No. 160/13 POETAS ECUATORIANOS


 

foto-rodriguez.jpgAugusto Rodríguez
Guayaquil, 1979

 

 



Poética

12.jpgEl poeta, un árbol rojo que señala el comienzo del bosque

En su libro El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sábato dijo: “La literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma, quizá la más profunda, de examinar la condición humana.” “La literatura es fuego” —como diría Vargas Llosa—, y es un rumbo que uno elige o que tus propios fantasmas te hacen elegir. Ellos te buscan y te dicen: “Escribe lo que te pasa, lo que sientes, lo que sueñas; escribe sobre la muerte más allá de la muerte, sobre los demonios terrenales y sobre tus preocupaciones en este mundo que habitas y que tal vez nunca entenderás.” La literatura es ese espacio que uno habita con todo lo que es, lo que deseas ser y lo que nunca serás. Es el espacio donde convivimos con lo más parecido a nosotros, con lo que soñamos, lo que alguna vez pensamos que era verdad y que quizás —al final de nuestras vidas— comprobaremos como mentiras para entendernos, para cuestionarnos, para trascender, para no morir en la memoria humana.

El poeta Juan Gelman dijo: “La poesía es un oficio ardiente en el cual uno trabaja mientras espera que se produzca el milagro del maridaje feliz de la vivencia, la imaginación y la palabra.” En mi caso, con mi poesía intento ampliar las posibilidades expresivas del español, descomponerlo y recomponerlo, un poco con sentido lúdico para volverlo más dúctil, más rico al verbo poético; actualizarlo para que pueda comunicar cualquier vivencia, desde la más trivial hasta la más profunda. Los poemas brotan de todos los estímulos circundantes, sin desdeñar los más comunes, que son aquellos provenientes de las situaciones ordinarias. Se sirve de todo lo que está a su alrededor para crear, destruirse y volverse a crear. Para finalizar quiero citar al gran poeta Jorge Teillier, que creo resume, mejor que nadie, la función de la poesía y del poeta: “Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda, que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse. La poesía debe ser una moneda cotidiana y debe estar sobre todas las mesas como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.”




Esta lengua que no me pertenece

La tierra prometida no existe. El paraíso no existe. Nada somos en esta tierra que no sea enfermedad que palpita a cada instante y en cada hueso. En este espacio entre tierra y ojo, que no sea dolor de arterias y sílabas. Entre esta lengua que no me pertenece y la que me dieron como gracia divina. Todo es silencio y bullicio entre la sien y mis manos. Sé que es temprano para irse muriendo entre el corazón y el pulmón derecho. Pero ya no hay hígado que nos aguante ni dolor que levemente soportemos, sin dejar de respirar y de exhalar, sin que seamos pura carne y latido por este cuerpo lleno de vocales y cenizas.

De La enfermedad invisible, inédito






Un cuerpo enfermo

La palabra es una columna rota de jirafa que está partida en dos en la tierra. Un pájaro moribundo como tu pie fuera de mi sábana. El inverso de la aritmética básica que aprenden los niños en la escuela.
Un oído que siempre recuerda una dulce canción inexistente. Un puma blanco que solo existe en la nieve del recuerdo. Una cabeza rota que amanece en el sueño.

La palabra es un cuerpo enfermo que siempre expulsa frutas quemadas.

De La enfermedad invisible, inédito






Adiós, padre

Padre me voy: voy a jugar en la muerte,
padre me voy. Dile adiós a mi madre,
y apaga la luz de mi cuarto: padre, me voy.

