Concurso 50 / No. 217

Los extremos desconcertantes. Raymond Carver
Ensayo: Primer premio


"La vida de cada hombre es un misterio, como lo es/ la tuya y la mía", escribe Raymond Carver en los primeros dos versos de su poema "Lectura", incluido en Bajo una luz marina.

La vida y obra de Carver han sido ampliamente estudiadas, pero, por fortuna, el misterio persistirá. ¿Quién puede saber lo que pensaba aquel hombre, conocido apenas, mientras leía "¿Qué es lo que quiere?" en un salón multiusos de una universidad en Texas? Quien hubiera estado presente, ese otoño de 1977, habría visto a un hombre flaco, encorvado sobre su texto y claramente nervioso: las manos iban de sus lentes al vaso de agua del cual no dejaba de sorber. Habría oído, emergiendo del silencio de la habitación oscura, la voz gruesa que narraba la historia de Leo y Toni y su auto descapotable. Pero lo que no sabría era que Carver llevaba apenas cinco meses sin beber una gota de alcohol.

Entre octubre de 1976 y enero del siguiente año, Carver es hospitalizado cuatro veces por problemas relacionados con su intenso alcoholismo. En la última ocasión, con el hígado y los riñones al borde del colapso, ingresa a un centro de rehabilitación en Calistoga, California; desde ahí uno podría haber llegado caminando a la casa de Jack London, otro beodo empedernido. Después, ya separado de Maryann, su primera esposa, reduce de forma gradual su consumo de alcohol hasta que el 2 de junio de 1977 bebe su última copa.

Entonces vivió para contarlo. Tess Gallagher, con quien se unió en segundas nupcias en junio de 1988, escribe que sin esa sobriedad nada habría sido posible. Hay un Carver antes y después de 1977, antes y después del alcoholismo. Desde la infancia conoció las dificultades de la pobreza, que incluso llegaron a avergonzarlo. En una ocasión su maestro de tercero de primaria lo llevó a casa en auto, pero él le pidió que lo dejara en la vivienda de al lado, para que el profesor no fuera a ver el retrete que su familia aún usaba en el exterior. Trabajó como recolector de lúpulo, recadero de farmacia, guardia de hospital, repartió programas en un cine. El alcoholismo y las peleas con su esposa lo llevaron a declararse en quiebra en dos ocasiones. Escribió muy poco. En los 20 años previos, diez de los cuales fue un alcohólico, publicó poemas, algunos relatos, una obra de teatro, pero en total vieron la luz sólo cuatro libros. Todo parece apuntar que, de los escritores alcohólicos, Carver perteneció al grupo de los que no producen cuando beben. En la otra parte están los menos, no así los menos grandes: Lowry, Hemingway y Kerouac. El mismo Poe, que bebió probablemente hasta la muerte, consideraba que de la inteligencia surgía la estética y, a la hora de crear, lo hacía dando especial énfasis a la razón.

"¿Quieres morir? Acaso es eso". Carver le escribió esta línea de advertencia a su hija Christine, también alcohólica. Quizá la consciencia de la muerte es parte del misterio sobre el punto en que un hombre decide pasar de un extremo al otro: de la embriaguez a la abstinencia total. Y, entre ambas, un largo camino. Cuando abandonó la bebida, Carver contestó cartas a otros escritores que le pedían su consejo para dejar el alcohol. En una de éstas narra lo difícil que fue retomar su vida. En los primeros seis meses no hizo más que escribir unas cuantas cartas, y tuvieron que pasar más de dos años para poder dedicarse de lleno a la escritura. En ese tiempo incluso llegó a recelar de sus textos, como si hubieran sido ellos los que lo llevaron al borde de la muerte.

