía se vuelven mis apasionados cómplices para hacerme más sanguinaria y más monstruosa. Mis trofeos ornan las catedrales, y todos los pueblos de hinojos ante mi imagen han coreado Te Deum y La Marsellesa. ¡Vaya! Hoy sonríe la primavera, la naturaleza se dispone como para una dulce fiesta; los perfumes salen de la tierra rejuvenecida y los más alegres colores centellean en las ramas, engalanando los campos y los bosques. ¿Qué escuchas? ¿Cantos de amor? No: estremecimientos de cólera, tintineos de sables, toques de clarín, ejércitos que marchan, cañones que ruedan y la tierra que tiembla bajo el paso de los caballos y las culatas de los fusiles.

La Humanidad

¡Ah! Fuiste bella algunas veces y algunas veces sublime, lo sé. Eres tú quien hizo la patria y ha liberado los pueblos. Tu cuervo, que se embriaga de la sangre de los héroes, se ha transformado a menudo en gallo que despierta con su canto las independencias embrutecidas y las naciones oprimidas; pero, ¿es por esta causa sagrada que cosecharás hoy de nuevo a los hombres y despertarás luto en la tierra? ¿Vas a devolver a los pobres hindús sus saqueados campos de arroz y sus pagodas destruidas? ¿Les darás la sal de la que se les priva y que necesitan al igual que el aire que respiran? ¿Librarás a esos mártires que agonizan bajo el yugo extranjero, que han visto sus planicies transformadas en mataderos y en campos de tortura y que lloran aún a sus príncipes asesinados en los escalones de sus palacios? Pues bien, yo te bendigo; mas si es para imponerles nuevos amos, si es para que su sangre, sus bienes y su tierra fecunda enriquezcan al ruso como enriquecen al inglés, te maldigo.

La Guerra

Tu bendición me importa tan poco como tu maldición; me río de la una como de la otra. Que yo libere o esclavice me avergüenza realmente poco, y el sentimiento no es para nada obra mía: quiero distraerme, eso es todo, y la ocasión me parece buena. Hace mucho tiempo que no tiño de rojo el Ganges, cuyas aguas cenagosas me repugnan; también quiero darles a los bellos valles del Indo su acostumbrada provisión de cadáveres. Vamos, vieja bruja, hazte a un lado y déjame pasar; mi caballo se impacienta al escuchar tus sandeces y los disparates de tus discursos me dan lástima.

La Humanidad

No pasarás. ¿No ves, ciega criminal, que todo el mundo te maldice y que no hay hombre alguno que no se aleje de ti?

La Guerra

¡En verdad me haces reír! Pero quiero convencerte. Escucha, pues, lo que los hombres van a decirme.

El Campesino

Te saludo, Guerra. Eres dulce y te amo. Mi granero está lleno de trigo; gracias a ti lo venderé más caro. Me beneficiaré de mis caballos y me desharé de mis bueyes. Tú eres mi salvación.

El Banquero

Yo haré préstamos y especularé sobre las malas noticias e igual sobre las buenas. Guerra, yo te saludo.

La Familia

Yo te bendigo, buena Guerra. Mis hermanos y mis primos están en el ejército. No regresarán y mi parte de la herencia será más abundante.

El Tendero

Iba a quebrar hasta que llegaste. En mis tiendas tengo telas en mal estado, paños podridos y pieles acartonadas: ¡seas bienvenida!

Propietario de fábrica

¿Debí haber apagado mis máquinas y dejar que se oxiden mis herramientas? Tú me salvas de la ruina, Guerra protectora. Les daré dote a mis hijas y las haré mujeres de marqueses.

El Artista

Yo moldearé en bronce a tus héroes caídos.

El Poeta

Yo inmortalizaré tus hecatombes en mis versos.

El Burgués

Yo me aburría. Tú ocuparás mis noches de invierno y mis largas horas de ocio. Con los pies calientes, hundido en una mullida butaca, palpitaré por tus relatos y seguiré tu paso a través de los países desconocidos en un mapa pinchado con alfileres y banderitas.

El General

Yo quizá volveré siendo emperador sobre las alas de la victoria, y estaré en deuda contigo por la corona.

El Oficial

Tú bordarás de oro mi quepis; le coserás la hoja del roble.

El Soldado

Tú me quitarás la mochila tan pesada, el capote que me incordia y entorpece y me darás la espada.

El Libertino

Allá hay hermosas mujeres y las tomaré.

El Ladrón

Allá hay bellos palacios y los saquearé.

El Desesperado

Tú me enviarás la muerte y te bendeciré.

La Guerra

¡Pues bien! ¿Escuchaste? ¿Y pretendes meterte siempre en mi camino? Déjame cumplir mi trabajo y reúnete con todas estas honorables personas.

(La Humanidad cubre su rostro y llora en silencio).