Leopoldo María Panero


Padre me voy
me voy definitivamente
                a jugar con la muerte

mis días se han tornado tenebrosos
y ya no tengo tu mano
                sobre mi hombro
ni tu sonrisa cariada
                y benévola

Padre lo he decidido
                tengo que irme pronto

ya hice las maletas
                y es inminente mi partida

despídeme de mamá, de mis hermanos,
de la abuela
                y de mi mascota favorita

Padre me voy
sí pero aquí te dejo
                mis poemas
para que los leas y después
                     los quemes

pero antes te darás cuenta, tal vez,
de lo que en vida
                te odié

De Cantos contra un dinosaurio ebrio, La Garúa, 2007






Mi padre

Mi padre murió en invierno
sólo sé que al fin descansó en la estrecha
cama de todos los días.
Ya no hay ruido, ni ceremonias,
ni pañuelos, ni rosas blancas.
Al fin, dije yo, descansó de las deudas,
de los vicios, de la burocracia.
Mi padre murió en una pequeña alcoba
donde sólo quedan remedios, jeringuillas,
alcohol, drogas,
sus manos frías, abiertas
y vacías que me tocan con ternura.
Unos ojos blancos y amarillos
inyectados de muerte.
Un cáncer que no silencia
su victoria de sangre, de carne,
de vejez inconclusa.
Todos los relojes dan la misma hora
y retroceden el tiempo,
cuando mi padre no era mi padre
y simplemente era un hombre
lleno de energía
que se abría paso ante esta vida.
Mi padre murió en una alcoba de hielo
y su cuerpo cada vez se adelgaza,
se empequeñece, se evapora,
se disuelve en el aire vacío de la nada,
la lámpara de la alcoba
juega con la materia de su piel.
Sus dientes amarillos
llenos de cáncer me sonríen
yo le sonrío
sé que está temblando de miedo
aunque de a poco
se convierta en polvo fugaz.

De Cantos contra un dinosaurio ebrio





El beso de los dementes

IV

Hoy rezo por la sangre de mi sangre, la carne de mi carne, que descansa en la bóveda familiar hasta el día del juicio final. Esperando la visita de un ángel perdido que galope en mi cráneo e intente descifrar los misterios de mi vida, antes de que sea tarde. Me interesa descubrir la luz de las cosas simples, que también amó mi padre antes de la cosecha y del diluvio; descubrir su herencia fosforescente en este día cálido de invierno, donde llueve y la ciudad parece una construcción hecha por niños tristes que intentan decapitar los techos de los lugares donde alguna vez fui feliz. Con mis manos intento esculpir a mi padre, regresarlo del largo viaje donde la felicidad sigue siendo una luz que atraviesa los cristales y nos deleita con su coito de estrellas. En algún lugar de estas calles mi padre me espera: los brazos abiertos, su sonrisa cálida, un latido de caballo azul, sus dedos tristes, dispuestos a acariciarme; me esperará con dos copas de vino servidas para beber nuestra sangre y recordar el origen de la selva interior. El abrazo será largo como una manada de pájaros en dirección al sur, y la fábula de nuestras pieles, la única garantía de no volvernos locos en este desierto.

XVIII

La tierra entera es una apariencia banal ante tus ojos, padre mío. Mírame con tu amor y tu desprecio mayores. Merezco morir por tu despecho y por tu cruel enfermedad. Merezco ser la enfermedad que te está matando y merezco morir en tu honor y en tu regazo. Eres la sombra y el cuchillo que se enterrará en mi corazón. Mátame, padre, de una vez. Mátame. Yo soy el cordero de tus pesadillas.

De Matar a la bestia, Mantis, 2007


Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979). Es licenciado en Comunicación Social. Ha publicado Mientras ella mata mosquitos (2004), Animales salvajes (2005), La bestia que me habita (2005), Cantos contra un dinosaurio ebrio (2007) y Matar a la bestia (2007). Es catedrático y colaborador en publicaciones periódicas del Ecuador y otros países. Su obra ha obtenido numerosos premios y consta en diversas antologías. Es fundador del grupo cultural guayaquileño Buseta de Papel. Ha participado en varios eventos literarios dentro y fuera de su país. Parte de su obra está traducida al inglés, al catalán y al francés. Es editor de la revista El Quirófano.