Una clara muestra de que Conrad estaba en lo cierto: el creador no puede crear si se encuentra envuelto por lo lúgubre. A Carver le tomó tiempo y esfuerzo volver a enfrentarse a su máquina de escribir, pero poco a poco el cambio se volvió evidente. En lo físico, dejó atrás el abotargamiento y, a juicio de Gallagher, se hizo más guapo; en lo espiritual recuperó su aire juvenil y la estima, se reconoció como "el peor caso de alcoholismo del planeta" para después intentar "armar una vida, tratando de hacer algo que merezca la pena partiendo de casi nada". En lo literario comenzó a tener más éxito. Tal vez por esto llegó a considerar que estos años fueron un regalo. Como si no esperara que pudiera seguir vivo, sobrio, trabajando, amando y siendo amado. En los 11 años que siguieron hasta su muerte en agosto de 1988, publicó 11 libros, colaboró asiduamente en diversas revistas, recibió becas que le permitieron vivir de la escritura, obtuvo múltiples premios. Algunos de sus mejores cuentos surgieron en esta época: "El baño" (1981), "Catedral", que fue incluido en Los mejores relatos norteamericanos de 1982. "Tres rosas amarillas", que narra los últimos días de Chéjov, es considerado en Los mejores relatos norteamericanos de 1988; de manera sugestiva, el libro del mismo nombre es publicado en Londres el 4 de agosto de ese mismo año, mientras Raymond Carver recibía sepultura en el cementerio de Port Angeles, después de batallar durante un año contra un cáncer de pulmón que migró al cerebro.

Para Carver, la literatura más interesante debía tener un poco de autobiografía, o al menos algo que hiciera referencia a la vida del autor: un paisaje, una frase, un momento. Así, una exclamación que Raymond recuerda haber escuchado estando borracho: "¡Ésta es la última navidad que nos destrozas!", se convierte en: "¿Te acuerdas de Acción de Gracias? Aquel día dije que era la última fiesta que nos echarías a perder" en el cuento "Una conversación seria", incluido en De qué hablamos cuando hablamos de amor. El pasado de Carver se plasma en sus textos a través de esos personajes a los que les gusta la pesca, actividad que él mismo disfrutaba y practicó desde niño; hombres que entran y salen de centros de rehabilitación para alcohólicos; mujeres y hombres que se encuentran discutiendo, siendo infieles o en segundos matrimonios. La mujer que se muda en repetidas ocasiones en el cuento "Cajas" es un claro retrato de Ella Carver, la madre del autor; el hombre de "El elefante" representa al propio autor, quien ya abstemio y con solvencia económica, intentó por años mantener a su madre, su exmujer, su hija y hermano. Es éste uno de los relatos en los que mejor expresó un aspecto de su propia vida. Para Harold Bloom, el cuento "Catedral" es una copia malograda de "El ciego" de D. H. Lawrence, y por poco acusa al autor norteamericano de haberse propuesto "inconscientemente olvidar" ese texto. Y sin embargo, ahí están las fotografías del amigo de Gallagher, Jerry Carriveau, ciego, bizco y fumador, frente al cenicero repleto de colillas, y que toma el nombre de Robert en "Catedral": "Pero este ciego en particular fumaba el cigarrillo hasta el filtro y luego encendía otro. Llenó el cenicero y mi mujer lo vació".

No sólo la vida y los personajes de Carver son representados en sus cuentos. También el paisaje. De esta forma se pueden observar los campos, ríos y el estilo de vida en Yakima, ciudad donde vivió durante su adolescencia. En efecto, hay en sus alrededores unas rocas pintadas por los indios, tal cual se describe en "Diles a las mujeres que nos vamos". Durante su infancia en Yakima, Carver vivió en la Avenida Once, y solía ir de pesca a Bachelor Creek, cerca del aeropuerto; este escenario es recreado en el cuento "Nadie decía nada", en el que el niño hace una descripción bastante precisa: "Para ir a Birch Creek hay que llegar al cruce de nuestra calle con la Avenida Dieciséis […]. Desde el cruce aquel se ve el aeropuerto, y Birch Creek está más abajo […]".

Carver tenía claro que el escritor no debía plasmar toda la historia de su vida, porque los mejores resultados se obtienen usando un poco de autobiografía y un mucho de imaginación. De tal manera, la biografía de Carver se vincula en ciertos puntos con el contenido de sus cuentos, con el fondo sobre el cual éstos se construyen. Pero existe también otro sentido en que su historia personal se relaciona con su obra. Esta otra forma va más allá de la temática para adentrarse en la técnica, en su propio y particular estilo literario. Si Carver vivió en los extremos ya mencionados arriba —el alcoholismo y la abstinencia—, esta separación también existe en la forma en que manejó sus textos. En ambos casos la incertidumbre y la ambigüedad son las sensaciones que predominan, pero la forma como se plasman es diferente. En un extremo, el lector se enfrenta a lo confuso a través de la brevedad de una oración o un párrafo; en el otro, el desconcierto surge por medio de una descripción larga y profunda.

