Concurso 50 / No. 217

Flores bajo la cama
Poesía: Segundo premio



¿Lo bello puede ser triste? ¿La belleza está ligada a lo perecedero
y, por ende, al duelo? ¿O acaso el objeto bello es el que regresa
incansablemente después de las destrucciones y las guerras para
dar fe de que existe una supervivencia a la muerte, que
la inmortalidad es posible?


JULIA KRISTEVA



Bruno,
la inmortalidad es un tema complicado.
He guardado siete años
                         bajo mi cama
un ramo de flores amarillas.
He guardado
                  siete años.


Aquí, el verano inicia.
Éstos son los sonidos de un día
que comienza a romperse:


I: Naturaleza muerta

He intentado tirar las flores,
pero siempre
ese lento descenso nicomáqueo
a la tristeza;
un archipiélago de pétalos,
y en algún lugar de la inmortalidad,
las complicaciones de pasar tanto tiempo
en la penumbra
amedrentada.

Terminaron las maneras del llanto:
esas formas de insistir en lo breve,
de prolongar los pigmentos
en las muertes estacionales.
Son flores que dicen sin decirlas,
son cosas que me dices al oído,
y es, ya lo sé, el calor,
el hedor de los cuartos,
las estaciones violetas.
Es la precipitación del ocaso
con tus manos de ira y farsa y hiedra
que han cubierto mi cuello
y me ahorcan gustosa, dorada,
saqueando los alientos ámbar
que me quedan, que derramo
en esta muerte junto a las flores
bajo mi cama.

Bruno, nuestra inmortalidad comenzó
con el azotar de las puertas,
con mis manos dromedarias
de paja y espiga
que lavaron mi cabello
una y otra vez, eternamente,
porque el mundo de afuera
dejó de ser interesante.

Me quedo aquí,
                      bajo la cama
con las diligencias de una palabra sobre otra,
como naturaleza muerta
en los lindes del cuarto.

Bruno, regresa a verme en la hojarasca.
Mi vestido nuevo es color ira,
y mi nueva ira es color ceiba.
Me has dicho que las naturalezas muertas
no albergan pretéritos ni guardan estíos dilapidados,
que el capricho sigue vigente
en las ranuras del parquet.

Las flores bajo mi cama no tienen memoria.
Siete veces se han secado.
Siete veces he perdido.


II: A donde van las cosas

Bajo mi cama: ropa sucia/ rubor olvidado/ labial/ calcetines solitarios/
la polvareda/ algunas tardes de junio.

¿Cabes tú ahí?
Mira debajo
y dime qué ves.

Veo lo que fue un ramo;
restos de flores.


III: Lo bello también es triste

El verano está por terminar,
dices, mas no le sostienes la mirada a la tarde.


IV: Refugios

Yo sé que se ha hecho tarde
para salir a vaciar la plaza de luz.
Nosotros también nos hemos ido. Dime
qué tanto necesito entender de desapegos y distancias
cuando la muerte previa de los pétalos
me dé el descenso, como la luz esa tarde,
para saber si así, lejana en la penumbra,
existe para mí la eternidad,
porque este mundo, Bruno,
dejó de interesarme.


La fascinación del ahogado

Ya estoy en la marea.
Estoy confusa, poco resuelta,
lamentando el ahogo que llega tarde
que incita a jugar entre la resistencia y la impericia,
en la extranjería del oleaje
con su intimidad y su distancia.

Ya he derramado mareas bisiestas
sobre mis brazos lastimados
por la urticaria intermitente,
latente que mengua y decae
en el agua de lunas bermejo,
cuando se invierten las razones del tedio
para no aceptar más lluvia,
como la que nunca perdura
entre lo que acaba
y lo que es ya presente;
parecido al palpitar de una lubina encallada
con sus brazos índigo de agua,
que alberga el anhelo de caer y caer
en la corriente, en su contrapunto de ámbar;
la suerte imbécil de estar a medias,
como la fascinación del ahogado
por la afronta de sus brazos
aferrándose al malentendido de las olas.


Si en esa fiesta

Un hálito/ en medio del ruido/ tibio en el lenguaje de los gestos/ cosa
de perderse/ de perderme entre/ luces sobre un aliento/ como la
tonalidad de un balbuceo/ al caer en cuenta de que estamos/ aquí en
esta casa oscura/ figurando suposiciones de la media/ luna bosquejada
en mi vestido/ habla de las cosas del otro/ lado habla/ para que me
quede unas horas más/ sin aire que se vuelve aire/ frío y no sé si llego
a casa/ ya es tarde pero seguimos bailando/ porque septiembre
para mí es verano/ y que no me vaya/ sin duda un verano/ como
regresar y encontrarlo/ aunque no pueda mirar/ te has perdido entre
la gente/ mira: ésta es una mano que encuentra/ otra parvada de luz
artificial/ en los sonidos del pasmo/ la noche interpretada/ y si en esta
noche alguien/ mira hagamos lo que hacen las personas que/ no
terminan de intimidarme/ las luces/ alguien/ dice la guerra/ sigue/ no
se ha ido todavía/ la fiesta en el lodo de nuestros zapatos/ ha manchado
la casa/ con su boca entendimos/ la luz sobre mi/ aliento en alguien/
que intenta no perder a un alguien/ si en esa noche aún/ si en esa casa
oscura un aliento/ si en esa fiesta tú.


Cà Phê Cộng

Después de que degollaron al cerdo
no quedó más que el jugo escarlata
en el concreto.
           Estábamos arriba, en la terraza.
Nuestros cafés fríos en el verano de Hànội.
           Era cuestión de tiempo,
dejar algunos đồngs sobre la mesa
observar la temática de las paredes:
fotografías del Việt Cộng, y reconocer
en el blanco y negro, la misma taza de peltre
en la que tomamos nuestro café con leche
condensada, sentir
que teníamos algo en común con la guerra
y preguntar: how much this mug
para descender, salir a la calle y pensar
que también fuimos parte de esa ofensiva
cuidando no mancharnos los zapatos de sangre.