Para Bloom, el estilo inicial de Carver se basaba en la omisión de elementos. Este recurso puede observarse desde el inicio de un cuento: nunca sabremos por qué Jerry, Molly y Sam son tan importantes para formar el título de la historia que narra la vida en decadencia de Al; o hasta el final de otro: las últimas líneas de "Diles a las mujeres que nos vamos" sugieren lo que los dos amigos pudieron haberles hecho a las muchachas que encontraron en el camino, pero le deja al lector la tarea de imaginárselo.

Este final es un ejemplo de la influencia que Gordon Lish tuvo sobre la primera técnica narrativa de Carver. Siendo su editor, modificó todos los relatos de Principiantes antes de que fueran publicados en De qué hablamos cuando hablamos de amor. Cuentos como "¿Dónde está todo el mundo?" y "Tanta agua tan cerca de casa" fueron reducidos a un 78 y un 71 %, respectivamente, en su número total de palabras. El mismo "Diles a las mujeres que nos vamos" se redujo en poco más de la mitad. En otro ejemplo, Lish utiliza el citado recurso de la omisión y le quita el 78 % de las palabras a "Algo sencillo y bueno" para convertirlo en "El baño". El editor se percató de que las llamadas del pastelero eran el elemento confuso, y optó por interrumpir el cuento en una de éstas, para dejar en una interrogante el destino de Scotty.

Pero es llamativo que los dos cuentos que menos modificaciones tuvieron ya tenían todo el estilo carveriano antes de que sufrieran la poda de Lish. En "Mío" (del que Gordon Lish redujo 1 % del original), se presenta una escena común: una pareja que discute y pelea por la posesión de un niño pequeño. Es el cuento más corto de todos los escritos por Carver, y quizá uno de los mejores, en el cual se observa la confusión en el extremo de lo breve. La pareja sostiene al bebé, cada uno de un extremo y, en representación de su distanciamiento, lo jalan hacia su lado con todas sus fuerzas. "Así, la cuestión quedó zanjada". Con esta forma de finalizar la historia, el lector puede intuir la consecuencia en el niño; alguno incluso preferirá pensar que es la pareja la que quedó "zanjada". Pero no podrá dilucidar mucho más que eso.

Lo mismo sucede en "¿Por qué no bailáis?" (reducido un 9 % del original de Carver). En este ejemplo, la causa de la perplejidad está en manos del último párrafo. Sucede en el cuento que un hombre ha sacado al jardín todas sus pertenencias para venderlas. Una pareja de jóvenes se acerca a comprar una cama, un tocadiscos. Después, ellos y el hombre beben hasta emborracharse. ¿Por qué el hombre está vendiendo sus muebles? El texto da algunas pistas, y aun sin tenerlo claro, esta duda es tolerable. Lo ambiguo se presenta al final de la historia, cuando el lector es incapaz de dilucidar lo sucedido entre la joven pareja y el hombre:

La chica contó después:

—El tipo era de edad mediana […].

Siguió hablando. Se lo contó a todo el mundo. Había más cosas, lo sabía, pero no lograba darles forma de palabras. Al cabo de un rato dejó de hablar de ello.
Gordon Lish aparte, se puede apreciar que en sus siguientes publicaciones el estilo de Carver continúa siendo escueto, breve, aunque pocos se conformarían con la situación que se manifiesta en primera instancia. Ésta es la razón por la que la crítica ha considerado sus escritos, junto con los de Hemingway y otros, "minimalistas". A Carver no le gustaba esta etiqueta; prefería la de "precisionismo", tal vez porque sabía que sus textos no se limitaban a ser sobrios o únicamente a omitir elementos, sino que, fieles a su estilo generador de ambigüedad, iban en búsqueda de la oración o palabra exacta. Esto se observa en un cuento como "Plumas", incluido en Catedral, en el que se narra la historia de dos matrimonios que se reúnen para cenar. La pareja de esposos que va a la visita nunca ha querido tener hijos, y los anfitriones tienen al "niño más feo que había visto nunca". Durante el relato hay una tensión subrepticia que nunca explota. La última escena, que tiene lugar años después de aquella reunión, nos muestra el declive del matrimonio que no quería tener hijos, pero que ahora tiene uno; Fran, la esposa, culpa a sus viejos anfitriones de que ellos se hayan venido abajo, pero el esposo aclara: "[…] después de que las cosas cambiaran para nosotros y de que hubiese venido el niño […], Fran recordaba aquella noche […] como el principio del cambio. Pero se equivocaba. El cambio sobrevino más tarde […]". Carver no omite la causa de ese cambio en la pareja; el narrador la menciona, pero su explicación sólo orilla más a lo confuso: "Lo cierto es que mi chico tiene tendencia al disimulo. Pero no hablo de ello. Ni siquiera con su madre".

Por último, en este extremo también se observa un grado de desconcierto cuando Carver finaliza una historia con una frase que se presta a una doble interpretación. Éste es el caso de "La casa de Chef" y "Vitaminas", ambos incluidos en Catedral. En el primero, una pareja intenta recuperar su relación yéndose a una casa prestada; todo va bien hasta que el dueño se ve obligado a quitárselas. La última frase, "ahí se acabará todo", está dirigida al hecho de que ellos tienen que hacer la limpieza antes de irse, pero es inevitable pensar que también es la relación la que no tiene futuro. En "Vitaminas" la técnica es idéntica: a la mujer se le caen las cosas del armario de medicinas, y si bien la última frase hace referencia a éstas, su implicación es mucho mayor: "Se cayeron más cosas. No me importaba. Todo se venía abajo".

La mayor parte de los críticos ha considerado que es precisamente Catedral el libro donde Raymond Carver se deshace del minimalismo. Los cuentos de esta colección y de Tres rosas amarillas se asemejan en mayor grado a los que se encuentran en Principiantes. La prosa se extiende a través de más páginas, profundiza en la consciencia de los personajes, ahonda en sus vidas; el grado de reflexión que éstos presentan recuerda a los individuos en conflicto de Cheever; no es casualidad que el autor de "El marido rural" haya sido llamado "el Chéjov de los suburbios" y al mismo tiempo a Carver se le refiera como "el Chéjov americano".

Comentario entre paréntesis requiere Si me necesitas llámame, el libro póstumo de Carver, que Tess Gallagher rescató de unas carpetas en el escritorio del autor. Se puede coincidir con ella en el hecho de que cuando a alguien le gusta un autor, quiere leer todo cuanto escribió. Sin embargo, estos últimos textos no dejan de causar la impresión de estar inacabados, de que hay algo en la trama que falta para cerrar la historia. Y no es esta ausencia como la ya descrita arriba, porque no ocasiona ansiedad ni consternación, sino que más bien, por incompletos, dejan una sensación de aplanamiento. Abordan los temas conocidos: un matrimonio disuelto, un hombre que deja de beber, otro que por diversos medios intenta enfrentar la soledad. Incluso, el cuento "¿Qué queréis ver?" ya había sido anticipado en "La brida" de Catedral, texto en el que la narradora recuerda de forma sucinta la historia que se desarrolla ampliamente en el libro póstumo. Pero Gallagher prefiere omitir este dato. Lo que sí acepta, quizá por evidente, es que la escena principal del relato que da nombre al libro, Carver la usó en dos ocasiones previas: en "Caballos en la niebla" y en el poema "En plena noche con niebla y caballos". Si es sabido que él trabajaba en sus finales con particular esmero, podríamos aventurar que no pudo concluir estos relatos de la forma en la que más le hubiera gustado. Esto, pese a que sus últimas semanas las vivió como si una urgencia creativa lo estuviera empujando.

Pero es en Catedral y Tres rosas amarillas donde el lector es enfrentado en repetidas ocasiones a historias cuyos desarrollo y desenlace siguen llevando a la duda, al cuestionamiento, pero ahora en el otro extremo. Ya no es la turbación por una oración o un párrafo, sino a lo largo de todo el relato, en el cual, pese a una mayor profundización en el pasado de los personajes, en su pensar y sentir actual, la duda es sembrada desde sus acciones cotidianas y el origen de su motivación. Pareciera que los hombres y mujeres de estos cuentos, incapaces de enfrentarse a una realidad difícil, se ven inmersos en decisiones extrañas, en rutinas intolerables —pero que ellos, por algún motivo, toleran—, en acciones y pensamientos tan abigarrados como cuestionables.

Libre ya del minimalismo y de la parquedad narrativa, Carver se deleita en la creación de sus personajes, pero de un modo diferente. ¿Por qué aquel hombre de "Menudo", en el momento clave de su problema de infidelidad, tiene la idea de podar el césped de su vecino? Y en "Intimidad", ¿cuáles son los motivos de esa pareja que discute después de cuatro años de no verse? Ella se ha casado de nuevo, él sólo está en esa ciudad por motivos de trabajo. Y sin embargo, todo el cuento es una pelea en la que él acaba de rodillas aferrado a su vestido, ella lo perdona —¿por qué?—, y al final el hombre se marcha caminando y reflexiona sobre los montones de hojas que han caído de los árboles. "Conservación" es uno de los mejores ejemplos de esta ambigüedad surgida a lo largo del texto: un hombre ha sido despedido de su trabajo y desde hace tres meses se limita a estar en el sofá de su casa; ahí ve la televisión, no sale, únicamente prepara café y observa, sin leer, un libro. El relato finaliza sin que el lector sepa por qué el hombre actúa de ese modo y, sobre todo, ¿por qué su mujer lo tolera?

¿En qué se parecen estos individuos al Carver que surge tras la sobriedad? ¿De qué forma se plasma su vida en este otro extremo desconcertante de su obra? El mismo escritor podría pasar por cualquiera de sus personajes durante aquellos meses en que le costó volver a escribir. Si él vivió durante años aferrado al alcohol, estos sujetos se aferran a pretextos difíciles de entender: aquel hombre que, luego de que su exesposa le ha dicho por última vez que lo deja, sólo piensa en qué posición podrá dormir para que no se le vuelva a tapar el oído; ese otro que no deja de cuestionarse sobre la caligrafía de la última carta de su mujer, cuando es un hecho que ella lo acaba de abandonar.

Pero pese a lo crudo y a la dureza de las circunstancias a las que arrastra a sus personajes, Carver intuyó que la vida es una estación efímera que pasa en un abrir y cerrar de ojos, y que la voluntad del hombre, la voluntad de él mismo, puede llegar a cambiar las cosas, en especial cuando se logra vislumbrar algún motivo de esperanza. Quizá no sea coincidencia que al final de "El elefante", el personaje, harto de tener que cargar con su familia, decide salir de casa, sin importarle lo que deja a sus espaldas: "No me molesté en cerrar la puerta con llave". En efecto, puede verse en éste un acto de verdadera liberación; deja atrás sus pocas pertenencias, le desea suerte a todos aquellos a los que mantiene, desde su hija hasta su exmujer, y en el automóvil de su amigo, vehículo de escape, pide que le pise más fuerte al acelerador, para sentir que vuela de verdad.


"Lo que importa es sugerir", dice Carver en boca de Carlyle, personaje de "Fiebre". Podría juzgarse que es ésta la característica que guió su obra, vista como conjunto. Y a pesar de que se conserva esta línea estilística, no se puede coincidir con Robert Altman, quien consideró la obra de Carver un solo cuento. Un solo estilo sí, coherente en sus múltiples formas de cristalizar la realidad humana. Lejos de esa etiqueta del "realismo sucio", su prosa, pulcra y suficiente, deja al lector la tarea de terminar lo que él ha insinuado, y obliga entonces a la reflexión profunda, intensa y angustiante.

En la casa de Raymond Carver y Tess Gallagher en Port Angeles, hay una pintura que Alfredo Arreguin, amigo de ambos, le regaló a la pareja el día de su boda. La pintura se llama El viaje del héroe. Representa un caudaloso río donde varios salmones nadan contra corriente. Los peces también están en el cielo, camuflados entre las nubes, pero éstos se encuentran yendo en la dirección contraria. Es un claro reflejo de la vida de Carver que, vivida en los extremos, fue plasmada en su obra donde se observan también los extremos de la naturaleza humana. Hay en cada historia un universo entero, como si el escritor quisiera hacer notar que el mundo es una relación de uno con otro y que, bajo una leve sugerencia, puede murmurarse el misterio de la vida de los hombres. Ese misterio que durará, infinito, y cambiará también infinitamente, porque quizá es el reflejo de lo que somos.



Bibliografía

Bloom, Harold. Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, España: Páginas de Espuma, 2009.
Carver, Raymond. Bajo una luz marina, España: Visor de Poesía, 2005.
_____________. Principiantes, España: Anagrama, 2010.
_____________. Short Cuts, España: Anagrama, 2005.
_____________. Todos los cuentos, España: Anagrama Compendium, 2016.
Carver, Raymond, Adelman, Bob y Gallagher, Tess. Carver Country, España: Anagrama, 2013.
Ford, Richard. "El buen Raymond", en Flores en las grietas, España: Anagrama, 2012.
Monteverde, Eduardo. Los fantasmas de la mente, México: Paidós, 2017.